6. El caso de Ángel Florencio.

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Todo era normal en el hospital, bueno, si se podía decir que ese lugar era normal. Era un psiquiátrico.
Los días transcurrían como era posible, entre enfermeras, doctores, pacientes con problemas mentales, medicamentos y todo lo que corre por un edificio de esas características.

Los días pasaban, las semanas se iban, los meses se alejaban, y nada nuevo pasaba; todo era siempre la misma rutina. Hasta que un día, alguien decidió cambiar esa regla.

El psiquiátrico "Dr. Rafael Santos N° 10" se especializada en problemas mentales. Muchos problemas mentales. Todos los que padecían algo con esas características, iba a parar ahí. Contaba con más de treinta matriculados que trabajaban en todos los turnos posibles; más de cincuenta enfermeros y enfermeras que ayudaban en todo lo necesario; más de treinta personas en el equipo de mantenimiento, que se encargaba de mantener todo limpio y pulcro siempre, como suelen ser los hospitales.

Era un lunes normal en el edificio público, pero no para todos. El doctor Roberto Heredia, especialista en trastornos mentales, estaba cambiando su rutina.
  Como todos los días, tenía que ir a atender a su paciente, el señor Ángel Florencio. Él sufría de un trastorno generado por un accidente, donde su esposa y su hijo, con los que viajaba en el auto, murieron. Él quedó muy lastimado y siempre se culpaba por ese suceso; entonces, su familia decidió internarlo, para que deje de sufrir. Pero la cosa no mejoró. En el psiquiátrico, el señor Ángel empezó a tener alucinaciones sobre su hijo y su mujer muertos. Por esa razón, él se encontraba alejado del resto del hospital.

El doctor Heredia era el encargado de su cuidado; le daba sus medicinas correspondientes, lo cuidaba, hablaba con él; en fin, se habían vuelto una buena relación de doctor-paciente.

Un día, Roberto llegó como todas las mañanas a ver a su paciente; que todavía se encontraba durmiendo. Al despertarlo, Ángel actuó de una forma rara: no reconoció al doctor y de pronto, comenzó a gritar el nombre de su hijo. En respuesta, Heredia le habló para tranquilizarlo, pero no funcionaba. Entonces, tuvo que acudir a la última opción, le colocó un suero y en este introdujo una dosis de calmantes.

Por el momento, eso funcionó; pero el doctor no pudo estar tranquilo. Dos días después del hecho, el señor Ángel tuvo otro episodio de ataques post-traumáticos. Salió de su habitación gritando que llamen a una ambulancia, que Lila (su esposa) estaba en el suelo muy herida; y que León no reaccionaba. Rápidamente los enfermeros lo agarraron y llamaron al señor Heredia, el cual dió la orden de llevarlo a su pieza. Sólo su médico personal podía administrarle la medicina correspondiente, por lo que sólo él podía ponerle la dosis de calmantes.

Luego de eso el día siguió normal, pero la semana no. Más ataques, gritos y calmantes ocupaban el día a día del doctor. A lo último, este ya no permitía que nadie entre a la habitación de Ángel. La enfermera que lo despertaba todas las mañanas fue quitada de esa tarea, sólo el doctor podía hacerlo.
  Algunos sospechaban de que algo raro pasaba, pero no se animaban a preguntar nada.

Roberto Heredia cada vez actuaba más raro; tenía ojeras, iba a trabajar con la misma ropa del día anterior, no comía y sobre todo, no hablaba con nadie.

Ese domingo, se fue rápido a la habitación del paciente Florencio. Entró y, automáticamente, cerró la puerta detrás de él. El lugar había cambiado: Las ventanas estaban cerradas al igual que las cortinas; la cama de Ángel estaba desordenada y a un lado de ésta, había una camilla inclinada hacia adelante. De esta salía un cable que se conectaba a un suero, que el mismo doctor instaló. Florencio dormía sobre la camilla, o algo así. El doctor apoyó su oído en su pecho y suspiró de alivio, fijando su vista en el paquete que se unía al cable. Éste estaba casi lleno, así que para Roberto no había de qué preocuparse; por ahora.

El lunes por la mañana, la señorita Carmen debía despertar a los pacientes del lugar, pero no le era permitido entrar a la pieza A13; así que decidió avisarle al médico a cargo de eso.
  Caminó por varios pasillos, y al no encontrarlo, retrocedió. Tenía que despertar a Ángel, no podía dejarlo dormir más tiempo, asi que tomó una decisión. Abrió la puerta de la habitación, y tan pronto como su mirada recorrió el lugar, gritó. Gritó tan fuerte como pudo. La imagen con la que se encontró fue desagradable: el habitante de la pieza estaba recostado en una camilla, con cables en sus brazos y un suero conectado, pero eso no era lo peor; tenía morerones violetas por toda su cara y extremidades, llamando la atención de la enfermera.
  Como pudo, llamó a un médico cerca y le avisó de la situación. Buscaron al doctor Heredia pero todavía no se hallaba en el hospital.

Tres horas después, a eso del mediodía, Roberto apareció por el lugar. Fue a la pieza de su paciente, fingiendo estar tranquilo, pero el lugar no estaba solo; policías estaban presentes, la señorita Carmen  hablando con uno de ellos y el médico Francisco apoyado en la puerta.
La enfermera, al verlo, comenzó a gritar que él era el culpable del asesinato. Él era el único autorizado para ingresar, asi que no quedaban dudas. Roberto no se movía, sabía de que hablaba ella.
  Un policía se acercó y lo arrestó inmediatamente. Heredia no se resistió, en realidad, explicó toda la situación:

—El paciente Ángel estaba sufriendo muchos ataques por su trauma, por lo que tenía que aplicarle constantemente calmantes. Al principio lo llevaba bien, sin ese remedio él no podía dormir, ni siquiera estar despierto sin sufrir una alucinación o un ataque.
Cada vez era más necesario la aplicación de los calmantes, pero la dosis estaba aumentando, la cantidad normal no estaba haciendo efecto. Otra vez todo iba bien, pero el día de ayer, al momento de aplicarle su medicina, me pasé de la cantidad y el señor Florencio sufrió una muerte por intoxicación.

—¿Por qué se fue así del lugar, en vez de enfrentar la situación?— dijo el policía.

—No modificaba nada el hecho de que esté o no, de todos modos iré a prisión. Que el señor Ángel descanse en paz, y sea feliz con su familia en su otra vida.

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