9. La maldición.

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Viento. Aire frío recorriendo mis piernas, haciéndome temblar. Camino hacia adelante, doy varios pasos hasta chocar con la carretera, sigo por ésta, rumbo a mi destino.

La noche está oscura, las pequeñas estrellas y la luna a medias no bastan para iluminar, solo son parte de esta noche con pinta tenebrosa.

Un auto me pasa por al lado, cubriéndome de agua sucia de un charco que está en la calle. Sigo caminando, tengo las horas contadas, si no me apuro estoy muerto.

A unos cuantos metros se alza una edificación asombrosa, pero a la vez con un aire de terror. Tengo miedo, debo admitirlo, cuando me metí en esto no sabía que tendría unas consecuencias tan horribles.

Abro un portón viejo que rechina por todos lados, haciendo que me atrapen los nervios, otra vez. Camino por un largo sendero que pasa por el centro de la mansión, la cual está rodeada de arbustos, flores y una estatua central.

Llego a la entrada principal, toco el timbre y ni siquiera hace falta que espere, se abre la puerta y siento que debo entrar. Al hacerlo, una luz amarilla tenue me recibe, junto a muchas decoraciones extrañas; miro para todos lados y me sobresalto al ver a un sujeto parado a mi izquierda, está completamente vestido de negro, sin siquiera dejarme ver su cara.

-Foster.- Pronuncia, con una voz fría y cortante.

-Señor- digo, cubierto de miedo.

-Sígueme.- Se da vuelta y camina en línea recta. Lo miro, miro al suelo y comienzo a caminar.

Llegamos a un cuarto pequeño y él abre la puerta, seguidamente entramos. La habitación no está para nada alumbrada, pero de pronto una lamparita en una esquina se prende.
El hombre enfrente mío se adelanta, y yo sin dudarlo lo sigo; nos sentamos en un sofá y no puedo evitar cerrar los ojos y repetirme por qué estoy aquí.

Desde que era un adolescente, fui muy rebelde. Me comportaba como un salvaje en el colegio, nunca respeté a mis padres, tenía amigos mala influencia y ellos me guiaron por caminos malos. Al crecer, necesité algo mas que rebeldía para sentirme malo, poderoso.
Entonces, conocí al Señor; un ser que me cumplió mis caprichos de rebelde pero me pidió algo a cambio: mi vida. Y no, no es el diablo. El Señor es un humano de carne y hueso, pero su poder de hechizos y maldiciones no es natural.

Sin pensar las consecuencias acepté este trato absurdo, pero a mi no me importaba, necesitaba más. Y aquí me encuentro, junto a un hombre tenebroso a punto de quitarme algo valioso, al cual le saqué el valor yo mismo.

-Es hora.- Su voz me devuelve estos estúpidos nervios y yo solo quiero correr, pero es tarde.

-Estoy listo- miento. No es así, no lo estoy. Mi tono es firme, no puedo flaquear ahora.

-El ritual está terminado, entra- me señala una cortina y yo me levanto, camino y la abro, adentrándome.

El salón está casi a oscuras, como la habitación anterior, pero la diferencia es que su iluminación se basa en velas ubicadas al rededor de un altar con una especie de camilla arriba. Este, a su vez, está rodeado de personas, pero no son personas como yo: son ayudantes del Señor.

Él me hace una seña, debo sentarme en la camilla. Asiento, camino y así lo hago. Me ubico en el lugar, el Jefe en estos momentos camina hacia adelante y saca un libro gordo de un estante, lo abre y busca algo ahí. Al encontrarlo, se aproxima a una vela que es mas grande que el resto, y comienza a leer:

-Secta Fratres Diaboli, hoy estamos aquí reunidos para concretar otro acto de hermandad. Con nosotros se encuentra el señor Benjamin Foster, de veintidós años de edad, desocupado y necesitado de nuestro grupo. Como ustedes saben, el Señor siempre responde a sus pedidos, pero pide algo a cambio; como el pedido de este ser humano fue enorme, el pago también.
Antes que cualquier paso a dar, deben repetir el pacto que nos une, que todos aprenden antes de incorporarse...

Parecen robots. Repiten un discurso completamente ajeno a mi, cuando me uní nunca lo escuché... tal vez porque mi destino era ser sacrificado y el de ellos, quedarse en la secta.

Al terminar, el Señor me apunta con su dedo índice y me indica que me acueste, y así lo hago. Seguidamente, cuatro personas me atan manos y pies, quedándome en una forma de equis.

Después, no entiendo nada, todo sucede muy rápido: punzadas en la boca de mi estómago, pinchazos en mis extremidades; dolores inexplicables me atacaron de golpe.

Mi cuerpo no da más, no me responde. El Señor se acerca y amaga a sacarse la capucha de su túnica, entonces, con mi último suspiro, me levanto hasta lo que puedo y veo al hombre que me trató todo este tiempo:

-Papá.

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*Fratres Diaboli, "Hermanos del Diablo" en latín.

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