Los días con Kevin eran diferentes. Su hermano era un chico muy divertido y extrovertido.
Hablaba con todo el mundo y era vivaz. Elizabeth lo veía lindo. Era alto, de pelo claro, y ese aire
aventurero que a todas las mujeres les solía gustar. No sabía si lo veía así por amor de hermana, pero lo
cierto era que Kevin tenía mucho éxito con el sexo femenino. Todas querían hablar con él, y eso en
ocasiones la agobiaba.
Ángela insistió para que acudieran a su casa y cenaran con su familia en las fiestas. Pero ellos se negaron al ofrecimiento. Querían hacer algo diferente. Iban a ir a cenar a una sala de fiestas y
disfrutar después de la fiesta.
La noche del 24 de diciembre, como en muchos hogares, Papá Noel llegó. Esa noche, Elizabeth bajó a
oscuras para dejar los regalos de Kevin y Ángela bajo el árbol de Navidad. Sonrió para sus adentros al
ver que su hermano se le había adelantado. Con curiosidad, se sentó en el suelo y agarró el paquete que
tenía su nombre y lo tocó. Intentó adivinar qué era por el tacto, pero era imposible. Como una nena chiquita, disfrutó el momento sin darse cuenta de que su hermano estaba sentado en el borde de la
ventana fumándose un cigarro. La miraba divertido. Se veía graciosísima con su pijama de corazones
rojos y su pelo suelta.
Tiene el mismo pelo que mamá, pensó mientras observaba que su hermanita ya era toda una mujer.
—No vas a adivinar por mucho que lo toques —le dijo de pronto, sobresaltándola.
—Qué susto me diste. ¿Cómo es que estás despierto todavía?
—¿Y vos? —preguntó riéndose.
Con gesto aniñado y divertido, ella abrió los ojos y cuchicheó:
—No sé. Quizá estoy nerviosa porque viene Papá Noel.
Kevin, acercándose a ella, se sentó en el suelo y preguntó:
—¿Te portaste bien este año? Ya sabes que si fuiste mala te pueden castigar, o directamente olvidarse se vos y no traerte ese fabuloso Ferrari rojo que tanto deseabas.
—Pero qué tonto sos —rio a carcajadas.
Hablaron sobre sus vidas, y a las seis de la mañana, se dieron permiso el uno al otro para abrir los
regalos. Primero los abrió Elizabeth.
En uno de los paquetes había una preciosa y antigua hada de porcelana, y en otro unos aros, una
pulsera y un recoge-pelo de nácar. A Elizabeth se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Ay... Kevin. Gracias —susurró emocionada—. ¡Todo es hermoso! —dijo mientras se ponía los aros—. Ahora tenes que abrir el mío. Toma, abrilo.
Kevin lo agarró e imitó los movimientos que ella hizo horas antes. Lo tocó, lo movió. La estaba
imitando muy bien.
—Dale, abrilo ya, tonto.
Kevin abrió el paquete tan bien envuelto, y dio un fuerte silbido al ver la campera.
—Como diría Ángela: ¡Madre del amor hermoso! Esto te tuvo que costar un riñón y parte del
otro. ¡Es preciosa! —Rápidamente se la probó—. ¿Cómo me queda?
—¡Genial! Estás hermoso.
Kevin agachándose, la besó con cariño.
—Gracias, cielo, me encanta. Creo que fuimos muy buenos los dos este año —rio
poniendo voz de niño.
Elizabeth, divertida, agarró un almohadon que había al lado y se lo tiró a la cabeza.
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Casi una novela.
Romance¿Quién querría echar el freno con un atractivo piloto de moto GP pegado a sus tacones? Elizabeth es una joven abogada que, tras su último desengaño, tiene claro que no volverá a sufrir más por amor y decide centrarse en sí misma y en su profesión. U...