•Capítulo 15.

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Ocho días después todos estaban más relajados, Yoon se encontraba estupendamente bien y la vida
retomó su normalidad. Pero Nam tenía que irse de nuevo. Su siguiente carrera era en menos de seis
días. De camino al aeropuerto, en el taxi, pasó por casa de Elizabeth. Quería despedirse de ella. Le indicó
al taxista que esperara y llamó a la puerta. La primera en salir a recibirlo fue Pizza, y tras ella Elizabeth,
que sonrió al verlo.
—Hola. Vengo a decirte adiós —dijo mirándola directamente.
Ambos se miraron de tal manera que sus ojos hablaron por sí solos.
—Guau, ¡qué detalle! ¿A qué hora sale tu avión?
—A las seis y cuarto. Dentro de tres horas y media.
—¿Te da tiempo a tomar un café? —preguntó Elizabeth en un hilo de voz, nerviosa por cómo él la
observaba.
Él asintió y la siguió al interior de la casa. Mientras iba tras ella, miró su cuerpo. Elizabeth pareció
leerle el pensamiento y se detuvo.
—¿Se puede saber por qué estás tan calladito? —preguntó dándose la vuelta.
Nam suspiró y sonrió.
—Solo pensaba en la pereza que me da tener que irme ahora de viaje.
Contenta con aquella respuesta, se volvió y continuó andando hacia la cocina. Si seguía mirándolo se
tiraría a su cuello, y no debía de hacerlo. Una vez ahí, agarró dos tazas y sacó la leche de la heladera.
—¿Cuánto tiempo vas a estar fuera esta vez? — preguntó con la cafetera en la mano.
—Dos semanas, quizá tres.
—Por Yoon no te preocupes —murmuró nerviosa sin mirarlo, mientras echaba el café en las tazas
—. Está tu mamá con ella y yo quedé este fin de semana con ellas para ir al cine, y según dijo la chiquitina, después se viene a dormir conmigo.
—Ya lo sé —contestó sonriendo mientras se acercaba a ella—. Pero aunque te decepcione lo que te
voy a decir, mi hija está encantada de dormir aquí porque va a dormir con Pizza. Algo que a mí me
parece de lo más decepcionante, teniéndote a vos —murmuró bajando el tono de voz.
A Elizabeth se le puso todo el vello de punta. Su voz, su cercanía, todo en él la excitaba, pero agarrando una servilleta se la tiró a la cara para romper aquel momento.
—Ay... Nam, qué tonto sos.
Sin dar un paso atrás, él la agarró por el brazo para retenerla.
—No sé cómo darte las gracias por todo lo que estás haciendo por Yoon y por mí.
—Pero si yo lo hago encantada —contestó azorada por eso.
Él sonrió. Verla tan tensa, indecisa y excitada al mismo tiempo, le gustó. Y acercándose más, susurró
dispuesto a conseguir lo que había ido a buscar.
—¿Qué te parece si cuando vuelva te invito a cenar? Hay algo que quisiera decirte.
Levantando la vista, lo miró a los ojos.
— Es algo bueno... ¿no?
—Te lo puedo asegurar —asintió con voz ronca y varonil.
Notando su respiración cada vez más cerca, Elizabeth, aprisionada entre la encimera de su cocina y el
fibroso cuerpo de Nam, no conseguía mantener la calma.
—Bueno. Llamame para decirme cuándo volves, o... — balbuceó entre jadeos.
—No dudes que voy a llamarte —contestó atrayéndola hacia él para besarla.
Sin ningún miramiento, Nam le tomó los labios. Rozó con su lengua el labio superior para tantear el
terreno y, cuando vio que ella abría la boca, se apoderó de su lengua y se la devoró. Elizabeth, rendida a lo
que él le ofrecía, se apretó contra él, y cuando creía que iba a estallar de gozo, sus labios se separaron y,
tras una breve mirada, ambos comenzaron a reír.
—Guau... —susurró Nam excitado—, más vale que me vaya, porque como esté contigo cinco minutos más, no me voy a Japón.
Deseosa de más besos, Elizabeth suspiró y, con gesto aniñado, asintió.
—Sí... creo que es mejor que te vayas.
Nam, luego de darle un nuevo y dulce beso en los labios, se dirigió hacia la puerta, mientras Pizza corría
entre sus piernas. Elizabeth, como en una nube, iba a su lado. ¡Lo había besado! Al llegar a la puerta se
miraron.
—Espero que tengas un buen viaje —dijo Elizabeth—. Y, por favor, no te preocupes por Yoon y tene
cuidado con la moto. ¿Okay?
—Te llamo —respondió él mientras la volvía a atraer de nuevo hacia sí para besarla.
Se besaron apasionadamente.
—Recorda. Tenes una cena pendiente conmigo —dijo Nam, separándola de él.
—Bueno.
Tras un último y rápido beso, él se marchó. Elizabeth lo siguió con la mirada hasta que el taxi se alejó.
Una vez que entró en su casa y cerró la puerta, miró a su perra, que la observaba fijamente, y con la
mejor de sus sonrisas murmuró:
—Dios... cómo me gusta Nam Joon.

Casi una novela.Where stories live. Discover now