Kevin seguía sin dar señales de vida. Los días pasaban y él no llamaba. Al final Elizabeth decidió marcar
el número que tenía anotado en el papel, aunque antes se cercioró de que figurara como número oculto.
Su dedo tembloroso marcó los números pero tras dos timbrazos, saltó un contestador automático. Durante días intentó hablar con él, pero le fue imposible. Solo saltaba el odioso contestador.
Dos días después, y cuando la desesperación comenzaba a aturdirla, Belén entró en su despacho y le
dijo que tenía a su hermano Kevin por la línea dos. Rápidamente Elizabeth tomó el teléfono.
—Kevin, ¿sos vos?
Sorprendido por la efusividad que percibía en su voz, su hermano estalló en una sonora carcajada.
—Y sí. ¿Y vos sos vos?
Pero ella no estaba para bromas.
—¿Cómo estás? ¿Estás bien?
—Como un toro —bromeó él.
Sin perder un segundo exigió.
—No tengo tu número de teléfono, ni tu dirección, ahora mismo me lo vas a dar.
—Por supuesto, anota.
Dicho esto, Elizabeth comprobó que los datos que él le decía eran los mismos que ella tenía. Pero
calló.
—Por cierto, ¿pasó algo? —se preocupó él—. Te noto tensa. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Hasta arriba de trabajo. Solo eso. ¿Y vos? ¿Qué contas? —respondió rápidamente intentando parecer más canchera.
—Poco. Solamente que voy a ser padre. ¡Padre! —Kevin soltó una carcajada.
Aquello era lo último que deseaba escuchar.
—¡¿Qué?!
—Que Bianca y yo vamos a ser papás —repitió pletórico.
—¿Pero cómo pudo ocurrir?
Kevin no se lo tomó en cuenta. Iba a ser padre y estaba feliz.
—Mira, hermanita. ¿Tengo que contarte mis intimidades? Aunque bueno, si te empeñas te digo
que... —contestó con guasa.
—Oh... tonto, no quería decir eso. Pero... pero me sorprendió. —Elizabeth estaba en las nubes.
Solo podía pensar en las fotos de aquella chica esnifando coca.
—Y Bianca, ¿cómo está ella?
—Más linda que nunca —contestó lleno de alegría—. ¡Por Dios, Eli! Cada vez que pienso que voy a ser papá, me dan ganas de dar triples mortales.
¿El mundo se ha vuelto loco?, pensó al escucharlo.
—Kevin, tengo que hablar con vos.
Al escuchar el cambio en su voz, Kevin le prestó toda su atención.
—Mujer... si me lo decia así, adelante, soy todo oídos.
Durante unos segundos Elizabeth dudó. ¿Sería buena idea contarle algo así por teléfono? Finalmente, y
tras darse cuenta de lo que tenía que decir, reculó.
—Bueno... mejor te lo digo cuando te vea. ¿Cuándo vas a venir?
—Por el momento no tenemos intención. Con lo del bebé no quiero dejar a Bianca sola. Así que quizá
dentro de dos o tres meses... pero ey, ¿qué queres contarme?
Dos o tres meses era demasiado tiempo, y Elizabeth no le contestó a su pregunta.
—Necesito verte. Yo te pago el viaje. Necesito que vengas.
—¿Pero qué te pasa? —insistió, extrañado y a la vez mosqueado.
—Nada importante, pero yo...
—Mira, Elizabeth, no quiero que me pagues el viaje. ¿Pasa algo con Nam? ¿Tenes problemas con él?
—No… no, con él estoy bien. Es que quiero verte.
—Ey ¿Por qué no venis vos acá? Estoy seguro de que a Bianca le encantará la idea.
Elizabeth pensó que podría ser buena idea. Sería una forma de hablar con él y comprobar realmente qué
ocurría con su hermano y su mujer.
—¡Genial! Voy a ver vuelos y te confirmo mi llegada.
Feliz por la futura visita de su hermana, Kevin continuó.
—Ahora decime algo del bebé. ¡Vas a volver a ser tía! Creí que te ibas a alegrar.
Al darse cuenta de la frialdad con la que había escuchado la noticia, intentó contestarle con una
sonrisa en los labios.
—Tenes razón, perdó. Felicidades, papito. ¿Cuándo nace?
—Quedan todavía siete meses. El tiempo suficiente para prepararlo todo —respondió el orgulloso
futuro padre, mirando a Bianca cómo cocinaba.
En ese momento entró Belén en el despacho con unos documentos urgentes. Elizabeth maldijo por tener
que cortar la llamada.
—No puedo entretenerme más —dijo pesarosa—. Dale saludos a Bianca y te llamo esta semana para decirte cuándo voy. Hasta pronto, Kevin. —Y cortó.
¡Un bebé! Dios mío, qué inconsciencia. Su hermano debía de haber perdido la razón, o Bianca le había abducido mentalmente. Pero había algo que ella no entendía. Su hermano tonto no era, y si en realidad Bianca tenía problemas con las drogas, ¿cómo es que Kevin estaba tan feliz?
Una vez solucionó los documentos urgentes que Belén le había dejado encima de la mesa, llamó al
aeropuerto. Podría tomar un vuelo el viernes a las tres y regresar el domingo a las nueve de la noche.
Pensó en Nam ¿Qué decirle? Al final decidió contarle que tenía que viajar por trabajo. Así se aseguraba
de que él no preguntase nada.
Definitivamente es la única solución
Una vez se decidió, cerró los vuelos por Internet e imprimió la tarjeta de embarque. Intentó seguir con su trabajo pero era, básicamente, imposible. Pensó en su hermana Donna y en la reacción que
tendría ante la noticia de que iba a ser tía. La llamaría a casa cuando llegara por la noche. A las seis de
la tarde cuando estaba guardando su portátil para regresar a casa, Belén le comunicó que un tal José
estaba por la línea cuatro. Rápidamente lo tomó. Era el detective.
—Necesito verla. Hemos descubierto algo que debería saber. La espero en una hora en el café de Oriente. ¿Puede venir?
—Por supuesto.
—Allí la espero.
Con el corazón en la boca, fue al estacionamiento para buscar su auto. ¿Qué quería el detective? En
una gasolinera cercana a la oficina de Elizabeth, Nam repostaba gasolina en su moto y se sorprendió gratamente al ver el auto de la chica que ocupaba todos sus pensamientos parado en el semáforo frente a él. La llamó. Movió los brazos para atraer su atención, pero ella no le vio. Feliz por encontrarse con ella, pagó y, subiéndose en su moto, salió disparado en la dirección que ella había tomado. Sonrió al ver no
muy lejos el auto. La siguió, seguro que se dirigía hacia su casa. Pero se sorprendió al ver que se metía
en pleno centro de Madrid, y al llegar a una calle cercana a la plaza de la Ópera estacionaba el auto.
Nam se detuvo y la observó. Algo en él le impidió volver a llamarla y la siguió con la mirada mientras ella se metía en el café de Oriente. La curiosidad de Nam aumentó. Nunca había espiado a nadie y estar ahí parado le hizo sentirse mal. ¿Qué estaba haciendo?
Dudoso y sin saber qué hacer se debatió entre irse o mirar qué hacía allí Elizabeth. Finalmente le
pudo más la curiosidad y dejando su moto en un lateral se dirigió a la cafetería. Al entrar no la vio. Pero
tras hacer un barrido con la mirada la encontró al fondo del local, sentada con un tipo. En aquel instante
se sintió ridículo. Absurdo. Imbécil. Pero no podía mover los pies del suelo. ¿Quién era aquel hombre?
Sin percatarse de nada, José y Elizabeth, ajenos a Nam, continuaban su conversación.
—¿Pasa algo con mi hermano? —preguntó nerviosa.
El hombre, consciente de que lo que le iba a decir iba a trastocarle la vida, posó los ojos en ella.
—Tiene que prometerme que mantendrá la calma. No es fácil lo que le voy a enseñar ni decir. Pero
tranquila, su hermano está bien.
—Ay, Dios, me está asustando.
El detective, abriendo su maletín, sacó una carpeta con fotos. Nam, al fondo del local, continuaba observándolos. ¿Qué hacían?
—El otro día —dijo el detective—, cuando me pidió que investigase el paradero de su hermano, resultó fácil, pero reconozco que cuando vi a la mujer que estaba con él, algo en ella me llamó la atención.
—¿Habla de Bianca, la mujer de mi hermano?
—Sí. Al verla sentí como si ya la conociese, como si la hubiera visto alguna otra vez. Hablé con un
antiguo compañero del departamento de policía, que me debía algunos favores, y me pudo proporcionar
esto.
Tras decir eso le tendió a Elizabeth unas fotos. Al extender la mano sintió cómo le temblaba, y más cuando comprobó que la mujer que posaba ante ella era Bianca, con otro tipo de peinado y vestida de una manera más vulgar.
—Cuando este compañero me proporcionó las fotos, entendí por qué esa joven me sonaba. Durante
mis años en los que vestía uniforme y pateaba las calles de Madrid, detuve a muchos yonquis, chulos y prostitutas. Ella era una de esas prostitutas reincidentes. Por eso me sonó su cara al verla.
Con las fotos aún en la mano, Elizabeth lo miró incrédula.
—¿Me está intentando decir que Bianca es una prostituta y…?
El hombre asintió con la cabeza y Elizabeth se quedó sin palabras. Nam, desde su lugar, vio que Elizabeth
comenzaba a sollozar y que aquel hombre se sentaba a su lado para abrazarla. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué
lloraba? ¿Quién era ese hombre? En el interior de Nam se comenzó a desatar un volcán de celos y malestar.
Pensó en acercarse a ellos y pedir explicaciones, pero algo en él se negó a moverse. No podía hacerlo. Ese no era su estilo. Por eso, dándose la vuelta, salió del local y furioso se subió en su moto.
Cuando fue a arrancar, no pudo. Necesitaba saber más de Elizabeth y aquel hombre. Finalmente decidió
esperarla fuera del local.
—Oh, Dios. Oh Dios. Esto no puede estar pasando.
Tras tranquilizarla, el hombre volvió a su sitio y mirándola a los ojos aclaró.
—Su verdadero nombre es Tatiana Ratchenco. Es croata y lleva afincada en España cerca de diez años ejerciendo la prostitución y todo lo que se le pone por delante. Estas fotografías son de hace escasos tres días. En ellas, como puede ver, está adquiriendo cocaína. Las otras instantáneas son de la casa donde viven ella y su hermano.
Elizabeth miraba las fotos sin realmente ver nada. ¿Cómo era posible que su hermano no se diera cuenta de todo eso?
—Elizabeth —la tuteó el hombre por primera vez—, sé que todo esto es horrible y solo puedo decirte
que tu hermano no consume drogas, a excepción de algún cigarrillo de marihuana que comparte con ella.
Es más, estoy convencido de que ni siquiera sabe de ella lo que aquí te estoy exponiendo. Los seguí de
cerca durante dos días, y en ningún momento vi hacer a tu hermano algo extraño o fuera de lugar.
—Pero... pero Kevin no es tonto y...
—Estoy totalmente seguro de ello. Pero esta pilla es muy lista. Lleva más de media vida viviendo en la calle y lo tiene totalmente engañado. Tras apuntarme la matrícula del Ferrari con el que apareció su amigo para suministrarle la droga, pude saber que pertenece a Brian Newton, el narcotraficante con el que andaba en negocios Cavanillas. Mire esta foto —El detective le enseñó otra en la que se veía a Cavanillas y Newton en un restaurante en la Villa Olímpica de Barcelona. Al ver el gesto de bloqueo
total de la joven, el detective concluyó: —Bianca y Cavanillas se conocen. O mejor dicho, ese viejo
zorro ha puesto a esta mujer en el camino de su hermano para tener un punto por donde tenerla maniatada.
Tras beber un buen trago de su bebida para refrescarse la garganta, Elizabeth lo miró.
—Creo que debería dejar de investigar lo que le pedí. Esto me está trayendo infinidad de problemas.
Lo horrible es que si no digo nada esa mujer seguirá casada con Kevin y yo… yo no sé qué hacer.
El hombre, al ver que ella intentaba buscar una solución, le susurró para calmarla.
—Tranquilícese. Yo personalmente intentaré hablar con Kevin y explicarle todo paso a paso. Este es
un problema en el que cuanta menos gente se vea implicada, mejor.
—No, no, eso no es buena idea. Hoy mismo me llamó para decirme que va a ser padre.
—¡¿Cómo?! —se sorprendió el hombre.
—Lo que oye. No sé cómo se va a tomar todo esto, pero lo que sí sé es que me odiará por meterme en su
vida. Oh Dios... Nunca pensé que esto pudiera llegar a estos límites.
—La entiendo, y es complicado. Pero la realidad de todo es que lo de esa bicha y su hermano es un montaje. Solo me queda atar los cabos para saber si Cavanillas la contrató o no. Pero vamos, aun sin tenerlo al cien por cien asegurado, es lo que creo. Pienso que lo más inteligente es no decir nada por el momento e intentar encontrarlos juntos. Una vez lo tengamos todo bien atado, podremos agarrarlos.
—Sí. Pero Kevin corre peligro —murmuró asustada—. Creo que debería decirle lo que pasa, pero
quizá tenga razón y deba esperar. De todas formas voy el próximo fin de semana a su casa.
—Me parece perfecta esa visita. Pero no debe decirle nada, aunque sí le pediría que tuviera los ojos
bien abiertos para ver los movimientos de nuestra amiguita. Estoy casi seguro de que si usted va,
Cavanillas se reunirá con ella en algún lugar. Eso sí, actúe con calma. ¿Podrá hacerlo?
Ella asintió convencida.
—Lo voy a intentar. Aunque sea solo por Kevin.
—De acuerdo —él se levantó—. Llámeme cuando esté allí. Y, por favor, por su bien y el de su
propio hermano, actúe con normalidad. ¿De acuerdo?
Dicho esto, el hombre se marchó y minutos después ella salió también sin percatarse de que Nam estaba fuera. Durante unos segundos la observó, y por su ceño fruncido, percibió que estaba preocupada.
Poniéndose el casco arrancó su moto y se dirigió a la casa de ella. La estaría esperando cuando llegase.
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Casi una novela.
Romantizm¿Quién querría echar el freno con un atractivo piloto de moto GP pegado a sus tacones? Elizabeth es una joven abogada que, tras su último desengaño, tiene claro que no volverá a sufrir más por amor y decide centrarse en sí misma y en su profesión. U...