•Capítulo 13.

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Cuando Elizabeth colgó el teléfono, continuó mirando la Puerta de Alcalá mientras pensaba en lo
emocionante que tenía que ser viajar por el mundo como lo hacía él. En ese momento entró Peterson en su
despacho.
—Hola, Elizabeth, ¿puedo pasar un momento?
Sobresaltada por aquella visita, ella volvió el sillón hacia su mesa y asintió.
—Por supuesto, señor Peterson.
Al oír aquello el hombre sonrió amablemente.
—Querida, podrías suprimir lo de señor y llamarme por mi nombre. ¿No ves que yo te tuteo? Por
favor, Elizabeth, haz lo mismo.
—De acuerdo, Thomas —asintió sonriendo—. De acuerdo.
El hombre se sentó en la butaca blanca que había frente a ella.
—Solo venía para saber qué tal estás en tu nuevo puesto de trabajo.
—¡Genial! Espero ser de utilidad el tiempo que esté en la empresa. Por cierto, ahora que estás acá,
¿qué te parecen los dos abogados que contraté? —respondió sorprendida por aquella visita y por cómo él
escrutaba cada rincón de su despacho.
—Bien. En eso no me meto. Es un tema que vos tenes que ver que funciona. Vos sos la jefa.
Elizabeth sonrió. Estaba un poco turbada por tutear al señor Peterson, pero contestó con seguridad.
—Sinceramente, Thomas, fue un trabajo dificilísimo. Pero de entre todos los abogados que vinieron,
Linda y Jorge fueron los que me parecieron más apropiados para el trabajo. A una de las secretarias la
contraté a través de agencia. La otra es amiga mía. Se llama Carla. —Y, mirándolo seriamente, dijo—: Es muy profesional, y una persona muy cualificada para el puesto.
—Me parece genial —asintió complacido—. Yo también ayudé a amigos y mis amigos en su momento me ayudaron a mí. Para eso están los amigos, ¿no crees?
—Sí —asintió ella y afirmó con convicción—. Creo que en estos momentos tenemos un buen equipo.
El jefazo se levantó y se dirigió a la puerta.
—Me encanta escuchar eso. Hasta luego, querida.
Dicho esto, desapareció. Elizabeth, felíz, se levantó y fue hacia el armario para agarrar unos documentos
que necesitaba. Al volver a la mesa sonó el teléfono.
—Elizabeth, te llaman por la línea dos —dijo Belén.
—¿Quién es? —preguntó ella.
—Me dijo que te diga que es el espíritu libre de la familia —respondió conteniendo la risa.
—Oh... —rio al pensar en su hermano—. Este chico no tiene remedio. —Y apretando una tecla preguntó divertida—: Kevin, ¿sos vos?
—Hola, hermanita. ¿Cómo supiste que era yo? —se mofó él.
—Solo conozco un espíritu libre tan loco como para llamarme al despacho con esa carta de presentación. ¿Cómo estás? Me tenías preocupada. Llevas sin llamarme dos semanas. ¿Se puede saber dónde te metiste?
Al verla tan acelerada, se limitó a murmurar arrastrando las palabras.
—Estoy en Eslovenia. Sano y salvo. ¿Y vos cómo estas??
—¡¿Eslovenia?.
—Sí, hermanita, Eslovenia —rio al escucharla.
—Pero... pero, ¿qué haces allá? —Kevin se carcajeó y ella volvió a preguntar—: ¿Por qué no me llamaste en dos semanas? Me tenías preocupada.
—No pude.
—Bueno, estuve a punto de llamar a la policía.
—Pero bueno —respondió él divertido—, ¿por qué siempre pensas que estoy metido en líos? Ay...
hermanita, siento decepcionarte, pero tengo treinta y cuatro años y me guste o no, mis prioridades en la
vida van cambiando.
—Ya sé... ya sé...
—Hablas como si toda la vida fuera a tener veinte años. Además, no creo haber estado metido en
ningún lío desde hace tiempo.
—Ey, ¿de verdad vos te llamas Kevin Vásquez Elliot? Porque, sinceramente, eso que me acabas de decir sobre que tus prioridades en la vida van cambiando, es algo que nunca se lo escuché a mi hermano
—preguntó consciente de que decía la verdad y de que ella era una exagerada.
—Los años no pasan en balde, hermanita, y los valores y conceptos de la vida cambian. Y aunque te
parezca mentira soy yo, y te llamaba para hablar con vos y comentarte algo muy importante.
Sentada en su confortable sillón, Elizabeth asintió para sí.
—Bueno, contame eso que te está rondando por la cabeza.
—Bueno... —susurró él titubeante—. Aunque parezca mentira, no sé por dónde empezar.
—Me haces caso, si te aconsejo que empieces por el principio.
Kevin tomó aire.
—Hace un mes conocí a una chica llamada Bianca. Es encantadora, Elizabeth, si la conocieras te
caería fenomenal. Tiene tu edad, y la razón de no haberte llamado en estas dos semanas fue porque estuve con ella acampado en la montaña.
Era la primera vez que su hermano mostraba un interés especial por una mujer. Eso la asombró.
—¿Me estás diciendo que te enamoraste?
—Sí, hermanita. Y lo mejor de todo es que ella también está loca por mí.
—Guau, Kevin. Me alegro muchísimo por vos. Bueno, por ustedes. ¿Cuándo la voy a conocer?
—Bueno, ese es otro tema que te quería comentar. En los días que estuvimos solos en las
montañas, estuvimos hablado muchísimo, y... —se paró para tomar aire—... y le pedí que se case
conmigo. Dijo que sí.
Boquiabierta, se incorporó de la silla.
—¡¿Qué?!
—Lo que escuchaste.
—Dios mío, Kevin, en un problemita te metiste —soltó totalmente alucinada.
Molesto por la reacción de su hermana, protestó como un chiquillo.
—No la conoces. No me parece justo que pienses eso.
Aturdida, se volvió a sentar en la silla. ¿Su hermano se iba a casar?
—Mira, Kevin. Acabas de decirme que la conociste hace un mes. ¿No lo ves un poco precipitado?
—No.
—Creo... creo que deberías pensarlo mejor. Yo no quiero que te enojes conmigo, pero tenes que
entender que yo creo que casarse con alguien significa algo más que haber pasado juntos dos semanas en
las montañas.
Kevin resopló. Sabía que su hermana le diría algo parecido.
—Elizabeth, sé que parece una locura, pero tenes que entender que es mi vida y estoy feliz por
haberla conocido. Es maravillosa y no puedo vivir sin ella. —Y cambiando su tono de voz aclaró—: No
me enojo con vos, tontuela. Sé lo que hago, confía en mí, ¿ok?
—Bueno. Está bien, confío en vos —respondió dudosa pero dispuesta a estar feliz por él.
—Así me gusta —rio Kevin al otro lado de la línea telefónica—. A ver... ya que estamos hablando
de eso, te quería pedir otro favor.
—Decime.
—¿Podríamos casarnos en el jardín de tu casa? —pidió esperanzado.
—Por supuesto que sí —Elizabeth asintió como en una nube—. Pero hay que hablar con el cura de
Majadahonda, a ver si celebran bodas fuera de la iglesia.
—¡Perfecto! —asintió Kevin.
—Ey, ¿para cuándo tienen pensado que sea la boda?
—Para mayo. Faltan todavía dos meses, pero yo creo que serán suficientes para poder organizarlo
todo —contestó Kevin—. Quiero que sea algo familiar. Decile a Ángela, me gustaría que estuviera ahí.
Esta noche llamo a Donna a Chicago para que venga también.
Veremos lo que piensa cuando reciba la llamada, pensó Elizabeth al escuchar hablar de su hermana.
—Llamala. Te aseguro que se sorprenderá tanto como yo.
Cuando cortó el teléfono, Elizabeth estaba estupefacta. No podía creer lo que su hermano iba a hacer.
No pensaba que casarse fuera algo terrible, pero sí le parecía demasiado rápido. Un mes no era tiempo
suficiente para conocer a nadie, por mucho que te enamorases. Confusa, se levantó y se acercó a los
ventanales.
—Mamá... ojalá Kevin tenga razón —susurró mirando la Puerta de Alcalá.

Casi una novela.Where stories live. Discover now