•Capítulo 9.

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A partir de ese ascenso los días para Elizabeth empezaban muy temprano y terminaban, la mayoría de las
veces, demasiado tarde. Su vida dio un giro de ciento ochenta grados. Tenía que terminar las estadísticas,
ultimar los preparativos del viaje a París, estaba al tanto de la finalización de las obras en los despachos, y sabía que en cuanto regresara del viaje tendría que encargarse de la contratación de los
nuevos abogados. No tenía tiempo para nada más, casi ni para Pizza.
En las escasas ocasiones que se relajaba en su casa, por su mente se cruzaba aquel hombre, Nam.
Cerraba los ojos y lo veía con aquel traje negro en la fiesta, pero inmediatamente en sus divagaciones
aparecía la morena que se había acercado a él. Cada vez que se acordaba, se retaba. No debía pensar
en él. Seguramente no volvería a verlo en su vida. Lo que ella no sabía era que aquel hombre que
ocupaba ocasionalmente sus pensamientos, seguido la veía volver a su casa por las noches. La
esperaba dentro del auto, con la intención de juntar valor para acercarse a ella, pero ese valor se
esfumaba en cuanto la veía aparecer.
Pasaron las semanas y con ellas el viaje a París, que fue todo un éxito. Un sábado, cuando se dirigía a
casa de su amiga Carla, decidió pasar a un local infantil para comprarle algo a Noelia, la hija de Carla.
Ella era la madrina de la pequeña. Una preciosa nena pelirroja de once meses, nacida de la relación entre
Carla y Alfonso.
Entró al local decidida a comprarle una preciosa camiseta de gatitos que había visto en la vidriera y, cuando  iba a la caja para pagarlo, vio unos muñecos graciosísimos. Estaba agachada mirándolos de cerca cuando escuchó una voz familiar; se giró y vio a Yoon, la hija de Nam, con una chica
de su edad más o menos.
¡Increíble!
Cuando se cercioró de que no estaba su padre con ella, se acercó para saludarla.
—Pero, ¡mira quién está acá! —dijo agachándose a su lado.
La nena, al verla, y sobre todo al reconocerla, sonrió y la abrazó con fuerza.
—¡Elizabeth! —gritó encantada. Y mirando a los lados, preguntó—: ¿Dónde está Pizza?
—En casa, cielo. Ella no puede entrar en los negocios, es muy juguetona y lo tiraría todo. ¿Cómo estás, preciosa?
—Yo bien, pero... ¿por qué no venis nunca a casa? —preguntó arrugando el entrecejo—. Papi me
dijo que como tenías mucho trabajo no podías venir. Pero yo quiero que vengas y traigas a Pizza.
Elizabeth sonrió nerviosa ante las cuestiones que le planteaba aquella pequeña, y para cambiar de tema
le preguntó:
—¿Dónde está tu abuelita, cariño? Ah y, ¿se acordó Papá Noel de vos?
—Oh sí... —asintió la nena abriendo desmesuradamente los ojos—. Me trajo muchas cosas, incluso
un perrito de peluche que se llama Pizza.
—Guau... ¡eso es genial! —rio Elizabeth.
—También me trajo la Barbie mechones de moda, la casa rosa de Barbie, incluso una moto de
verdad para mí —añadió orgullosa—. Pero dijo papi que es para cuando vayamos a la casa del campo. ¿Y a vos qué te trajeron?
Con gesto desenfadado Elizabeth sonrió y respondió:
—Un hada preciosa, un bolso, unos aros y cositas que necesitaba.
—A mi papi también le trajeron cosas. Mi abuelita le pidió que le trajeran una corbata, una camisa y
unos libros, pero deben de ser muy aburridos.
—Aburridos... ¿por qué? —sonrió Elizabeth.
—De noche, papi se pone a leer, pero yo veo que no mira hacia donde están las letras. Además, siempre está en la página que pone un cinco y un ocho. Yo creo que es un libro muuuuuy aburrido.
Elizabeth soltó una carcajada. Esa nena y su manera de explicarse era genial.
—Pero yo le regalé una cosa que sí le gustó. ¿Sabes lo que es? —divertida, Elizabeth negó con la
cabeza—. Es un muñeco que hice en el cole. Lo pusimos en la entrada de casa, y sirve para colgar
las llaves del auto. Cuando se lo di, me dijo que era su regalo preferido.
—Claro que sí, cariño, no lo dudes —dijo una voz profunda detrás de ellas.
Nam llevaba un rato observándolas. Estaba comprándole ropa a Yoon cuando se dio cuenta de que se
había olvidado la billetera en la guantera del auto. Pidió a una de las vendedoras que cuidara un momento de la nena mientras se acercaba al auto, y cuando volvió a la tienda no daba crédito a lo que sus ojos
veían.
¡Ahí estaba ella!
Tan preciosa como todas las veces que la había visto. Vestida con unos jeans, una campera azul,
unas deportivas blancas, y el pelo recogido en una coleta alta. Era una belleza natural. Aunque tenía la
mirada algo apagada. Se la veía cansada.
Al escuchar aquella voz, a Elizabeth se le puso la piel de gallina, y pensó ay por Dios.
—¡Papi! —gritó la nena encantada—. Me encontréa Elizabeth, pero no está Pizza.
Ella se incorporó como pudo y, levantando la mano a modo de saludo, intentó sonreír. No sabía por
qué, pero aquel hombre la ponía nerviosa. Demasiado nerviosa.
—Hola, Elizabeth—saludó éste con una radiante sonrisa, y volviendo a mirar a la señorita que cuidaba
a su hija, dijo entregándole la tarjeta de crédito—: Muchas gracias por cuidarla. Ha sido muy
amable. Tome, cargue en mi cuenta las compras.
—¿Para quién es ese muñeco? —preguntó la niña señalando hacia la mano de ella—. Yo tengo uno
casi, casi igual que ese, pero el mío tiene el pelo azul.
—Es para mi ahijada Noelia; y esta ropita también. ¿Te gusta?
—Sí. ¿Dónde está Noelia? —volvió a preguntar la incombustible pequeña.
—Cielo... creo que ya está de preguntas. Estás mareando a Elizabeth—susurró él mientras iban hacia la caja para pagar lo que ambos habían comprado.
Al oír eso, ella suspiró y, con una sonrisa, indicó:
—No te preocupes. Es chiquita y se comporta como tal.
Tras pagar, salieron de la tienda. Elizabeth se giró hacia Nam dispuesta a despedirse.
—Bueno, los tengo que dejar. Voy a casa de una amiga.
Pero la nena no estaba dispuesta a dejarla ir. Algo que su padre le agradeció en silencio.
—¡Jooooo...! Pero ahora no te podes ir. Íbamos a comer una riquísima hamburguesa. ¿Por qué no venís con nosotros? ¿Te gustan las hamburguesas? —Pero no le dio tiempo a contestar—. No importa si
no te gustan, podes comer otra cosa. ¿No, papi? ¿No que tiene que venir con nosotros a comer algo? —suplicó la nena.
Elizabeth se encontró con los ojos de Nam clavados en ella y pensó ¿Por qué no?
—Está bien. Me convenciste. ¿Dónde nos comemos esa riquísima hamburguesa? Pero puedo
quedarme por un ratito —consultó el reloj—. Quedé con mi amiga en su casa.
Al escuchar eso Nam quiso saltar de alegría, pero se contuvo. Los tres se dirigieron hacia una pequeña
hamburguesería. La nena iba saltando adelante de ellos, mientras que éstos la miraban y sonreían.
—Ya escuché que tuviste varios regalos —dijo él para romper el hielo—. ¿Cómo está tu hermano?
¿Se fue ya?
—Sí —suspiró—. Es una pena. Solo nos vemos tres o cuatro días cada dos o tres meses, aunque no
me puedo quejar. A Donna, mi hermana, llevo sin verla dos años.
—¿En serio? —exclamó Nam—. ¿Pero dónde vive tu hermana?
—En Chicago. Vive allá desde hace unos cinco años —dijo encogiéndose de hombros mientras
observaba que un chico sorprendido los miraba—. Se fue a pasar unas vacaciones a Sevilla. Conoció a
Miguel. Se casaron. A Miguel le salió un trabajo en Chicago, y ahora viven allá junto a mi sobrina María.
Al otro lado del charco.
Divertido, en tono de broma le indicó:
—Ahora me vas a decir que tus papás viven en Tokio.
Nada más decir aquello, Nam vio que había metido la pata.
—Bueno... ellos murieron.
Deteniéndose en medio de la acera, la agarró del brazo y le susurró:
—Perdón, Elizabeth. Me siento como un verdadero tonto por decir algo tan inapropiado.
—No te preocupes, no pasa nada. Todos tenemos recuerdos, alegres y tristes.
Él asintió.
—Desgraciadamente, sí, tienes razón, pero vuelvo a pedirte perdón. Elizabeth, para quitarle presión al asunto, sonrió.
—De verdad, no pasa nada. —Y mirando a Yoon, que le hacía señales desde la puerta de la
hamburguesería, comentó—: Me parece que llegamos. Es acá, ¿no?
Entraron y pidieron unas hamburguesas con papas.
Elizabeth confirmó lo dicho anteriormente por ellos: esas hamburguesas estaban riquísimas. Pero también fue consciente de que la gente los miraba. En especial los chicos jóvenes ¿qué pasaba? La
nena después de acabar su hamburguesa, que devoró, corrió a la zona de juego, mientras ellos hablaban.
Durante ese rato, Nam supo que la fallecida madre de Elizabeth era americana, de Argentina, aunque su padre era de Madrid. Él le comentó que su padre era de Illinois y su madre coreana, aunque residía en
Barcelona.
Un buen rato después, ella consultó su reloj y se sorprendió al darse cuenta de que habían pasado dos
horas. Tenía que irse, Carla la estaría esperando. Con pereza, se levantó de la silla para irse, pero Nam rápidamente se ofreció para acercarla hasta la casa de su amiga.
En un principio Elizabeth se negó a la idea. Pero ante la insistencia de Yoon  y Nam, se rindió.
Subieron al auto y le indicó el camino.
Durante el trayecto, Yoon no paró de hablar hasta que por fin llegaron frente a la casa de Carla.
Elizabeth, se giróro hacia el asiento trasero donde iba la pequeña y, dándole un beso, se despidió de ella
prometiéndole que volverían a verse. Mintió. Cuando llegó el momento de despedirse de Nam, se
sorprendió al ver que él se bajaba del auto y la acompañaba hasta el portal.
—Quisiera pedirte algo —dijo agarrándola suavemente del brazo—. Ya que que estuvimos muy a gusto charlando —
ambos sonrieron— ...¿cenas conmigo mañana por la noche?
Ay... que no. Que no me convienes... que no
—¿Mañana...? —murmuró despacio—. Perdón pero mañana tengo mucho trabajo.
—¿Pasado mañana? —insistió Nam.
—Uf... imposible —rechazó de nuevo sin pensárselo dos veces.
Agachando la mirada, él no se dio por vencido y, con una pícara sonrisa, cuchicheó:
—¿No cambiarías de opinión si te prometo algo mejor que una triste hamburguesa?
Por favorrrrrrrrrrr... no voy a poder contenerme más, ¡es irresistible! pensó, pero contestó:
—No, gracias.
Nam, incrédulo ante aquellas negativas, se apoyó en la puerta, se acercó más a ella y volvió
preguntar:
—¿Por qué lo haces? ¿Por qué no queres cenar conmigo?
Porque no sos recomendable para mí. Los tipos como vos siempre me  dieron problemas y terminan
decepcionándome, pero balbuceó:
—No te entiendo, Nam.
—Estás a la defensiva en todo momento. Solo te estoy pidiendo que cenes conmigo, nada más. No te
estoy pidiendo que te acuestes conmigo ni nada por el estilo. Solo una cena.
Uf... qué calor... qué calorrrrrrrrrrrrrrr pensó al escuchar aquello e imaginarlo. Pero no. Ella era
una buena chica y las buenas chicas no pensaban en esas cosas... ¿o sí?
Nam le clavó su mirada inquietante. Lo que más le apetecía era conocer a fondo a esa mujer, y saber
por qué huía en todo momento. Algo en él le indicaba que debía ir despacio. Más despacio de a lo que él
estaba acostumbrado. Aquella joven no tenía nada que ver con las mujeres vacías y ambiciosas con las que
se había topado hasta ahora.
—A ver, Nam —resopló ella—. En estos momentos no estoy preparada para salir con nadie.
No quiero atosigamientos. No me apetece complicarme la vida, ¿entiendes eso?
Él sonrió al escucharla.
—Bueno, Elizabeth. Perdón por hacerte sentir presionada —Y, llevándose las manos a la
cabeza, exclamó—: ¿Te diste cuenta de la cantidad de veces que me  disculpes hoy con vos?
Ella asintió y sonrió, y él, buscando las palabras más adecuadas, concluyó:
—Solo quiero que seamos amigos. Si te prometo que no te seduciré y que me comportaré como un
caballero, ¿me aceptarás la cena... amiga?
A Elizabeth se le derritieron los muros de hielo en aquel instante. Aquel tipo era verdaderamente
encantador y, tras pensárselo unos segundos, respondió:
—Eres imposible, ¿lo sabías? —Él asintió con una sonrisa—. Está bien. Cenaré contigo. Pero pagamos a medias, ¿de acuerdo?
Nam sonrió pero no dijo nada. Había conseguido una cita con ella.
—Paso mañana cerca de  las seis por tu casa —dijo mientras se dirigía de nuevo al auto, donde
Yoon se había quedado dormida.
Apoyada en el portal y con el corazón a mil revoluciones, Elizabeth suspiró y dijo:
—Vivo en Majadahonda, la dirección es...
—Ya la sé —cortó Nam desde la puerta del auto.
Anonadada por eso, puso los brazos en jarras y preguntó:
—Bueno, ¿cómo lo sabes?
No contestó. Se limitó a sonreír mientras abría la puerta del auto y se iba.

Casi una novela.Where stories live. Discover now