Hacía dos semanas que Elizabeth había regresado de su viaje. Una tarde, el detective la llamó para
enseñarle nuevas fotografías actuales de Bianca. En ella se la veía besándose con Brian Newton, el narcotraficante. Y Elizabeth de nuevo se hundió. ¿Qué podía hacer? En todo aquel tiempo, Nam no dio señales de vida. No la había llamado. No la había buscado, aunque Yoon sí la llamó. La niña estaba ansiosa por verla. Necesitaba estar con ella y sentir su cariño.
—¿Cuándo vas a venir a verme?
—No sé cariño. Tengo mucho trabajo.
—Pero papá me dijo que ibas a venir a casa con Pizza —insistió la pequeña.
—Voy a ir, cielo, lo que no sé es cuando —mintió—. Por cierto ¿está papá en casa?
—No. Hoy se fue con el tío Iván a una fiesta. Es el cumpleaños de la tía Rita y se fueron a celebrarlo. ¿No vas a ir?
El corazón se le aceleró. ¿Conocería él a alguna mujer en aquella fiesta? Pero no estaba dispuesta a pensar y martirizarse por ello.
—Yo no puedo, cielo. Ya te dije que tengo mucho trabajo.
Finalmente, tras capear las insistentes preguntas de la niña, Elizabeth le confesó que tardaría un poquito
en verla, pero que no se preocupara, que en cuanto tuviera tiempo la llamaría. La pequeña, ajena a todo
lo que ocurría entre su padre y Elizabeth, accedió y la creyó. ¿Por qué no iba a hacerlo?
El viernes, Carla la invitó a una cena con varios compañeros del hospital de Samuel. En un principio se negó. Su humor no estaba para fiestas. No quería salir con nadie. Pero Carla no cesó hasta que aquella cedió y aceptó. Irían primero a La Plateada, un restaurante bastante lujoso, y después tomarían una copa. Elizabeth decidió ponerse el vestido color salmón y atarse el pelo en un moño alto. Ya que salía sin muchas ganas, por lo menos se vería guapa. Mientras se arreglaba se convenció de que aquella
salida le haría bien. Quiera o no, necesitaba relajarse y divertirse.
A las ocho, pasaron Samuel y Carla a buscarla y cuando llegaron al restaurante, Samuel le presentó a
cada uno de los invitados. Ahí se enteró de que la cena era una celebración por el ascenso de Samuel a jefe de planta. La cena se tornó divertida. Todos contaban anécdotas graciosas del hospital, y eso los hacía reír. Después de varios brindis y de un discurso nada serio por parte de Samuel, decidieron ir a tomar una copa a Streep. Un nuevo local madrileño.
—¿Qué tal? —preguntó Carla acercándose a ella.
—Bien, todo muy bien —respondió sinceramente Elizabeth. Llevaba semanas sin reírse tanto como esa
noche.
—¿Qué te parece Emilio? —señaló al hombre que hablaba con Samuel.
—Oh... Es muy agradable.
Carla, al oír aquello, se acercó más a ella.
—Bueno lo mejor de todo es que ¡¡no está casado!! Y creo que se fijó en vos. No paró de preguntarle a Samuel cosas de vos ¡y eso es buena señal!
—Siento decirte querida mía ¡que no me importa! — se mofó Elizabeth, al ver por dónde iba su
amiga.
—¿Cómo podes decir eso? — le recriminó Carla molesta.
—Simplemente te digo la verdad.
—Es un hombre agradable, lindo, con futuro...
—Carla... —cortó Elizabeth—. No insistas. No tengo ni tiempo ni ganas.
Pero hizo caso omiso.
—Bueno… bueno, lo entiendo. Seguís loca por Nam, pero mientras superas la ruptura ¿no te parece Emilio ideal?
Boquiabierta siseó.
—Será ideal para vos. No para mí.
Al mirar los ojos de su amiga, Carla sonrió. Elizabeth estaba pasada de rosca por el de las motos y no había nada que hacer.
—Soy una boba, perdóname —susurró tras darle un beso en la mejilla.
—Perdonada.
—Tengo ganas de verte tan feliz como yo, y...
En ese momento, Emilio se acercó a ellas y, agarrando a Elizabeth con familiaridad de la mano, se la
besó al tiempo que les decía.
—Perdonen, señoritas, —y mirándola, preguntó—: ¿Queres bailar conmigo?
Sin ningún problema por bailar con él, Elizabeth aceptó.
—Seguro. Me encanta esta canción.
Estaban en la pista bailando. Emilio la tenía agarrada por la cintura, y quien los miraba desde fuera
los podía ver divertidos y compenetrados. Emilio era un tipo guasón y divertido, y eso agradó a Elizabeth, que necesitaba reír. Después de varias canciones, regresaron con el grupo y se sentaron con ellos a tomar algo.
Diez minutos después, Carla y ella se marcharon al baño, y la primera no paró de hablar de lo
maravilloso que era Emilio en el hospital mientras se pintaba la raya de los ojos.
—Pero mira que sos pesadita —se quejó Elizabeth mirando a su amiga.
—¿Por qué? —preguntó consciente de lo que decía.
—Elizabeth, ¿sos vos? —dijo alguien detrás de ellas.
Rápidamente se volteó.
—¡Rita! ¿Qué tal? —saludó abrazando a la mujer de Iván—. ¿Qué haces por acá?
—Ya sabes, un nuevo local en Madrid es un nuevo sitio que visitar —respondió con un gesto
divertido tocándose con coquetería sus rizos.
Las tres sonrieron
—Quería que supieras que siento lo que pasó entre Nam y vos. Te hubiera llamado pero no tengo
tu teléfono, e Iván no se atrevía a pedírselo a Nam.
—¿Conoces a Nam? —preguntó Carla.
—Sí, es la mujer de Iván, el compañero de equipo de Nam —confesó Elizabeth.
Carla agarró un trozo de papel y con el lápiz de ojos que tenía en la mano anotó el teléfono de Elizabeth.
—Toma. Este es el teléfono de esta pesada. Por cierto, soy Carla.
—Gracias —sonrió Rita y quitándole el lápiz de las manos, apuntó algo en un papel y entregándoselo a Elizabeth indicó—. Este es mi teléfono.
Sorprendida por lo que aquellas dos habían hecho en un instante Elizabeth parpadeó y Rita le dio dos
besos a su amiga.
—Encantada de conocerte, Carla.
—Igualmente —respondió y cuchicheó con complicidad—Si no les importa, tengo que pasar urgentemente al baño. Creo que bebí demasiado.
Una vez que desapareció tras la puerta del baño, Rita se volvió hacia Elizabeth.
—Él no está bien, aunque se empeñe en decir que sí. Últimamente se juega la vida en cada carrera e
Iván ya no sabe qué hacer ni qué decirle. Nunca lo vimos así.
Convencida de que tenía razón, Elizabeth la agarró de las manos.
—Me horroriza escuchar eso, pero no puedo hacer nada.
—¿Tan grave es lo que pasó entre ustedes?
Elizabeth cerró los ojos.
—Creo que sí—murmuró.
—¿Dejaste de quererlo? —preguntó Rita convencida de que entre ellos continuaba existiendo
algo.
—No... —respondió sinceramente— es imposible.
Rita sonrió.
—Nam te quiere, Elizabeth. Conseguiste que él vuelva a...
Asustada la interrumpió. Pensar en él le destrozaba el corazón.
—Escúchame, Rita. Él y yo somos demasiado diferentes como para que la historia hubiera funcionado. Quizá lo ocurrido es lo mejor para nosotros. Él tiene que seguir con su vida y yo con la mía y espero no volver a verlo porque yo… —al decir aquello y ver el gesto de Rita preguntó—. ¿No me digas que está acá?
—Sí.
—Oh, Dios —susurró Elizabeth llevándose la mano a la cabeza.
Rita, al ver que ella se quedaba pálida, añadió.
—Tengo que confesarte que llevo esperando horas a que vinieras al baño para hablar con vos. Cuando llegaron ustedes, nosotros ya estábamos.
—... ¿Cómo no me di cuenta?
—Pasaste por nuestro lado cuando entraste y él te vio.
—Ay, Dios…
—Elizabeth, Nam lleva toda la noche mirándote y tomando como loco. Sinceramente, creí que algo iba a pasar cuando te vio bailar con tu amigo, pero Iván lo sacó del local para que tomara un poco de aire.
Boquiabierta, pensó que si ella hubiera visto a Nam bailar con una mujer como lo había hecho ella con Emilio y sobre todo reír de aquella manera... ¡se moriría!
—Escúchame —continuó Rita—. Ahora está más relajado. Yo no sé lo que habrá pasado entre ustedes, pero Elu —dijo mirándola a los ojos—, él te necesita. En todos estos años desde que lo conozco, nunca ha estado con una mujer tan bien como con vos. Solo había que mirarlo para ver lo feliz y centrado que estaba. Está enamorado de vos. Por favor, habla con él.
Con el pulso a mil, Elizabeth la miró.
—Yo... no puedo.
—¿Pero por qué? —insistió Rita.
Elizabeth resopló incómoda. Deseaba más que nada en el mundo ir donde él estaba, para besarlo, quererlo, pedirle perdón, pero no debía. No podía. Cavanillas debía creer que lo de ellos había terminado para que no se volviera a fijar en él o en Yoon. Por ello tragando el nudo de emociones que quería salir de su garganta susurró.
—Perdón Rita, pero no puedo.
Carla salió del baño y Elizabeth aprovechó para dar por finalizada la charla.
—Me encantó hablar con vos, dale saludos a Iván y espero verlos en otra ocasión.
Desconsolada, Rita aceptó su decisión.
—Bueno. Hasta pronto.
Mientras salía del baño, la cabeza de Elizabeth daba vueltas. ¡Nam estaba ahí! De nuevo en el local sintió cómo unos ojos la observaban. La tranquilidad que antes había sentido ahora estaba rota y deseó
salir huyendo del lugar. Emilio volvió a invitarla a bailar y ella, como una autómata, aceptó. Mientras
bailaban, Elizabeth miró con disimulo a su alrededor. Vio a Rita charlando con Iván, y al segundo a Nam que, inmóvil, la observaba. Cuando la canción terminó, dijo a Emilio que tenía ganas de sentarse. De
nuevo se reunieron con todos.
No muy lejos de ella Nam la observaba consumido por los celos. Ver como aquel tipo agarraba a
Elizabeth por la cintura y bailaba canciones que él deseaba bailar con ella le estaba matando. La había
visto reír y bromear con él y eso lo tensó aún más. Estaba preciosa con aquel vestido, al verla entrar en
el local se había quedado de piedra. Deseó acercarse a ella y decirle todo lo que la había extrañado, pero su orgullo de hombre herido se lo impidió. Solo tenía ganas de levantarse y partirle la cara
al tipo que constantemente la tocaba.
¿Por qué tenía que pasarle continuamente las manos por la cintura o el pelo?
—¿Querés que nos vayamos a otro lugar? —preguntó Iván.
—No —respondió ceñudo.
—Nam. Creo que…
—No, Iván —advirtió Nam.
—¿Qué hacemos acá? —insistió al ver cómo miraba a la joven—. Vayamos a otro lugar y pasémoslo bien.
—Vayan ustedes si quieren. Yo me quedo.
Iván resopló. Tenía claro que de ahí no se iba sin su amigo. Lo conocía y sabía que estaba pasando un mal momento. Ver a Elizabeth divertirse mientras él agonizaba no era plato de gusto para nadie. Y tras ver que el encuentro de Rita en el baño no había dado el resultado esperado, deseó salir del local lo antes posible. Pero no. Nam se negaba y de ahí no se movían. Sin apartar la mirada de ella, por fin su corazón aleteó al sentir que ella lo miraba. Por fin se había dado cuenta que estaba ahí. La siguió
por el local con la esperanza de que ella se acercara a él, pero eso no pasó.
Una hora después, cuando Elizabeth ya no pudo más, dijo que se iba. Carla y Samuel le pidieron que se quedara un rato más, pero esta vez Elizabeth no aceptó. Samuel se ofreció a llevarla, pero ella se negó. Tomaría un taxi. Pero Emilio al escucharla insistió en acompañarla.
Sin mirar en la dirección donde Nam estaba, Elizabeth salió del local. Al dirigirse a tomar el coche de
Emilio, se fijó en varias motos e incrédula observó la de Nam.
Esa bicha, como él la llamaba, estaba llena de abolladuras y terriblemente sucia. Durante unos segundos cerró los ojos y pensó en las locuras que Rita le había dicho que estaba haciendo. Por una fracción de segundo pensó en entrar y hablar con él. Pero no. No debía. Sabía que él le pediría explicaciones respecto al día de la discusión y no podía dárselas. Instantes después, Nam salió del local
y, al ver a Elizabeth parada ante su moto, se quedó clavado en el sitio mientras escuchaban lo que
hablaban.
—¿Te gustan las motos, Elizabeth? —preguntó Emilio.
Sin dejar de mirar la moto ella respondió.
—Sí. Me encantan.
Emilio se acercó a ella todavía más, para señalar en tono jocoso.
—Creo que estas máquinas del infierno solo son para los locos. Si supieras la cantidad de
accidentados y de muertes que hay por culpa de estas máquinas, no creo que te gustaran.
Elizabeth ni lo escuchó. Solo pensaba en Nam, solo en él. Segundos después, Emilio le tocó el hombro
para llamar su atención.
—¿Te llevo a casa?
—Sí, claro —reaccionó con rapidez y asintió, alejándose de la moto.
Nam los vio alejarse. Rita e Iván salieron tras él y este, enojado, les pidió que lo dejaran solo. Al
ver a su amigos tomar la moto e irse, volvió a mirar hacia donde había visto desaparecer el coche. Pensó
en seguirles, pero finalmente decidió que sería una tontería. Se marcharía a su casa. Una vez que se subió y se puso el casco, arrancó la moto y, dejándose llevar por el corazón, hizo una locura y se dirigió a toda velocidad hacia la casa de Elizabeth.
Durante el trayecto en coche, Emilio fue muy agradable y correcto. Era un hombre ocurrente y divertido que continuamente la hacía sonreír. Cuando llegaron a la casa de Elizabeth, el hombre se
empeñó en acompañarla hasta la puerta. Con desgana ella accedió. Allí estuvieron charlando un largo
rato, hasta que Emilio preguntó en un tono meloso.
—¿Me invitas un café?
Ni loca, pensó Elizabeth al sentir sus verdaderas intenciones.
—Mira, Emilio, no quisiera ser descortés. Eres un hombre muy divertido y agradable, pero no creo
que sea buena...
—Perdón. Yo... no quería ofenderte.
Al ver el apuro en su mirada, ella reaccionó rápidamente.
—No te preocupes. No me ofendes. Pero quiero que sepas que no tengo tiempo para nuevas amistades.
Envalentonado por la preocupación que vio en su mirada respondió.
—Mira, Elizabeth, voy a ser sincero. Desde el primer momento que te vi esta noche, me gustaste.
Creo que sos una persona amable, simpática, divertida y linda, y, una persona así, al menos para mí, no puede pasar desapercibida.
—Gracias por tus cumplidos pero...
—Me gustas y estoy dispuesto a intentarlo, si me dejas... —continuó acercándose todavía más a
ella.
—No te voy a dejar —respondió separándose de él—. Mira, Emilio, no sé si no me entendiste bien, pero creo que...
—Yo no me doy por vencido así no más —insistió agarrandola de la cintura y atrayéndola hacia sí
—. Pero a veces, a algunas les gusta la lucha.
—Soltame... —respondió enojada.
Al ver que él no estaba dispuesto a soltarla, sin pensárselo dos veces levantó la rodilla y le dio un
golpe en la entrepierna. Eso hizo que él se doblara sobre su cuerpo con un gran gesto de dolor.
—Te dije que me soltaras, imbécil —aclaró con toda su rabia.
Después de mirarlo por última vez, Elizabeth entró en su casa, cerró la puerta y lo dejó ahí tirado,
retorciéndose de dolor.
Mientras ellos hablaban, Nam los observaba desde la otra esquina de la calle. En un principio, y al
ver que aquél la forzaba, saltó de la moto y se dirigió corriendo hacia ellos, pero se paró y se echo a reír
cuando vio la reacción de Elizabeth. Cuando por fin vio que ella se metía en casa y que el tipo se levantaba
como podía, se metía en su coche y se alejaba, se dirigió hacia su moto. Y por increíble que pareciera, a
pesar de que su corazón sangraba, en el rostro llevaba una sonrisa.
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Casi una novela.
Romance¿Quién querría echar el freno con un atractivo piloto de moto GP pegado a sus tacones? Elizabeth es una joven abogada que, tras su último desengaño, tiene claro que no volverá a sufrir más por amor y decide centrarse en sí misma y en su profesión. U...