Soy una tonta. ¿Por qué tuve que decir que sí? Si es que soy masoquista. Sé que ese hombre me va a traer
problemas, y yo, ZAS... quedé con él, se regañaba Elizabeth mientras subía por las escaleras hasta la casa
de Carla. Una vez delante, tocó la puerta. No abrieron. Volvió a tocar repetidas veces pero nadie
contestó.
Bajo al parque. Seguro que Carla está ahí con la enana, pensó.
Pero cuando iba hacia las escaleras, el llanto de un bebé llamó su atención. Regresó a la puerta de
Carla y comprobó que el llanto salía de ahí. Volvió a tocar. Ahora estaba segura de que la que lloraba
era Noelia. Pero no abrieron. Bajó a la portería y Pepe, el portero, como la conocía, le dio la llave que
Carla tenía ahí de emergencia, pero no le preocupó. Quizá Carla se había quedado dormida. Angustiada
subió los escalones de dos en dos, metió la llave en la cerradura, abrió y entró. Al entrar en el salón, no
había nadie.
—¡Carla! —llamó, pero no hubo respuesta.
Solo se oían los gemidos de Noelia. Se dirigió rápidamente al dormitorio y vio en la cuna a la nena
llorando desconsoladamente. Elizabeth la agarró e intentó tranquilizarla, mientras miraba por las habitaciones. Al intentar abrir la puerta del baño, lo estaba cerrado con el pestillo por adentro.
Acercando el oído a la puerta, escuchó sollozar a su amiga.
Alarmada, Elizabeth le gritó que abriese la puerta. No sabía qué había pasado, pero ella estaba ahí
para ayudarla. Después de un rato de angustiosa espera, Elizabeth sintió que quitaban el pestillo de la puerta y, cuando por fin abrió, lo que vio la dejó muda.
Acurrucada al lado del bidé estaba Carla. Sangraba por el labio y tenía un feo golpe en el rostro. Sus
ojos estaban hinchados de tanto llorar y su pelo... ¿qué se había hecho en el pelo?
Su precioso pelo rojo estaba cortado como a mordiscos. Tenía un aspecto horroroso.
La habló. Intentó consolarla. Logró sacarla del baño y llevarla hasta el salón. Ahí la colocó en el
sillón y la tapó con una manta y sin perder un segundo, se ocupó de Noelia. Fue hasta la cocina con ella
en brazos y le hizo una mamadera. La nena estaba hambrienta. Cuando se lo tomó, le cambió de pañal
y la llevó a la cuna, donde la pequeña se quedó dormida. Acelerada, regresó junto a Carla, y vio que no
se había dormido. Se acercó a ella y comenzó a limpiarle con una esponja la sangre reseca que tenía en la
cara, pero esta empezó a llorar.
—Tranquilizate, Carla —dijo mientras la abrazaba.
—Oh, Elizabeth... fue horrible —sollozó.
—¿Pero qué pasó? ¿Queres que llame a la policía? —dijo mientras alargaba la mano para agarrar el teléfono.
—¡No! —gritó Carla—. No llames. Por favor, Elizabeth, no llames a la policía.
—Pero Carla, ¿cómo no voy a llamar a la policía? Te miro y veo que tenes el labio partido, un ojo
hinchado y moratones en el cuerpo. ¡Dios mío! Cuando llegué, la nena estaba totalmente histérica. Y
tu pelo, Carla... —se paró para no continuar. Estaba perdiendo el control de sí misma—. ¿Se puede saber
por qué no queres que llame a la policía? Quien te haya hecho esto tiene que pagarlo. ¿Quién fue?
Tapándose la cara con las manos, Carla sollozó.
—Él no quería hacerlo. Fui yo, que soy muy cabezona, y ... —De pronto le dio un ataque de tos
y su cara se transformó en un rictus de dolor. Se llevó las manos al estómago e intentó decir algo, pero el
dolor fue tan intenso que se desmayó.
Asustada como nunca en su vida, Elizabeth llamó rápidamente al 112. Minutos después, viajaba con
Carla y su hija en una ambulancia.
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Casi una novela.
Romance¿Quién querría echar el freno con un atractivo piloto de moto GP pegado a sus tacones? Elizabeth es una joven abogada que, tras su último desengaño, tiene claro que no volverá a sufrir más por amor y decide centrarse en sí misma y en su profesión. U...