•Capítulo 26.

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Pasaron un par de meses desde el casamiento. El verano llegó caluroso, y Nam y Elizabeth se veían cada vez que podían. No era fácil. Nam por su profesión viajaba constantemente. Pero los minutos que pasaban
juntos los aprovechaban al máximo y cada día estaban más felices. Cuando Elizabeth tomó las vacaciones
de verano no se lo pensó dos veces y se fue con él a Holanda. Dejo a Pizza con Ángela y se propuso disfrutar del viaje. Junto a ella viajaron Yoon y Julia, y vivió con emoción el Gran Premio.
Durante unos días pudo vivir en sus carnes lo que era ser la mujer de un piloto de Moto GP. Horarios.
Entrenamientos y mucha disciplina. Junto a Rita, comprobó lo mucho que trabajaban para arañar
segundos a los minutos y, sobre todo, para tener su moto a punto para la carrera. Entrenos y más entrenos.
Nam se pasaba el día entero subido en su moto y reunido con sus mecánicos. Eso sí, cuando se desligaba
de aquello, Nam estaba al cien por cien con ella y la pequeña Yoon. Intentaba arañar minutos también
para estar con ellas aunque solo fuera para darles un beso. Nam era un amor y se veía a la legua lo locamente enamorado que estaba por Elizabeth.
En esos días, Elizabeth comprobó la cantidad de mujeres que se morían por llamar la atención de Nam.
Cientos de jovencitas, y no tan jovencitas, morenas, rubias, pelirrojas lo llamaban a gritos e intentaban sacarse una foto con él. Al principio eso le daba gracia pero, día a día, era agotador. No le daba ninguna
gracia que aquellas soñaran con el hombre que, para ella, era suyo. El día de la carrera todo fue pura
adrenalina. Amaneció reluciente y el circuito se llenó de motoristas dispuestos a pasarlo bien. Junto a
Nam vio las carreras que había antes que la de Moto GP, y se horrorizó al ver que en la segunda carrera
hubo un accidente en el que varios pilotos se vieron implicados, y dos de ellos tuvieron que ser evacuados en helicóptero.
El peligro estaba cerca, demasiado cerca. Aunque Nam se empeñaba en decirle que no se preocupara.
Cuando llegó el momento de Moto GP, Nam le guiñó un ojo, agarró su casco y se fue junto a sus mecánicos. Histérica, se sentó en la silla que uno del equipo le ofreció. Segundos después llegó Rita con una encantadora sonrisa.
—No te preocupes. Ellos saben lo que hacen.
Angustiada y extremadamente nerviosa junto a Rita y varios del equipo Ducati vio desde el Box, a
través de las pantallas, la carrera. Cada frenada, cada salida de pista, cada derrapada, a Elizabeth le
desgarraba el corazón. Pero cuando Nam entró el primero y, con ello, ganador, saltó emocionada de
felicidad y por fin respiró tranquila. Encantada y junto a Rita, fueron a buscar a Yoon y después
acompañaron al equipo hasta donde los ganadores llegaban con sus motos. La nena estaba feliz y ella también. Y cuando Nam llegó, se bajó de su moto, se quitó el casco, fue hacia ellas y las besó, Elizabeth creyó morir de felicidad.
Minutos después, Nam, acompañado de su buen amigo Iván, que había quedado segundo, subieron al
Podium. Ahí, luego de recibir sus copas, bañaron a todo el mundo con champán. Desde abajo, Elizabeth tomó a Yoon en sus brazos y juntas les aplaudieron. Nam las miró y en ese instante se sintió el hombre más
afortunado del mundo.
Finalizada la carrera y con unos días libres por delante, decidieron ir a Menorca para descansar. Ahí
los tres lo pasaron genial y disfrutaron como una familia más. Fueron días intensos de playa, besos y castillos de arena, aunque durante las noches cuando Yoon dormía, la pasión los consumía. Un cóctel
maravilloso que a Nam y Elizabeth los enamoró cada día más.
En septiembre, Elizabeth volvió a su trabajo. Separarse de Nam después de los maravillosos días vividos con
él no fue fácil para ninguno, pero el trabajo la requería. Por aquel entonces, Carla estaba muy gordita.
Solo le quedaba un mes para dar a luz y Samuel estaba nervioso e inquieto. Como decía él: no se era padre todos los días. Una mañana en la que Elizabeth estaba en el despacho, Belén le pasó una llamada.
Era Cavanillas.
—Buenos días, querida Elizabeth —saludó con su voz pegajosa.
—Buenos días, señor Cavanillas.
—Tengo que felicitarle, ¿no?
Sorprendida por aquello, Elizabeth se tensó en su silla.
—¿Por qué? —preguntó.
—Me han dicho que su hermano se ha casado hace poco.
—Sí, hace unos meses —respondió incómoda.
Tras una risotada que no gustó a Elizabeth, aquel insoportable hombre prosiguió.
—Bueno... bueno. Quizá sea usted la próxima en casarse. Aunque nunca me hubiera imaginado que le
iban los pilotos de motos con hijos. Querida, ha elegido como compañero a un hombre muy mujeriego, pero si es su gusto, no digo nada.
Bueno, ¿cómo sabe esto? ¿Y qué le importa?, pensó molesta.
—Disculpe, pero mi vida privada no creo que sea de su incumbencia —respondió con seriedad.
—Lo sé, querida, lo sé. Pero parece que todos tenemos tendencia a meternos donde no nos importa,
¿no es así?
Al escuchar aquello, Elizabeth sintió que le temblaban las manos.
—¿A qué se refiere? — preguntó lo más tranquila que pudo.
Cavanillas al ver que había atraído totalmente su atención, repantigándose en el oscuro sillón de su despacho en Barcelona, continuó.
—Te crees muy lista, pequeña zorrita.  ¿Crees que no sé que estás metiendo las narices donde no debes? Solo te digo una cosa: si queres jugar, vamos a jugar todos.
Nerviosa, aunque controlando su tono de voz, Elizabeth logró responder.
—No lo entiendo y, sinceramente, no tengo nada más que hablar con usted.
—Eso espero, que no tengamos nada más que hablar —ladró—. Dale saludos al piloto y a su hijita. Por cierto muy linda esa pequeña, ¿no? —Dicho esto se cortó la comunicación.
Pálida, soltó el teléfono. Cómo podía haberse enterado de su investigación, si hasta el momento ella no había movido ningún hilo. Llamó rápidamente al detective y formalizó una cita para una hora después.
Al llegar al bar donde habían quedado, Elizabeth se sentó en una mesa a esperarlo. Cuando éste apareció le contó lo ocurrido.
—Le dije que esto podía pasar —y rascándose la barbilla preguntó—¿Le contó de nuestras investigaciones a alguien?
—No... no se lo conté a nadie. Pero él lo sabe todo. La boda de mi hermano, incluso sabe con quién salgo y me habló de la nena ¡Oh Dios! Me dijo que si quería jugar, que íbamos a jugar todos.
Al verla tan alterada, el hombre trató de calmarla.
—De momento, tranquilícese. Y por favor, le rogaría que mantuviera lo ocurrido en secreto. Cuanta
menos gente lo sepa mejor. —Luego, levantándose, indicó— Nos mantendremos en contacto.
Elizabeth lo vio alejarse mientras intentaba poner su mundo en orden. Pero no sería fácil. Cavanillas
era peligroso y ella estaba comenzando a darse cuenta.

Casi una novela.Where stories live. Discover now