LECCIÓN DE HIPOCRESÍA

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Los días de semana eran los que más me gustaban, porque podía ir a la escuela y colarme en el coro, aunque no tenía demasiados amigos, me entretenía por unas horas antes de volver a la asfixiante situación que se palpaba en mi hogar, los sábados eran los que más odiaba porque mi padrastro Stephen estaba todo el día sentado en el sofá, tomando whiskey y mirando televisión, lo peor de todo era que por lo general, utilizaba cualquier excusa o motivo insignificante para terminar creando todo un caos alrededor, molestándose tanto que me aterrorizaba el pensar que pasaría.

L. Stephen Bailey se definía a sí mismo como un hombre creyente y aparentemente era su fanatismo religioso aquello que lo volvía exigente y demasiado peligroso si no respetábamos a raja tabla lo que promulgaba, era muy estricto con nosotros, tanto que no dudaba en castigarnos duramente si cometíamos algún acto que se contradecía con sus preceptos, creía fehacientemente que el diablo estaba dispuesto a tentar a los mortales y que él debía resistirse llevándonos hacia el camino correcto.

Por eso mismo los castigos físicos que nos propinaba no le parecían algo malo, más bien todo lo contrario, para él estaba muy bien pegarles a los niños, así también lo dictaba la Iglesia Pentecostal, eso era una especie de guía que nos ayudaría a tener una vida aceptable por la senda del Señor.

Esas visiones conservadoras también se extendían y estaban relacionadas con los bailes en las discotecas, el alcohol, el tabaco, las polleras cortas en las chicas y el cabello largo en los jóvenes, las llamadas 'malas palabras' además de los noviazgos y las relaciones prematrimoniales.

Para mi padrastro, la música era mala, las mujeres eran malas y toda actividad recreativa que sucedía fuera del seno de la Iglesia era mala, para quienes estuvimos involucrados en la religión Pentecostal, intentar salir de ella podía volverse un golpe muy duro.

Rebelarse contra esos valores podría significar morir en el intento, Stephen se consideraba el más fiel exponente de esa institución, aunque contradictoriamente mezclaba el trabajo semanal con La Biblia y el alcohol, predicando en el buen nombre del Señor, su conducta dejaba mucho que desear.

Una vez más, siempre lo había notado particularmente severo conmigo, prefiriendo a Stuart y Amy, mis medios hermanos antes que a mí, algo muy evidente que convertía mi prohibitivo hogar en simples tinieblas y hacia que en mi infancia me atormentara demasiado tanto desamor.

Me hostigaba con órdenes y me castigaba si no lo obedecía, desde entonces sospechaba que algo no andaba como debiera, sí bien la sensibilidad no era una característica que lo definiera, nunca me había demostrado cariño, era frío y distante, inspirándome terror cada vez que estallaba el conflicto.

Era entonces cuando deseaba no haber nacido nunca, me sentía indefenso, desesperado y vencido, porque no podía hacer nada para cambiar esa situación, por lo tanto, lo único que me quedaba era encerrarme y rezaba suplicándole a Dios que Stephen cambiara, lleno de impotencia y amargura.

A solas, rogaba para que ya no nos golpeara ni volviera a lastimarnos nunca más, tanto a mi madre como a mis pequeños hermanos, porque Bailey no dudaba en transformar ese regaño en un episodio de castigo físico extremadamente violento, sin importar siquiera mancharse de sangre las manos.

Mi madre Sharon era una mujer muy joven aunque envejecida, de una belleza natural y muy sencilla en sus facciones, su rostro llevaba una pureza un tanto gélida y pálida, algo inexpresiva y de una actitud parca y desanimada, alguien que dependía emocionalmente de Stephen acompañándolo siempre en cualquier circunstancia, sumisa y cómplice en cada una de sus absurdas premisas e inesperados arrebatos.

Hasta ese entonces yo desconocía la existencia de un fantasma en su vida, una presencia que no era más que una gran ausencia y no la dejaba amarme como me hubiese gustado que fuera, ella parecía no querer o no poder darme el amor que yo necesitaba, encerrada en una vida sin brillos y llena de frustraciones, bajo el efecto del recuerdo de un hombre que no olvidaría, algo que pude notar luego con los años, cuando al fin comprendí que mi madre tenía un doloroso secreto en el fondo de su corazón.

Además existía algo muy raro en mi, habían algunos recuerdos oscuros que por las noches no me dejaban dormir y me invadían inexplicablemente, volviéndose flashes macabros en mi mente de sumisión y abuso, imágenes difusas, escenas de llanto y desolación que me atrapaban de a momentos.

Pero mi espíritu siempre se escapaba justo antes de ahogarme en llanto y volaba alejándose de esas reminiscencias algo borrosas para no terminar de entenderlas o recordarlas del todo y entonces terminaba cada noche desde la oscuridad de mi cuarto, rezando: "Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes solo, yo me perdería."

இڿڰۣ-ڰۣ—

...Ya es mi cuarta publicación y no sé cuantos me leerán o se sumarán mas adelante, realmente les estoy dejando en partes y mediante este medio, un tesoro que amo y se llama MR ROSE, espero lo disfruten, no estará completo, pero pueden solicitármelo, porque con mucho esfuerzo pude editarlo independientemente, sólo me escriben a mi gmail y les paso toda la info que necesitan! 

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Mucho amor! 

Lucy





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