Chocolate - Parte 2/5

555 80 20
                                    

Era un domingo soleado cuando toqué el timbre de aquella casa con manos tambaleantes.

"Hola," me saludó la mujer, con quien había hablado por teléfono, cuando abrió la puerta principal de su casa. Se veía muy linda, a pesar de su edad, y me miró con los mismos ojos chocolatosos y simpáticos que su hijo poseía.

"Hola, buenos días," respondí, intentando hacer una buena primera impresión a través de sonreírle cortésmente. "Soy Juan Pablo," la informé para que supiera que yo fui el chico que se había puesto en contacto con ella por el anuncio en el supermercado.

"Me lo imaginé," sonrió e hizo un paso al lado. "Ven, pasa." Ella cerró la puerta detrás de mí y de inmediato me estrechó la mano. "Por cierto, soy Juana Morales. Pero llámame Juana."

"Juan Pablo Villamil," repetí, haciendo que Juana echara una risita.

"Entonces, sígueme," ordenó y empezó a caminar hacia el salón, cruzando el ancho pasillo en el que estábamos. Mientras la seguí, giré mi cabeza para capturar cada impresión de la casa donde vivía el chico guapo. Esa no era muy grande, pero tampoco pequeña, y radiaba un aura de comodidad y elegancia al mismo tiempo. Tal como ese chico.

"Seguro que no vives aquí sola, ¿tienes familia?" pregunté cautelosamente cuando entramos al salón.

"Claro, mi marido y yo tenemos dos hijos. Simón y Martín," contestó y buscó algo en la habitación con su mirada. "¡Chocolate!" llamó a la perrita, la cual apareció en el próximo instante detrás de una esquina.

Ya sentí el picor en mi nariz al ver su pelaje marrón.

"Bueno, esta es Chocolate," explicó Juana mientras acarició la cabeza de su mascota. Dirigió su mirada hacia mí, pero no detuvo sus caricias. "Me dijiste que aproximadamente ahora terminas tu escuela ¿no?"

"Sí," afirmé y descubrí que el sofá estaba un poco más lejos de la perrita, que el lugar donde yo estaba parado. "¿Puedo sentarme?" pregunté.

"Ay, claro," soltó Juana y me sonrió. "Perdón, pero estamos muy emocionados por encontrar a alguien para pasearte, ¿no, Chocolate?" Volvió a palmear la perrita. "Sí, lo estamos, lo estamos."

"Ehm... ¿puedo preguntar porque necesitan alguien para hacerlo?" Sentado en el sofá, me sentí mucho más cómodo a causa de la distancia hacia Chocolate.

"Pues, fueron muchos factores inesperados," empezó y se sentó a mi lado. Desafortunadamente, su mascota le siguió. "Primero, mi marido y yo no tenemos tiempo para pasearla en la tarde a causa de nuestro trabajo. Antes, Martín y Simón lo hacían, pero cuando Simón se fue a la universidad, su hermano menor se encargó de los paseos en la tarde. Y ahora, Martín vive en Francia para un año como au-pair y nadie tiene tiempo," resumió.

"Tiene sentido," respondí, pensando en que por fin sabía que aquel chico se llamaba Simón y que estudiaba en la universidad.

"Bueno, vamos," soltó Juana y se puso de pie. "Te voy a explicar como lo haremos." De nuevo caminamos por la casa, que al parecer estaba vacía aparte de la mujer que me hablaba y la perrita. Llegamos a una puerta que daba paso a la terraza, la cual abrió para que pudiéramos entrar al jardín. "Tendrás que pasearla cada día de la semana, salvo el jueves y el fin de semana. Voy a colocar la correa aquí," explicó, señalando hacia una mesa en la terraza. "Y te voy a dar una llave para el rejado del jardín, para que la puedas recoger cada tarde. Ella estará en el jardín, ¿okay?"

"Sí," contesté aliviado e inhalé profundamente. El aire fresco se me quitó el picor de mi nariz y el agua que se acumulaba en mis ojos.

"Por favor, haz un paseo largo con ella. Necesita moverse, ¿sabes?" Juana caminó hacia el rejado del jardín para mostrármelo. "Aquí entras, simplemente coges la correa de la mesa y se la pones. Cuando salgas, cierra el rejado con la llave y ya está," explicó y me tendió la llave. Una sonrisa cálida adornaba su cara, mostrando que confiaba en mí. Uy, tendría que acostumbrarme a ojos rojos e hinchados y una nariz secretando.

"Okay," respondí. "Y cuando vuelva, la dejo en el jardín otra vez ¿no?"

"Sí," me informó. "Pero depende de cuando vuelvas. Puede que Simón ya haya vuelto de sus clases cuando regreses. Entonces, él te abriría la puerta." Al escuchar sus palabras, me emocioné sobre poder pasear esa maldita perrita. Aquella que me había causado lágrimas en los ojos, pero no me importaba un carajo.

"Okay, entiendo," concluí, asintiendo con la cabeza.

"Bueno, sobre el salario nos hemos puesto de acuerdo por teléfono..." pensó en voz alta, quitándose su cabello de la cara. "Pues, si tienes algunas dudas, sólo llámame. Ya tienes mi número," sonrió y me acompañó hacia la puerta principal. En el camino hacia allí, otra vez admiré la bonita casa. Me imaginé que Simón y yo nos conociéramos mejor en ese sofá, que conversáramos toda la tarde, que uno de nosotros tuviera el valor para preguntarle por una cita al otro.

"Muchas gracias," dije y le estreché la mano para despedirme.

"A ti, Juan Pablo." Dejó mi mano otra vez y me abrió la puerta. "Chocolate te esperará el lunes, o sea mañana," añadió, sonriendo.

Quise responder algo que me hiciera parecer como si anticipara los paseos con su mascota, pero la verdadera razón por mi emoción se me adelantó.

"Hola," saludó Simón cuando apareció detrás de la puerta abierta. Siempre traía consigo esa aura de misterio, de intelecto, de algo que provocaba que pareciera que sabía todo de ti, pero que al mismo tiempo no le interesaras, porque ya te controlaba. Él controlaba tu mirada fascinada, que seguía cada paso suyo. Sabía qué pensabas en él, mientras asintió con la cabeza para saludarte, y en el próximo instante ya se había desaparecido en el salón, que acababas de abandonar. Pero te quedaste mirando la dirección en la que se esfumó, te quedaste con la impresión que se fue. Esa masculinidad, esa distancia que mantenía, a pesar de su cortesía y sonrisa acogedora. Y tú no quisieras hacer más que lograr que esa distancia fuera inexistente.

Por lo menos, así me parecía a mí.

"Él es mi hijo Simón," señaló Juana, todavía sujetando la puerta abierta para cerrarla en cuanto salí de la casa. "A veces puede que él esté en casa cuando vuelvas del paseo."

"Qué bien que ahora sé quién es," repliqué e hizo un paso atrás para abandonar la casa. "Nos vemos, adiós."

"Adiós, Juan Pablo." Y la puerta se cerró.

Y yo me quedé a solas con la duda de si Simón me había reconocido o no.

Siempre AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora