La Historia Que Nunca Escribí - Parte 3/6

299 46 8
                                    

VI

Los primeros arboles cambian de color y el viento que sopla contra mi ventana se siente más frío. El parque brilla en el amarillo y naranja de las hojas mojadas de la naturaleza, ofreciendo el paisaje perfecto para gente que pasea con sus paraguas por las sendas.

De los cuatro chicos que suelo ver desde mi ventana, hoy sólo llegaron tres. Simón, Juan Pablo y el más alto del grupo. Su amigo que invitó a la chica no apareció, probablemente a causa de la lluvia. Observo al chico alto, que hasta ahora nunca ha llamado mi atención, y encuentro una sonrisa genuina en su cara al patinar bajo la lluvia. Qué tierno.

No sé por qué, pero Juan Pablo me parece deprimido, un tanto melancólico. ¿Es por la llovizna? Creo que no, unas gotas de agua no tienen el poder de obscurecer su risa insuperable. Tengo que contar con Simón para reestablecerla.

Pero aquel único causante de la risa se mantiene alejado de Juan Pablo. Mientras su monopatín desliza por los grafitis de muchos colores, tengo la impresión de que a propósito se junta con el chico alto. Sí, sin duda busca la distancia entre Juan Pablo y él.

¿Qué les sucedió?

VII

Siento que este mes nunca deja de llover. Sin embargo, tengo que abrir la ventana para dejar que entre algo de aire en mi apartamento sofocante. Toda la mañana he estado escribiendo mi nueva novela, ahora es tiempo para una pausa pequeña.

Sólo diviso un paseante solitario y su perro en el parque. No me sorprende, en este aguacero yo tampoco pisaría el suelo afuera de mi casa si pudiera. Estoy a punto de dirigirme al baño cuando veo unas figuras en el rabillo de mi ojo. Creo que son dos chicos, con aproximadamente quince años.

Son Simón y Juan Pablo. Tienen que ser ellos, porque escucho esa risa. La risa que penetra todas las gotas gruesas de la lluvia, hace temblar las hojas secas de los árboles y sacude cada rastro de agua de ellas. Están hablando, toda su ropa empapada, pero no les importa.

Si veo correctamente, están sentados en el césped, disfrutando estar en pleno alcance de la lluvia. Juan Pablo abre sus brazos y las eleva al cielo, riendo.

Simón solamente lo admira.

Hasta hoy he pensado que lentamente toman caminos distintos, sobre todo Simón parecía alejarse de su amigo. Pero Juan Pablo le pidió explicaciones, y no le interesa si llueve, las quiere ahora.

Por suerte, fue algo tan insignificante que al final Juan Pablo puede reírse. Aunque la manera en la que Simón le mira me dice otra cosa.

VIII

No me gusta la idea de que soy una persona extraña que observa a otra gente desde su ventana, simplemente porque no creo que sea cierto. Lo único que veo de la vida de otras personas es un momento, una situación aleatoria de su día, que percibo y permito inspirarme. Sólo miro a través de la ventana por un minuto y lo extraordinario, lo increíblemente bonito, es que sólo ese instante me deja ver el mundo de una persona. Tomo los hechos y establezco una vida alrededor de ellos, así creando una historia propia para cada quien.

Lo especial de Juan Pablo y Simón es la repetición de sus visitas del parque. Porque los veo tantas veces, me narran una historia más elaborada y detallada que otras personas. En su caso recibo mucha más información que puedo usar en formar su historia, tal como el hecho de que hoy sólo veo a Simón.

Está sentado en una rampa, su patineta a su lado, y su mirada perdida en el aire. Deja que sus piernas cuelgan de la borda, está pensando. No lo he visto acercarse, pero de repente aparece su amigo alto y se sienta a su lado. Empiezan a charlar, más bien Simón le habla a su amigo con una expresión desesperada en su rostro. Dejo de observarles después de un minuto, sin embargo sé de qué se trata su conversación.

Sólo el desamor puede causar una cara así.

Siempre AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora