De tareas domésticas

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Yo sé que lo iba a publicar ayer, pero, la vida real me llamó y luego, lo olvidé, sorry. Al final el anterior sí lo pude publicar desde la app, así que todo muy bien. He de decir que estoy re descubriendo el mundo de los fanfics, y también que algunas de las chicas que escribían en aquellos momentos en los que yo también solía hacerlo, están regresando a este mundillo y eso me pone contenta. Estoy leyendo lo nuevo que van publicando y actualizándome en los que escribió mi autora favorita de aquí, que seguro conocen si les gustan los frijoles de Saint Seiya, se llama Misao-CG y amo sus historias, pero cuando publicó los siguientes luego de varios años, yo andaba en un mood de no querer leer nada, así que hasta ahora estoy leyendo lo último. Sus fics han estado en mi mente por tanto tiempo que muchos de sus conceptos pasaron a formar parte de conceptos que ahora aplico en mis propios fics, y se lo agradezco infinitamente, porque tienen mucho sentido. Misao, no sé si algún día leerás esto, pero si sí, te lo agradezco. Esto lo menciono porque en algún par de capítulos van a hacer acto de presencia unos de esos conceptos y quiero que sepan que salieron de ella. Ya les diré qué a su debido momento, Mientras tanto les dejo este capítulo.

Este fue un capítulo que escribí hace muchos años, pero no tantos como los primeros. En algún momento me nació la idea y quise escribirla, pero, de nuevo, no es como que en en su momento fuera muy bien hilada con todo lo anterior. De hecho hace apenas unos días decidí que era buena idea ponerlo aquí y no más adelante, como originalmente estaba planeado. Espero que les guste, es uno de esos capítulos que escribí en un rato de simpleza que se me daba mucho en aquellas épocas. Sin más, se los dejo y espero que algún alma caritativa me deje un review,

Gracias por leer.

Alfa Lázcares



De tareas domésticas



Llega un momento en la vida de todos los Santos, en que el deber los llama. Tienen una misión que llevar a cabo y no hay manera de que puedan zafarse de ella. Pasan semanas intentando hacerse a la idea, algunas veces, mejor aplican la técnica de la negación, y no es hasta el momento en que están frente a su destino, que por fin lo aceptan y encaran como los más altos de la orden de Atenea.
Claro está que cada uno de ellos ve esa responsabilidad de manera distinta. Algunos, como Shaka y Mu, por ejemplo, no tenían problemas en aceptarla. Tampoco es que ansiaran el momento de llevarla a cabo, pero no se quejaban, además, ese tipo de tareas eran fáciles para ellos. Milo, por otro lado, era quien más detestaba hacerlo. Era de los que se aferraban a la negación hasta el último segundo posible. Al final del día terminaba por cumplir, pero ¡ay!, ¡cómo lo odiaba! Los gemelos eran caso aparte. Más bien dependía del día, hora y minuto de la semana en que tuvieran que hacerlo. Si estaban de malas, no había poder humano que calmara los trágicos pensamientos que rondaban sus cabezas. Si estaban de buenas, hasta lo hacían con gusto, a pesar de que su geminiana naturaleza hiciera que se aburrieran pronto y estuvieran a punto de abandonar en varias ocasiones. Aioros tampoco tenía problemas, además le gustaba el desafío. Aioria siempre tenía la misma actitud que Milo.
Pero ni modo. Eran Santos Dorados, y con la armadura y la admiración que despertaban, también venían las responsabilidades. Y una de ellas era: su Templo. O mejor dicho: el día de hacer quehaceres domésticos en sus pequeñas y muy antiguas guaridas. Y el día había llegado.
Sí, todos los Templos contaban con doncellas que los mantenían habitables. No tendían las camas, pero sí se encargaban de quitar el polvo, meter la ropa de los Santos a la lavadora y ya de paso, en casos como el de Milo, de sacar los alimentos con hongos, y demás cosas verdes o blancas creciendo sobre ellos, del refrigerador. El problema es que de todas maneras había cosas que los Santos tenían que hacer ellos mismos, como quitar las montañas de ropa sucia o bien, de nuevo como en el caso de Milo, guardar la ropa limpia en sus respectivos cajones. También sacar y lavar la montaña de platos y vasos que algunos tendían a acumular. Otros ponían en orden sus libros o sus hobbies. Y ya estando en eso, le daban el día a las doncellas y se dedicaban ellos mismos a barrer, trapear, quitar el polvo, sacudir, lavar los baños y demás cosas que todos los seres humanos detestamos hacer, pero que no nos queda de otra.
Alfa ya sabía que ese era el día, y en parte se alegraba, porque los entrenamientos quedaban suspendidos, y, al menos ella, no tenía muchas cosas qué arreglar en su habitación. Además contaba con la ventaja de que eran tres en el Templo de Géminis, y por lo tanto, las tareas se dividían. Aunque sí se sentía un tanto culpable por Alde, dado que ahora él estaba solo, y era mucho templo, por más grandote que estuviera el de Tauro.
¿Alguna vez se han imaginado a Saga barriendo? Bueno, éste es el momento. Les dejo unos segundos para crearse la imagen mental y reírse mientras les explico que el geminiano, por una vez en su vida, tenía el cabello amarrado. Kanon: la misma historia, pero él además se ponía el toque "piratón" con un paliacate en la cabeza. Además él no barría, si no que quitaba el polvo. Alfa, mientras tanto, pasaba la aspiradora por los sillones y la alfombra. Aunque también cabe mencionar que la chica de pronto se distraía de su labor. ¿Qué? Eran sus maestros, pero la joven tenía ojos y bien podía usarlos. En especial porque el exhibicionista de Kanon había decidido vestir no más una camisetita blanca, de esas sin mangas. ¿Por qué será que el blanco les queda tan bien a esos gemelos? Bueno, ya, está bien, la verdad es que les queda bien cualquier color. Sí, ya decía yo que no debía describir el aspecto de los gemelos en ese momento o si no terminaría no más hilando baba.
No era raro que alguno de sus compañeros, o ellos mismos, visitaran alguna de las otras casas porque se les había acabado su reserva de limpiador, detergente, cloro o cualquier cosa por el estilo. En general, nadie tenía problemas con compartir, todo sea por subir o bajar menos escaleras, no sea que alguna vez ellos también lo necesitaran. Aunque a ese respecto, he de decir que Alde era al que más trabajo le costaba decir que sí. No lo culpen, es Tauro y viene con el signo.
Las tareas domésticas, dependiendo de la cantidad de desorden existente, se podían extender durante todo el día, pero dado que en Géminis ahora había tres personas, acabaron pronto. Alfa regresó la aspiradora a su lugar mientras que Kanon iba a guardar la escoba y trapeador. Saga estaba sacando la basura. Cuando volvieron a reunirse los tres en la sala, ya casi era hora de comer.
—Chicos, les tengo una propuesta indecorosa.
Los gemelos la miraron.
—¿Qué tan indecorosa? —preguntó Kanon.
—Los invito a comer —contestó la chica con una enorme sonrisa.
Ambos gemelos se miraron y luego sonrieron.
—Si tú invitas, no tenemos manera de decir que no —contestó Kanon.
—Muy bien, pero ustedes nos van a tener que transportar, porque el lugar que tengo en mente no está aquí, de hecho está en una de las islas.
—¿Cuál? —preguntó Saga.
—Mykonos.
Los gemelos enarcaron una ceja pero asintieron. Al fin que la chica siempre los llevaba a buenos lugares. Primero fueron a darse un baño y arreglarse. No tardaron mucho tiempo dado que el hambre los apremiaba. Poco tiempo después se encontraron de nuevo en la sala, y ahí, Alfa le dio instrucciones a Saga para que los llevara a la isla.
Caía la tarde cuando llegaron gracias a un portal. Las calles pequeñas aún tenían gente paseando. Alfa no tardó en guiar el camino a un pequeño restaurante que se veía familiar. En cuanto la chica puso un pie adentro sonrió. Estaba como lo recordaba. De pronto reconoció al dueño, quien en ese momento se encontraba mirando por uno de los ventanales hacia la playa. Alfa se acercó a él.
—Una tarde justo como las que recordaba —dijo la chica una vez que se encontró a un lado del hombre.
El hombre, de unos 55 años, volteó a verla con una expresión de sorpresa que no hubiera podido ocultar por más que quisiera.
—¿Alfa? ¿Eres tú, hija? ¡Qué agradable sorpresa! —dijo con un vozarrón que podría competir con el de Aldebarán.
—¡Claro que soy yo, Dennis! —dijo la chica mientras ambos se abrazaban.
Saga y Kanon miraban la escena un poco más atrás con una sonrisa.
—Hace ya tanto tiempo, hija, ¿sigues viviendo en Atenas?
—Oh sí, sigo ahí, le dije que había llegado para quedarme.
—No nos quedaba ninguna duda. Tienes que saludar a todos.
—Claro que sí, a eso vine... bueno, a eso y a presumirle a mis acompañantes la comida de aquí.
—Con todo gusto. Sabes que siempre nos arreglaremos para darte lo mejor.
—Dennis, primero quisiera presentarte a mis amigos. Ellos son Saga y Kanon. Chicos, él es Dennis el dueño y fundador de este lugar.
Los tres se saludaron y luego de eso entraron a las cocinas, en donde una mujer de la misma edad que Dennis se encontraba supervisando, pero claro, olvidó todo lo que estaba haciendo en cuanto vio a la chica entrar. Más saludos siguieron por los siguientes minutos, cuando, además, se unió a ellos el hijo mayor de Dennis y la señora Rena: Elias. Hubo muchas sonrisas, bromas y abrazos. Poco después, los dueños del lugar junto con Alfa y los chicos, se encontraron sentados en la terraza, esperando la llegada de la comida. Alfa les contó a los señores Kokkotos que había estado viviendo en Atenas pero que ahora se encontraba en el Santuario de Atenea entrenando. El matrimonio se mostró algo sorprendido al saber que esos dos jóvenes que la acompañaban eran Santos Dorados, pero no les duró mucho la impresión y su naturaleza amigable se sobrepuso a la sorpresa. Para empezar la comida les ofrecieron Raki, y ninguno de los tres invitados dijo que no. Kanon era quien más rápido entraba en confianza y esa vez no fue la excepción. En muy poco tiempo ya se encontraba bromeando con la familia como si los conociera de siempre. A Saga le tomó un poco más de tiempo, pero tampoco mucho, la verdad es que se sentía a gusto y el Raki ayudaba a la causa. La comida estuvo espléndida. Un plato tras otro llegaba a la mesa mientras todos seguían brindando, pero ahora con un poco de vino de la casa. La tarde se les fue volando, al igual que volaron los platillos. Ya para despedirse, la joven prometió regresar a visitar pronto a la familia y a estar presente para la boda de Elías, que se llevaría a cabo apenas unos meses más tarde. La familia no la dejó irse hasta que le empaquetaron todo un festín para "la comida de mañana", una buena botella de vino, y así no más un tantito de Raki. Los tres regresaron bastante contentos al Santuario.
—Pero ¿cómo los conociste? —preguntó Kanon mientras los tres se encontraban en la cocina, guardando el enorme montón de comida que les habían dado.
—Poco tiempo después de que llegué a Grecia me dediqué a visitar lugares turísticos, luego empecé a conocer las islas. Cuando llegué a Mykonos ya casi no tenía dinero y un día llegué a comer a su restaurante. Obvio les llamé la atención por ir sola, y ya vieron cómo son. No tardaron en preguntarme y yo en contarles mi historia de cómo llegué a Grecia. Como que se compadecieron de mí y me ofrecieron trabajo en el restaurante. Lo cual les agradezco, me ayudaron mucho con el idioma, me dieron un lugar dónde quedarme, un trabajo y una familia adoptiva. Gracias a ellos pude regresar aquí y rentar el depa que tengo en Plaka.
—De verdad te quieren mucho. Qué bueno que no nos metimos a hablar sobre los entrenamientos o si no, no creo que Saga, por muy Santo Dorado que sea, hubiera salido vivo.
Kanon y Alfa rieron, aunque Saga se limitó a negar con la cabeza y sonreír.

Al final, el día de duras e inevitables labores Doradas no había terminado nada mal

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