De traidores

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Nuestros Santos se van a tener que mover bastante para lograr hacer algo, pero tienen primero que planear bien las cosas para que les salgan bien. Saori es un manojo de nervios, los Santos quieren repartir pataditas. Saga está a punto de mandar a otra dimensión a muchas personas y las chicas lo siguen pasando mal. Pero ya peor no les puede ir... ¿no? Tendrán que seguir leyendo para descubrirlo.

Alfa Lázcares

De traidores

Saga fue directo al hotel en el que se había quedado con Alfa en Interlaken. El pueblo estaba ahora libre de cosmos de renegados. Abrió la puerta de la habitación en donde todo estaba como lo habían dejado, con la excepción de que habían ido a arreglar la cama y a dejar café nuevo. Las cosas de la chica estaban ahí y por un momento sintió el ardor en los ojos que causan las lágrimas. Se esforzó en respirar profundamente, tenía un plan y lo iba a ejecutar. No había manera en la que dejara que lo derrotaran sin haber rescatado a su esposa y al resto. Se miró la mano. Apenas había pasado un par de días con ese anillo en el dedo, pero ya lo sentía parte de él y era muy extraño no llevarlo consigo. Fue a revisar las cosas que dejó ahí, como las identificaciones y demás papeles. También estaba su maleta con ropa y el auto debía seguir estacionado en donde lo dejaron. Guardó todas las cosas. Ese día lo dejaría pasar en Interlaken, y por la mañana se subiría al auto y comenzaría a manejar hasta Hamburgo. De ahí tomaría un vuelo hasta Estocolmo y ahí rentaría otro auto para llegar a Narvic. Todo el camino le iba a tomar al menos 4 días, pero necesitaba hacer tiempo y no quería sencillamente quedarse encerrado en alguna habitación de hotel. Manejando al menos sentiría que estaba haciendo algo y eso también le daría tiempo para pensar en todas las posibilidades y posibles escenarios. Y confiaba en que por las noches estaría lo suficientemente exhausto como para poder tirarse a dormir sin pensar en nada.
Se aventó en la cama, la verdad es que ya estaba cansado. Desde el día de la boda en el que había dormido un gran total de 3 horas que en sí no había dormido mucho y eso ya estaba empezando a afectarlo. De todos modos los pensamientos en su cabeza no le daban mucha tregua, pero al menos logró dormir un par de horas antes de salir a comer algo, a dar una vuelta por el pueblo, recordando que hasta hace no mucho tiempo todo había parecido estar en perfecto control. Quiso ir a asomarse a la cabaña abandonada, pero decidió en contra de ello, nada más sería torturarse a sí mismo sobre lo que pudo haber echo y eso no le iba a ayudar a nadie. Por cierto, su celular y el de Alfa eran no habidos. Quizá estarían tirados en la montaña. Suspiró. Al menos ahora tenía un pretexto. Ya era tarde y difícilmente vería algo, pero haría el intento.
No le tomó mucho tiempo llegar. Se puso a ver los alrededores y tampoco le fue difícil encontrar los lugares en los que habían peleado. Los árboles caídos y las marcas en el piso eran evidentes. Se acercó al lugar en el que estaba bastante seguro de que Alfa había peleado y, efectivamente, el celular de la chica había terminado ahí tirado. Lo levantó. Por supuesto estaba apagado. Lo guardó y decidió ver si encontraba el suyo. Recorrió el lugar por el que bajó corriendo tras escuchar el grito de su esposa. De pronto lo vio también. Le parecía increíble que ambos teléfonos estuvieran ahí, pero aparentemente nadie se iba a asomar a esos lugares y mucho menos estarían buscando celulares perdidos. El suyo también estaba apagado. Maldito iPhone y sus pilas de dos horas. Lo recogió también y ahora sí fue de regreso a su hotel.
Una vez en la habitación conectó ambos celulares y casi lanzó un suspiro de alivio cuando vio que ambos encendían. Sabía que la clave del teléfono de Alfa era su fecha de nacimiento, es decir, la de él, no la de ella. Lo puso y el teléfono se desbloqueó. Sin detenerse a pensarlo mucho se metió al álbum, porque había visto muchas veces a la chica sacar el teléfono y tomar fotos como cualquier turista. Incluso habían fotos de él y de ambos en la boda. Una vez más tuvo que reprimir el impulso de ponerse a llorar. Dejó el aparato a un lado, luego fue a asomarse a la ventana y más tarde se puso a revisar el suyo. Eran las 3 de la mañana cuando al fin consiguió quedarse dormido.

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