De mi miedo a las alturas, segunda parte

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Ah, las ideas. Por fin me decidí a qué hilo voy a seguir para este fic, y toda la idea tomó forma en mi mente gracias a que... me gusta torturar a Saga. Ni modo. Luego se lo compenso con chocolate, supongo. O un buen whiskey. He estado escribiendo como loca sobre esas ideas y de hecho lo estoy escribiendo todo en desorden, según mi musa se inspira, pero no me quejo, al menos se está inspirando, y eso es algo que tenía un buen rato que no le pasaba. Pero todavía falta un poco de tiempo para llegar al embrollo mayor. Al menos algunas pistas les iré dejando en un par de capítulos más. Por el momento las cosas siguen tranquilas en el Santuario, y todavía tenemos una boda a la cual asistir y unos cuantos entrenamientos qué ver.

Pobre Saga, eso le pasa por ser mi Santo favorito.

Alfa Lázcares


De mi miedo a las alturas, segunda parte


Habían ya pasado algunos días luego de la celebración. Por supuesto, la mañana siguiente había traído a muchos Santos crudos, pero ni modo. Así tuvieron que ayudar a limpiar y recoger todo y a dejar el Santuario como si nada hubiera pasado. Los entrenamientos y las actividades normales del Santuario se reanudaron hasta el día siguiente.
Saga había estado pensando en la manera de ayudar a su alumna con el tema "miedo a las alturas". Sí, había conseguido que la chica se moviera lo suficiente para salvarlo, y dado que ya lo había hecho una vez, no dudaba que, bajo circunstancias extremas, Alfa lo volvería hacer, podría retomar el control sobre su miedo y lograría pelear si fuera necesario, pero eso no era suficiente. Ella tenía que sobreponerse a ese temor, porque si no, tendría problemas. Le preguntó a Aldebarán sobre todo aquello y él le dijo que no sabía por qué Alfa tenía esa fobia, nunca se lo había dicho y había estado posponiendo el momento de ayudarla a superarlo, en primera porque no tenía mucha idea de qué hacer, y en segunda porque le había dado un buen susto la primera vez que la había llevado a entrenar cerca de un acantilado. La mujer se había puesto a temblar, llorar, murmurar incoherencias. Un ataque de pánico hecho y derecho. Cuando al fin logró calmarla, ella no pudo contestarle el por qué se había puesto así. Lo achacaron a una de esas fobias que la gente tiene, sin explicación alguna.
Así que otro día, Saga de nuevo la llamó y le dijo que tenían que encontrar la manera de ayudarla. Alfa básicamente le suplicó que no volviera a hacer un numerito como el de la vez pasada. Saga le dijo que no pretendía hacer algo similar de nuevo, al menos no por el momento. De todos modos la tomó de la mano y abrió un portal. Esta vez el portal los llevó a la cima del acantilado que daba a la última playa del Santuario. Se aseguró de no estar muy cerca de la orilla, pero sí lo suficiente para que pudieran ver lo que estaba unos metros más adelante. Alfa le aferró la mano.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Alfa sin muchas ganas de conocer la respuesta.
—Hablar. Siéntate —dicho esto se sentó en el lugar en el que estaban. Alfa lo imitó. —No tienes idea de por qué le temes a las alturas.
—No. Siempre ha sido así. Lo raro es que no le temo a las alturas en general. Me puedo subir a un avión sin ningún problema. También he estado en edificios altos y no me he sentido mal. Vaya, mi departamento tiene un balcón y me gustan. He estado en Santorini sin mayores problemas. Mientras haya una barrera entre mi y el vacío estoy relativamente bien. Me sudan las manos y toda la cosa, pero no me da pánico. Es nada más cuando estamos en lugares como este en donde no me puedo sujetar de nada, no hay una barrera delante de mi. No sé. Siento que estoy cayendo y no hay nadie que pueda ayudarme. No hay más qué decir al respecto.
—Pero ahora sabes que no te va a pasar nada. Tienes un cosmo y sabes cómo usarlo. Gracias a eso puedes detener tu caída, puedes saltar desde aquí sin que te pase nada. No necesitas de una barrera física que te detenga, lo que necesitas está dentro de ti.
—Y racionalmente lo sé, pero... —negó con la cabeza y se quedó viendo hacia el barranco, como pensando en algo. Se mordió el labio inferior mientras Saga la observaba curioso.
—¿Qué pasa?
—A veces tengo un sueño. Siempre lo he tenido, desde que tengo memoria. Es uno de esos sueños recurrentes que no te dejan en paz.
—¿De qué trata?
—Estoy en un lugar como este. De hecho en un lugar muy parecido a este. Pero supongo que de estos lugares hay muchos en todas partes. El caso es que, estoy ahí, pero no soy yo, o al menos no me reconozco. Supongo que tenía como 5 años la primera vez que lo soñé y en mi sueño era una adulta, quizá de la edad que tengo ahora o un poco más joven, no lo sé. Estoy usando un vestido que no tengo. Y estoy en la cima de un acantilado que da al mar. Es de día, aunque ya muy tarde, de hecho el sol se está poniendo. No hay nubes en el cielo, hace mucho viento y las olas rompen con fuerza ahí abajo. Se escucha un estruendo cada que lo hacen. Y estoy llorando. No tengo idea de por qué, pero estoy llorando, y me siento sola, triste, traicionada. Como que no hay nada más en este mundo para mí —y sin notarlo siquiera, había comenzado a llorar. Saga le tomó la mano sin dejar de verla, ella pareció no darse cuenta del gesto, seguía con la mirada fija en el horizonte. —No sé cuánto tiempo estoy ahí, de pronto escucho que alguien llama mi nombre, aunque no es mi nombre. Nunca lo recuerdo al despertar, pero sé que una voz de hombre me llama y yo no volteo a verlo. Luego de eso es cuando sé que he tomado la decisión y salto al vacío. Y ahí es cuando me despierto. Tuve ese sueño durante años, luego dejé de tenerlo por mucho tiempo. Regresaron cuando vine a a Grecia. Eso es todo lo que puedo decirte de mi miedo a las alturas. Aparentemente les tengo miedo debido a un sueño recurrente que he tenido toda la vida.
—Quizá tienes miedo de que algún día vayas a tomar esa misma decisión.
—No. No creo. Nunca he tenido tendencias suicidas. No me imagino a mi misma en una situación tan... desoladora como la del sueño. Tan vacía.
—¿Alguna vez has hablado de esto con alguien?
—Sí. Con mi madre, varias veces, pero lo único que ella me llegó a decir fue que nada más es un sueño y que dejara de ver esas películas. Nunca he visto una película en la que alguien se suicide saltando de un acantilado, por cierto. Fuera de eso no, con nadie.  Nunca he ido con un psicólogo, si es que te lo estás preguntando. No es como que esto alguna vez me haya impedido vivir una vida normal, y si no pienso en ello, ni siquiera lo noto. De todas maneras te agradezco lo que hiciste. Si bien tu método fue muy poco ortodoxo, te concedo que, al menos, así me di cuenta de que puedo moverme si la situación lo necesita, pero sigo sin querer acercarme al borde por cuenta propia.
—¿Confías en mi?
—La última vez que te dije que confiaba en ti, terminaste saltando por un acantilado, así que no estoy muy segura de confiar en ti cuando tenemos uno a unos cuantos metros de distancia.
Saga sonrió y se levantó, luego la ayudó a levantarse también. No le había soltado la mano.
—No voy a saltar. Confía en mí —y le tomó la otra mano.
Así, muy lentamente, comenzó a caminar a la orilla. Alfa tragó saliva con fuerza y respiró hondo. A cada paso que daban lo sujetaba con más fuerza, pero contrario a lo que se imaginó, Saga no llegó al borde, se detuvo como a un metro, y cuando estuvo ahí le rodeó la cintura con los brazos e hizo que ella se colocara delante de él. Alfa se aferró a los brazos que la sujetaban por la cintura y pegó su espalda contra el pecho de Saga.
—No te va a suceder nada —le dijo. —Nada más estamos aquí admirando el paisaje.
—Podíamos admirarlo perfectamente desde donde estábamos —rezongó ella en voz muy baja, porque no le salía a más volumen.
Había comenzado a temblar y Saga estaba seguro de que si no la calmaba al menos un poco, empezaría a llorar. Encendió su cosmo tan solo un poco para que lo sintiera, para que la rodeara y se sintiera segura. Alfa respiró profundamente un par de veces, sí, su cosmo la calmaba, pero de todas maneras estaban muy cerca del borde. Saga no cedió. Se quedaron ahí, sin moverse, un buen rato. Saga comenzó a hablar de las veces en que Kanon y él habían intentado escalar esa y muchas otras paredes similares. Siempre era un reto, ninguno de los dos quería perder, y con todo el dolor de su orgullo y su corazón, admitió que Kanon le ganó más de una vez en esas competencias. Luego, años después, cuando el resto de los Niños Dorados fueron lo suficiente mayores, Milo y Aioria habían empezado a hacer lo mismo, el problema era que los niños habían empezado a escalar cuando eran mucho menores de lo que él y Kanon lo habían sido, así que ese par de mocosos les habían dado una buena cantidad de sustos, en especial en aquella ocasión en la que habían intentado escalar la estatua de Atenea del Templo Principal. Con ese último comentario logró que Alfa dejara escapar una leve risa. Eso lo consideraba misión cumplida. Ninguno de los dos se dio cuenta del momento en que la joven había dejado de temblar. Saga se apresuró a abrir un portal justo a su lado. Quería terminar en ese momento, en el que ella estaba relativamente tranquila. Alfa vio el portal y luego sintió como él la empujaba suavemente en esa dirección. Aparecieron dentro de la Sala de Batallas de Géminis. Alfa exhaló un suspiro.
—¿Te sientes bien? —le preguntó el de Géminis mientras la miraba a los ojos.
—Estoy bien —contestó.
Saga asintió.
—Vamos a tener que regresar. Lo sabes. Tenemos que tener esto bajo control. Quién sabe, igual y lo logramos y un día terminas tirándote de un bungee —le dijo con una sonrisa y Alfa rió.
—Sí, seguro.
—Soñar no cuesta nada. Vamos, es hora de comer y me estoy empezando a morir de hambre —dicho eso comenzó a alejarse en dirección a los privados.
Alfa se quedó en su lugar un momento. Luego se dio cuenta. ¿La había estado abrazando? Todo ese tiempo en la cima del acantilado él la había estado abrazando y ella, la muy tonta, ni se había dado cuenta por el pánico que tenía. Ugh. Malditos traumas de la infancia.

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