De cuando me contaste tu historia por primera vez

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Pues resulta que Don Kurumada Sama Sensei decidió publicar al fin la primera parte de Origins en donde se supone que nos va a explicar el lío sobre Saga y sus problemas mentales. Resulta que siempre sí estaba poseído el gemelo, kinda sorta, más o menos. El caso es que a mí siempre me gustó la idea de que Saga estuviera poseído porque la onda de las personalidades múltiples nunca me gustó. El fandom siempre (okay, no SIEMPRE, pero desde hace mucho) se formó esta teoría de que era Ares el culpable y la verdad es que esa idea me gusta mucho. Bueno, pues este capítulo es uno, de nuevo, que fue escrito hace infinidad de años y ocupé la idea de Ares. Así que aquí lo tienen. Mi muy personal explicación de lo que hizo Saga y por qué lo hizo. Si tan solo Kuru hubiera publicado su historia hace muchos años jajajaja. En fin. Aquí se los dejo. Seguimos haciendo sufrir al gemelo mayor.

Alfa Lázcares


De cuando me contaste tu historia por primera vez



Alfa terminó de subir las escaleras y se adentró en el Templo de Géminis. Pasaban de las ocho de la noche y había bajado a la ciudad a hacer unas compras de emergencia: llevaba una bolsa de papel en los brazos. Algunas luces estaban encendidas.
—¿Saga? —llamó al llegar a la sala.
—Aquí —el Santo salió de la cocina con una botella de agua entre las manos.
Alfa dejó la bolsa en la mesa de centro.
—¿Tienes algún plan para esta noche?
Saga enarcó una ceja, miró la bolsa y luego a la chica. Terminó por negar con la cabeza. Alfa tomó asiento y le hizo un gesto para que él también se sentara. El Santo ocupó el sillón frente a ella.
—¿Qué sucede? —preguntó al fin.
—Tenemos que hablar.
—¿De qué?
—De ti.
Saga sonrió con ironía.
—¿De mí?
—Sí.
Alfa sacó el contenido de la bolsa. Eran dos botellas de whiskey. La joven procedió entonces a abrir una de ellas, ante la mirada de Saga.
—¿Y para hablar de mí me piensas emborrachar?
—No hay manera que digas lo que tienes que decir estando en tus cinco sentidos.
Alfa le dio un trago a la bebida y se la pasó a Saga. Él la tomó, la miró, se encogió de hombros y también le dio un trago. Luego dejó la botella sobre la mesa. Alfa lo miró a los ojos.
—¿Hace cuánto tiempo fuiste Patriarca?
—Hace unos quince años.
—Con sólo quince años. Eras un niño.
Saga se encogió de hombros. Alfa volvió a tomar la botella y le dio otro trago. El Santo la imitó.
—Y hace casi tres años que volvieron a la vida. ¿Le temes a la muerte?
—Algún día volverá a suceder, no puedo hacer nada para evitarlo. Tampoco son  sensaciones que me guste recordar, en especial bajo las circunstancias en que... morí —Saga volvió a tomar la botella y le dio otro trago. —Suena extraño, ¿no?: morí. Pero así fue, y en dos ocasiones.
—No puedo siquiera llegar a imaginarlo.
—No lo hagas. No es agradable.
—Pero la primera vez que te revivieron, antes de morir, te consideraron un héroe.
Saga sonrió con ironía.
—Y tú no te consideras tal cosa.
—No.
—¿Por qué no? —preguntó Alfa luego de dar otro trago.
Saga también tomó uno antes de contestar.
—Porque no hice nada extraordinario.
—¿Seguro?
—Hice lo que debía hacer.
—Tomaste tu propia vida para frenar al Dios de la Guerra. Te enfrentaste a tus propios amigos para salvar a tu Diosa. ¿Eso no te parece heroico?
—No considero el suicidio como un acto de heroísmo. Me enfrenté a mis amigos y maté a uno de ellos usando la más despreciable de las técnicas. Lo único que demostré en ese momento fue mi cobardía.
—¿Es así como te ves a ti mismo? ¿Como un cobarde?
Saga dio otro trago, luego asintió. Alfa dio un trago también. Se quedó en silencio un momento.
—Entonces lo que estoy pensando tiene fundamento.
Saga la miró y enarcó una ceja.
—Ares.
El joven le dio un par de tragos al whiskey.
—Todavía no estoy lo suficiente ebrio como para hablar de eso.
Alfa sonrió, tomó otro trago.
—Bien, no llegaremos aún a "eso". Pero permíteme preguntarte: ¿cómo fue? ¿Qué sentiste? Y no me refiero a las cosas que llegaste a hacer, sino a las sensaciones. El hecho de que alguien más controle tu cuerpo.
Saga dio otro trago mientras recordaba. Abrió la boca pero se lo pensó un poco más. Al fin asintió.
—Es muy extraño. Es decir, tú estás sola aquí —señaló su cabeza. —Eres una entidad, una consciencia. Ni siquiera tienes que pensar de forma consciente que quieres levantar la botella o dar un paso. En aquel tiempo... me sentía... invadido de cierta manera que no podrías imaginar.
—¿Estabas consciente?
—La mayor parte del tiempo: sí. Veía lo que estaba sucediendo y era frustrante. Tenía que usar una gran parte de energía para recuperar el control, y no siempre lo lograba, aunque no siempre lo intentaba tampoco. Y algunas veces prefería sumirme en un estado de inconsciencia. Aprendí a hacerlo luego de un tiempo —volvió a dar un trago y le pasó la botella a Alfa quién también bebió.
—¿Podías... escuchar los pensamientos de Ares?
Saga negó con la cabeza.
—No si él no quería que me enterara.
—¿Y él los tuyos?
—No si yo no quería... al menos luego de un tiempo. Al principio sé que de vez en cuando sí pudo escucharme.
—Pero había momentos en que podías recuperar el control, ¿no?
—Sí. Y no era fácil, pero tampoco tan complicado como muchos suponen.
Ambos se quedaron en silencio un momento. Saga ya se imaginaba a dónde quería llegar la chica. El alcohol ya había llegado a su cerebro y su subconsciente gritaba porque al fin la joven hiciera la pregunta. El hombre tomó la botella, volvió a dar un par de tragos y se la pasó a Alfa. Ella lo miró a los ojos. Dio un trago. Se apoyó en el respaldo del sillón sin alejar su mirada de él.
—¿Por qué tú? ¿Lo sabes?
Saga volvió a sonreír con ironía.
—No tenía mucho de dónde elegir. Estábamos Aioros, Shura y yo. Y Shura era muy joven.
—¿Por qué no Aioros?
Silencio. Saga volvió a beber. Quería evitar la pregunta y no. Quería olvidar la respuesta. Quería mentir, pero no iba a poder.
—Porque Aioros no ansiaba, deseaba, ni quería el poder tanto como yo... y el hecho de que yo estuviera loco supongo que ayudó a la causa.
Alfa sonrió, bebió, le entregó la botella y lo observó mientras daba un trago. Saga la miró a los ojos.
—Haz la pregunta —le dijo.
Alfa bajó la mirada, jugó con sus dedos, se mordió el labio inferior y terminó exhalando un suspiro. Volvió a mirarlo a los ojos, luego se levantó de su lugar y fue a sentarse junto a Saga. El Santo miraba la botella que aún sostenía entre sus manos.
—Estuviste de acuerdo en que Ares usara tu cuerpo como contenedor para su alma.
Saga asintió con la cabeza.
—¿Cómo fue?
El joven dio otro trago, exhaló un suspiro mientras recordaba. Alfa tomó la botella y dio un trago.
—Sucedieron demasiadas cosas en muy poco tiempo. Shion nos habló a Aioros y a mí del próximo advenimiento de Atenea. Ese mismo día nos dijo que pronto dejaría su cargo. Atenea reencarnó y Shion eligió a Aioros como su próximo sucesor. Kanon entonces me habló de su plan para asesinar a la Diosa y yo lo encerré en Sounión. Ahora te diré algo: casi todo el Santuario, menos Atenea y Shion, creen en una mentira. Todos creen que no fui yo quien mató al Patriarca, sino Ares. La verdad no es esa. Subí a Star Hill como yo mismo. De verdad quería saber por qué Shion había elegido a Aioros y no a mí, siendo que yo era mayor y más poderoso. Me dijo que había algo en mí, algo que no le gustaba, algo a lo que le temía. En pocas palabras no confiaba en mí. Y tenía razón. No puedo llegar a explicar las cosas que pasaron por mi mente en ese momento. Cosas como que aquél hombre que consideraba mi padre fuera incapaz de confiar en mí cuando jamás le di motivos para dudar. El hecho de que fuera un viejo incapaz de ver la realidad. Sentí coraje, rabia, impotencia. Me sentí como un niño de cinco años. Pero sabía que no lo era. Así que lo maté. Yo. No Ares. Él no tuvo nada que ver con la muerte de Shion. Fui yo quien en un arranque lo asesinó, a sabiendas de que era una pelea desigual. Lo maté y cuando vi su cuerpo sin vida, por un momento al menos, no sentí arrepentimiento. Y Ares estaba enterado. El muy desgraciado llevaba años vigilándome. Años. Y yo nunca lo noté. Hasta más tarde esa misma noche. Fue la primera vez que oí su voz. Me dijo que yo era poderoso, que sin el Patriarca, yo podría ocupar su lugar. Un lugar que por derecho me correspondía. Me dijo que ser Patriarca era mi destino, que estaba escrito en las estrellas. Me dijo que juntos podríamos tener no sólo al Santuario, sino al mundo de rodillas a nuestros pies. Y acepté. Acepté no por las burdas promesas que me hacía, sino porque yo tenía la convicción de que sería capaz de dominarlo. Lo que quería era su poder, el poder de un Dios. Entonces sí sería invencible, mi poder combinado con el suyo. Tampoco me interesaba mucho la promesa de "tener al mundo a nuestros pies", yo sabía perfectamente que pronto Hades regresaría a esta Tierra y tenía la convicción de que nadie más que yo sería capaz de detenerlo. Atenea sería aún demasiado joven, ¿qué podría hacer una niña en contra del dios del Inframundo?, la respuesta es que nada. Por eso estaba consciente la mayor parte del tiempo. Porque cualquier cosa que Ares quisiera hacer, tendría que pasar por mí. Fui ingenuo. La verdad de las cosas es que es un Dios y tiene un poder inimaginable. Muchas veces se la puse difícil, pero muchas otras fui derrotado. Esa es la verdad de las cosas.
—Y por eso te arrepientes. Por eso cargas aún con la culpa de lo que sucedió en el pasado.
—¿Cómo no sentirlo así? Yo le di el pase a Ares, yo accedí por la misma búsqueda de poder por la cual había encerrado a Kanon en Sounión. ¿Cómo volver a verlo a los ojos luego de lo que pasó? ¿Cómo ver a nadie a la cara? ¿Cómo seguir portando la armadura de Géminis luego de todo aquello?
—Pero ninguno de los otros te culpó.
—Pero no saben toda la verdad. Conocen sólo una verdad a medias, matizada con una mentira.
—Shion conoce toda la verdad y sé que no te culpa. Y aún así, si lo llegó a hacer, ya te ha otorgado su perdón, ¿no es así? Lo mismo sucede con Atenea. Tienes el perdón de tu Diosa, y eso debería ser muy importante.
Saga asintió con la cabeza.
—También Kanon ya te ha perdonado, así como tú a él, ¿no? Me dijo que tuvieron una larga plática y que se habían perdonado el uno al otro.
—Así fue —contestó antes de dar otro trago.
—Pero el problema no es el perdón de los demás, sino el perdón hacia ti mismo.
—Eso mismo.
—¿Qué te lo impide?
Saga sonrió con ironía.
—Si lo supiera, ya hubiera buscado una forma de solucionarlo.
—Me parece que lo sabes. Quizá de una manera subconsciente, o tal vez no quieres decírmela, y está bien. Pero creo que sí lo sabes. Acéptalo. No para los demás, sino para ti.
Alfa se levantó. Para llegar a su habitación, debía pasar por detrás del sillón, cuando lo hizo, puso su mano sobre el hombro de Saga y le dijo al oído:
—Y si quieres, acábate la botella, pero la otra la dejas para otro día.
Saga volteó a verla, la tomó de la mano un segundo y sonrió.
—Gracias.
Alfa le respondió la sonrisa, luego lo dejó a solas y Saga se quedó ahí la mayor parte de la noche, y se acabó la botella. La chica tenía razón, sí sabía qué era lo que le faltaba para poder perdonarse, pero no estaba seguro de querer dar ese paso aún. ¿Por qué? Ni él mismo lo comprendía. O quizá sí lo comprendía, pero no quería terminar de aceptarlo. Habían muchas cosas dando vueltas por su cabeza. Cosas que lo mantuvieron despierto toda la noche, aún después de que la habitación en la que se encontraba empezara a dar vueltas. Se fue a acostar luego de ver el amanecer.
Durmió hasta tarde, hasta cuando al despertar los rayos del sol insistían en darle de lleno en la cara. Se levantó con cuidado, sólo para irse a tumbar al diván. Miles de hombrecitos martilleaban su cerebro. Cerró los ojos. Quería seguir durmiendo. Sus planes se vieron frustrados cuando escuchó que llamaban a su puerta. Murmuró un "adelante" y Alfa entró. La chica mostraba una irónica sonrisa.
—¿Resaca?
Saga abrió apenas un ojo.
—No se la deseo ni a Ares.
—Voy a ver a Vivien. Hay comida en la cocina por si te da hambre. Te dejo un súper Gatorade para la cruda y un par de aspirinas. Regreso al rato.
Saga asintió. Alfa salió de la habitación y él no tardo en destapar el Gatorade y tomarse las pastillas. Maldita sea la hora en que decidió que terminarse la botella él solo era buena idea.

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