De cuando decidiste irte

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Pues resulta que tanto maltrato psicológico sí le pegó al buen Saga y ahora necesita unas vacaciones... ni modo. La idea de las "vacaciones" de Saga me vino bastante tiempo después de que empecé a escribir esta historia, tanto así que no lo publiqué, o al menos no que yo recuerde jajaja, pero sí escribí un par de capítulos al respecto y pasé AÑOS buscando una isla griega con algún pueblo como el que veía en mi mente. Long story short es que no lo encontré y tuve que usar otra. Pero bueno, para llegar a ese capítulo todavía falta un poco. Mientras tanto... Saguchis se nos va del Santuario.

Alfa Lázcares


De cuando decidiste irte


Alfa estaba notando que algo no estaba del todo bien con su maestro. No es que luego de la pelea se hubieran alejado, porque no era así, seguían siendo buenos amigos, la pasaban bien juntos como maestro y alumna y les gustaba reunirse y platicar de cualquier cosa. Pero había algo. Es de esas cosas que las mujeres tienden a saber de la otra persona, pero que por alguna razón esperan estar equivocadas y le echan la culpa a las hormonas. Pero las hormonas le decían que quizá, solo quizá, la experiencia con la ilusión y lo que vieron en ella tenía que ver con el ánimo cada vez más taciturno del Geminiano. No es que Saga fuera en general muy hablador o demasiado extrovertido, pero en las últimas semanas había notado que sí estaba más retraído de lo usual y eso estaba empezando a preocuparla, porque ya no podía seguir inventándole pretextos. Se preocupó aún más cuando Kanon le confirmó que él había estado notando lo mismo y que hasta él comenzaba a preocuparse. Eso nunca podía ser bueno. Alfa estaba esperando la oportunidad perfecta para acercarse al de Géminis y hablar con él. Quizá hasta sería necesario destapar la otra botella, pero tenía que hacerlo hablar o sus nervios terminarían por traicionarla. Pero como suele suceder cuando se planean por demasiado tiempo las cosas, la plática nunca sucedió.

Eran las tres de la tarde y Alfa y Kanon acababan de regresar al Templo de Géminis. Habían pasado toda la mañana haciendo rondas y vigilando soldados. Kanon le había pedido que lo acompañara. Cuando, durante el desayuno, le contaron los planes a Saga, este accedió sin ningún problema. Ambos se dirigieron a la cocina, esperando encontrar a Saga ahí, pero no estaba. Tampoco había comida hecha o rastros de que Saga hubiera comido ahí, así que eso encendió pequeñas alarmas en sus cerebros. Kanon fue a buscar a Saga a su habitación, pero no lo encontró. Cuando regresó a la cocina, Alfa seguía ahí, sentada en una silla, con una botella de agua destapada, pero llena. Se acercó y le dijo que no lo había encontrado, pero no dijo más porque en ese momento sintió el cosmo de su hermano llegando al templo. Ambos sintieron cierto alivio y al menos Alfa se sintió un poco tonta por preocuparse. No pensaba que Saga fuera a saltar de un precipicio en algún futuro cercano y era perfectamente normal que el chico saliera del templo si no tenía alumna qué entrenar ese día. Kanon se sentó junto a Alfa a esperar la llegada de su gemelo. Saga no tardó en entrar a la cocina y les dedicó una sonrisa triste.
—¿Pasa algo? —preguntó Kanon luego de unos segundos de incómodo silencio.
Saga no contestó de inmediato, en cambio fue a sentarse frente a ellos y exhaló un suspiro para luego mirar a la ventana.
—¿Saga? —preguntó esta vez Alfa.
—Sí pasó algo —contestó Saga sin voltear a verlos. —Tenemos que hablar.
Ah, las palabras mágicas. No hay persona en este mundo que no sepa que luego de el odioso "tenemos que hablar" vienen malas noticias. Kanon y Alfa permanecieron en silencio. Alfa con un nudo de ansiedad en el estómago y Kanon empezó a tamborilear sus dedos en la mesa. Saga volvió a exhalar un suspiro, luego bajó la mirada a la mesa frente a él. Ya saben, esas acciones que uno hace cuando no quiere hablar pero no tiene opción.
—Vengo de hablar con Shion y Atenea —comenzó aún sin mirarlos. —Fui a hablar con ellos porque necesitaba pedirles un permiso. Les pedí permiso para salir del Santuario. Indefinidamente.
Silencio. Ese incómodo silencio luego de que se reciben malas noticias. Alfa negó con la cabeza sin terminar de entender. ¿Salir indefinidamente del Santuario? Eso no tenía sentido. Kanon recuperó el habla más rápido que ella.
—¿Estás renunciando a ser Santo? ¡Eso es una estupidez!
—No, Kanon, no estoy renunciando a ser un Santo. Tan sólo necesito tiempo y definitivamente no lo voy a obtener estando aquí.
—¿Tiempo para qué?
—Para mi, Kanon, para pensar. Para resolver lo que tengo en la cabeza. Para hacer las pases conmigo mismo, si es que eso es siquiera posible. Tiempo alejado de este lugar en donde me siento asfixiado. No puedo ser un Santo, jurar lealtad a Atenea y a sus ideales, cuando yo mismo no me siento capaz de cumplirlos. Y seamos sinceros, no estoy haciendo demasiado aquí. No estoy siendo un gran maestro para Alfa, no tengo cargos que alguno de ustedes no puedan hacer. No soy indispensable en este lugar. Se las pueden arreglar sin mi.
—¿Así es como le pagas a la Diosa lo que ha hecho por nosotros?
—¿Siendo un cobarde, quieres decir? No es un secreto para nadie que lo soy. Sí estoy en deuda con ella y mi miserable vida no es suficiente para pagarle. Quiero ser un Santo, Kanon, quiero seguir sirviendo a Atenea, pero en este momento no puedo. Y no puedo porque no me siento capaz.
Alfa comenzaba a marearse y el nudo de su estómago se hacía a cada segundo más presente.
—Y lejos del Santuario planeas encontrar eso que buscas —dijo Alfa por fin. —Crees que un tiempo alejado de nosotros va a lograr que encuentres eso que estás buscando, ese perdón.
—No estoy seguro de poder encontrarlo fuera del Santuario, pero estoy bastante seguro de que adentro no lo voy a lograr.
—¿Y si no lo encuentras? —preguntó Kanon.
—Si no lo encuentro vendré a pedir el perdón de Atenea y me alejaré del Santuario por siempre.
Así. Tan simple. Tan directo. Tan firme. De cierta manera: tan cínico. O al menos, en parte, así fue como lo sintieron. Kanon soltó un exasperado suspiro y golpeó la mesa con la mano. Alfa se miró las manos. El silencio cayó de nuevo sobre ellos, más tenso que nunca.
—¿Puedo preguntar qué hay de mí? —dijo Alfa sin levantar la mirada.
Saga y Kanon voltearon a verla. Por alguna razón, su pregunta se sintió más personal que el simple hecho de que la joven se preguntara quién sería ahora su maestro.
—Shion me pidió que te preguntara, Kanon, si puedes seguir con su entrenamiento. De cualquier manera, Alfa, no me necesitas.
La joven levantó la mirada y enarcó una ceja. Quiso replicar que eso lo decidía ella, no él. Ya eran muchas cosas fuera de sus manos como para también aceptar que alguien le podía decir qué necesitaba y qué no. Negó con la cabeza.
—En tal caso, no tengo quejas —dijo al fin. —Pero sí tengo preguntas. ¿Qué planeas hacer una vez que pongas un pie fuera de este lugar? Porque lamento romper tu burbuja, pero el mundo de allá afuera no es como el de acá adentro. Y en serio dudo que quieras ir por el mundo proclamando que eres un Santo. ¿Tienes algún plan para tu vida?
—No —fue toda la respuesta.
Alfa asintió.
—¿Tienes dinero? ¿Algún lugar en dónde caer? ¿Piensas andar de vagabundo por las calles de Atenas?
—No pienso quedarme en Atenas.
—O sea que sí tienes un plan.
—Irme a alguna isla. No planeo tampoco salir de Grecia. Pensé ir a algún campo de entrenamiento, pero la verdad es que tampoco quiero eso. No quiero seguir viviendo como Santo. Al menos no por el momento.
—Piensas estar de civil. Entonces en serio necesitas un plan para tu vida, Saga. El mundo de allá afuera no es tan fácil como crees.
—Me las arreglaré.
—Supongo que todas las decisiones están tomadas. Si quieres puedes ir con los señores Kokkotos, al menos de momento. No creo que ellos te nieguen un lugar para dormir al menos un día, y conocen gente. Te pueden decir a dónde ir —la chica se levantó y caminó a la salida, pero en la puerta preguntó —¿Cuándo planeas irte?
—Mañana temprano.
—Espero al menos que te despidas —con eso se fue.
Saga volteó a ver a su hermano, quien se había quedado mudo durante los últimos minutos.
—No puedo decirte que apoyo tu decisión, Saga, ni que estoy, siquiera de lejos, de acuerdo. O que te entiendo. Pero eres mi hermano y no voy a detenerte tampoco si crees que esto es lo mejor para ti.
—No lo decidí de la noche a la mañana. Llevo tiempo pensándolo.
—Que así sea entonces —Kanon también se levantó y salió de la cocina, dejando a Saga solo.
Bueno, no había ido tan mal como había esperado. O eso quería creer. Al menos no iba a ser él quien le diera la noticia a todos los demás. Y en sí tampoco había tenido que dársela a Alfa y Kanon, pero decidió hacerlo.
Alfa salió del templo y sin siquiera pensarlo se dirigió al bosque del Santuario. Con suerte encontraría a alguna de sus amigas ahí, pero no estaban. De todos modos se quedó. No sentía ganas de llorar, no sentía ganas de nada. Estaba aún negándose a sí misma que esa conversación había sucedido. No podía creerlo. Debía ser una mala broma de los Dioses. Regresó un par de horas después al Tercer Templo, pero lo encontró vacío. Fue a darse un baño y luego se quedó encerrada en su cuarto. Ni ganas de comer tenía. Aunque tampoco tenía ganas de dormir o de hacer nada. Terminó por agarrar un libro y se puso a leer en voz alta. Al menos así le impedía a su cerebro concentrarse en pensamientos que no la llevarían a nada.
Salió de su cuarto a las 8 de la mañana. Kanon estaba en la cocina, desayunando, y podía escuchar movimiento del cuarto de Saga. Fue a sentarse junto a Kanon. En realidad estaba pasando. No había sido un mal sueño. Menos de cinco minutos después, Saga salió de su cuarto y se dirigió a ellos. Tenía dos mochilas con él. Alfa lo miró. Ninguno sabía muy bien qué decir. Al final la chica se levantó y se acercó al Santo. Saga la miró a los ojos y ella lo abrazó. Él le regresó el abrazo.
—De verdad deseo todo lo mejor para ti, Saga de Géminis. Hasta que mis ojos vuelvan a verte. Y que Niké te corone.
—Gracias. Y quiero saber cuánto has mejorado cuando regrese.
Alfa rompió el abrazo y lo miró de nuevo. Asintió para luego volver a sentarse en donde había estado. Kanon ya estaba de pie. Estrechó la mano que su hermano le ofrecía para luego darle un corto abrazo.
—Más te vale que todo esto sea para bien, Saga. Y también te deseo suerte. Que Niké te corone, hermano.
Saga asintió y sonrió.
—Cuida de mi alumna —fue lo último que dijo antes de salir del Templo y luego del Santuario.

Kanon volteo a ver a Alfa, quien, ahora sí, estaba llorando. Se sentó junto a ella y le rodeó los hombros con un brazo. Sabía bien que esas lágrimas iban más allá del perder a su maestro o a su amigo, aunque fuera algo temporal.
El anuncio de que Saga de Géminis había salido por tiempo indefinido del Santuario y por razones personales, se dio esa misma tarde. Kanon y Alfa se la pasaron compartiendo el silencio en alguna de las playas alejadas del Santuario. Bien sabían que todas las miradas se iban a dirigir a ellos y que más de uno les querría hacer preguntas y ellos no querían ni podían contestarlas. Regresaron al Templo bien entrada la noche. Mu y Aldebarán los vieron llegar, pero ninguno dijo nada.

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