Cuatro

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- A veces bebo solo, en casa.

- Qué bueno, te felicito.

- ...

- Qué quieres que te diga, ¿que eres mi héroe?

- No, sólo era un comentario.

- Bueno, gracias por la confianza.

- ¿Lo has hecho?

- Qué.

- Beber solo, en casa.

- ¿En la tuya?

- ...

- Jajajajaja...

- En serio, ¿lo has hecho?

- Sí, algunas veces.

- Y qué piensas.

- Nada. Qué habría de pensar al respecto.

- ¿No te parece deprimente?

- A mí, no.

- Pues es deprimente.

- No, por qué.

- Porque estás solo.

- Y eso qué.

- Pues que generalmente la gente bebe, al menos, acompañada de alguien más.

- Conmigo me basta.

- Es decir que lo haces seguido.

- Momento, yo no dije eso.

- Pues suenas muy convencido.

- Convencido de qué.

- De que bebes solo y de que eso es bueno.

- Jamás dije eso.

- Pues eso se entiende de tus palabras.

- Eres un imbécil.

- Todos lo somos.

- Pues me parece que tú encabezas al grupo.

- Y qué sientes.

- Qué siento de qué.

- Al beber solo.

- Nada, qué habría de sentir.

- No sé, por eso pregunto.

- ¿Qué sientes tú?

- No sé, feo.

- ¿Qué sientes tú?

- ...

- ...

- No sé, es deprimente.

- ¿Qué putas sientes, cabrón?

- Soledad.

- Qué más.

- Vergüenza.

- Qué más.

- Coraje.

- Qué más.

- Miedo.

- Qué más.

- Tristeza.

- Y entonces por qué putas lo haces.

- No sé, todo comenzó como un juego, un experimento.

- No digas pendejadas.

- No son pendejadas, es la verdad.

- Bah...

- Es la verdad. Un día llegué a casa y de una fiesta de días pasados alguien había dejado una botella de ron.

El libro de las conversacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora