2. Motivaciones.

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Aquella noche no pude dormir bien. Tal vez eran los recurridos llantos que no habían venido por la tarde y me visitaban en la noche, o a lo mejor el miedo que me producía escuchar las ramas de los arboles golpear contra mi vidrio. Tal vez buscar todas esas historias sin concluir de Beacon Hills fue una mala idea.

En la mañana siguiente me di cuenta lo malo que había sido dejar las lágrimas correr. Mis ojos estaban tan chicos que el apodo “ojos de regalo” me venía como anillo al dedo. La hinchazón no bajaba, y lo rojo alrededor no era de gran ayuda. Menos cerca de mi padre.

-          - ¿Lloraste? – me pregunto con cierto tono preocupado. Le sonreí.

-         -  Me bañe y me entro champú, estoy bien – Mentí por su bien y por el mío, tal vez podía creerme mis propias mentiras.

Nada de plática por la mañana. Eso sería nuevo. Mi madre era la que animaba las mañanas con sus nuevos chistes, o cualquier chisme de su círculo social. Lástima que yo no sea buena contando chismes, y peor que no sepa nada de este lugar que no sea un asesinato. Mi padre añoraba más las platicas de mi mamá, podía notarlo, y me provocaba un cierto malestar saber que no podía compensarlo.

-         - ¿Hoy iras con mis abuelos? – pregunte mientras daba otro trago de leche.

-        -  Tal vez mañana – contesto sin verme a los ojos – hoy tengo una entrevista.

-        -  Mucha suerte.

Fue lo último que nos dijimos en la mañana. Los dos éramos idénticos. Mi madre era la que nos ayudaba a sonreír, y ahora sin ella, la cosa se prestaba bastante difícil.

La escuela me sorprendía. Para ser una escuela de un pueblo pequeño, parecía funcionar bastante bien. Incluso casi todos los chicos llegaban con buenos autos y rápidas motocicletas. Sin embargo, a mí esta vez me tocaba venir en el auto de papá, que insistió en que lo manejara, ya que era tiempo de comenzar a hacerme independiente.  En realidad, solo era una excusa para que no me sintiera mal, ya que la mayoría de las mañanas, era mi mamá quién me llevaba en su auto directo a la escuela.

Los alumnos llegaban con sonrisas y abrazos dirigidos a los amigos que hace tiempo no veían. Yo por desgracia no tenía a nadie con quién charlar y mucho menos con quién abrazarme. Pase entre todos esos reencuentros, incomoda,  me fui directo hacía donde según yo era la oficina principal, y así me dieran un poco de informes, ya que no quería resaltar más de lo que ya estaba haciendo.

La oficina era pequeña y con colores bastante aburridos. Miré hacia los cuadros que contenían distintas reglas de la institución colgadas en las paredes, bajo de ellas, estaban los sillones color café y en medio de ellos, la mesa de cristal. Unas revistas podían verse tiradas alrededor, todas de ellas eran para un público más maduro, nada de revistas de adolescentes.

Por suerte mía, no era la única nueva, ya que había una chica de rasgos asiáticos sentada en uno de los sillones, y por el parecido, aseguraba que era familiar del señor con el portafolios hablando con la secretaría detrás del mostrador.

Nos dirigimos una mirada, examinándonos a ambas. Estaba segura que lucía igual que ella, asustada y aburrida. Me senté a lado de ella, ya que su familiar estaba encargado de distraer a la secretaría y sería de muy mal gusto interrumpirlos ahora.

-          ¿Te gusta The strookes? – La mire sin comprender, hasta que me señalo la blusa que traía puesta.

-          Oh, si… soy muy fan de su música – me encojó de hombros, ella sonríe.

-          Yo igual.

La posición que adapto la chica demostró que comenzaba a tomar confianza conmigo, lo cual me relajo un poco más, después de todo, una amiga en este lugar no estaba mal.

How long? (Teen wolf)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora