II

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En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas…”
Libro del génesis.

1
Lyla dejó la biblia sobre la mesa y se acercó a la ventana pensando que durante la construcción de su casa, las cosas debieron ser muy parecidas.
En las últimas noches se había sentido un poco enferma y Margaret juraba que la enfermedad se llamaba soledad, por eso le aconsejaba salir de la casa, pasear, distraerse e incluso viajar a los Estados Unidos para que pasara con sus hijos y nieta la semana anterior al verano y después, hicieran juntos el camino de regreso para que ellos se establecieran en la casona por una temporada.

A Lyla no le disgustaba la idea, de hecho debía admitir que se había sentido muy entusiasmada de hacer el viaje hasta Atlanta.

Por la tarde había llamado a Thomas para plantearle la idea y tanto él como Miranda habían aceptado bastante emocionados, incluso Annette había comenzado con los preparativos para recibir a su abuelita con una pancarta de colores.

2
Era realmente una noche muy bella.

La luna brillaba sobre el cielo como una moneda de plata echada sobre un mantel de terciopelo negro, que bañando todo con su luz poderosa, diáfana y mortecina confería a las cosas un aspecto espectral. Las estrellas titilaban juguetonas e indiferentes a todo asunto que se desarrollara bajo ellas; el pasto del jardín que bordeaba ambos lados de la avenida de grava se ostentaba verde y sano.

Entonces…

Más allá del camino que se encontraba entre la escalinata de la entrada y la fuente que representaba al dios Neptuno rodeado de sus hermosas Nereidas, ella descubrió la silueta oscurecida de un hombre que caminaba en dirección a la casa.

Se talló los ojos con ambas manos y volvió a mirar esperando haberse equivocado.

El hombre continuaba su camino sobre el pasto del jardín, pasando por encima de macizos de flores y otras decoraciones… inmutable; caminando directo hacia la fuente.

—¡Margaret! —Gritó Lyla y al ver que la vieja no acudía, levantó el teléfono dispuesta a llamar a la policía.

El aparato no dio línea y lo dejó caer.

El temblor se apoderó de su cuerpo, más se obligó a reaccionar y salió de la biblioteca para revisar por lo menos que la puerta principal del ala central estuviera cerrada, pero al bajar la escalera que conectaba el segundo piso con el primero del ala derecha, volvió a escuchar aquella disonancia lamentable que tanto le acosaba en sueños.

¿Era otro sueño?

Lyla lo dudaba.

Se paró en seco y giró sobre sus talones olvidándose por un momento del intruso en el jardín y al no encontrar la fuente del lamento continuó de prisa directo a la puerta.

3
La entrada se hallaba cerrada.

Lyla suspiró aliviada y aun temblando se acercó al ventanal resuelta a espiar al mismo tiempo que rezaba para que el desconocido se hubiese marchado.

Dios no la escuchó.

El hombre seguía allí, de pie junto a la fuente… mirándola con esos ojos parecidos a cuencas vacías en los que de forma caprichosa aun parecía brillar la vida.

—¿La puedes ver? —Inquirió él, dando un paso al frente.

La boca de la mujer se abrió y cerró varias veces; intentaba tragar saliva, pero su boca estaba totalmente seca.

La Criada Silenciosa. [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora