VI

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1
Miranda no tuvo oportunidad de gritar. El cuerpo acartonado de Josephine se disolvió en partículas rojas, semejantes a mosquitos revoloteando a su alrededor y penetró en su cuerpo corroyendo su alma, ensuciándola de odio y desprecio hacia ella misma.

La mujer (o por lo menos su cuerpo),  se volvió nuevamente al espejo y sonrió con la mueca de una persona enajenada mental; sus manos poseídas tantearon la superficie del lavamanos encontrando la navaja que Thomas utilizaba para el afeitado; la apretó entre sus dedos y el frío filo metálico, melló su piel blanca enterrándose después en su carne, haciendo brotar un hilo grueso de sangre tibia que recorrió la superficie de su mano y resbaló hasta encontrar el final de su camino sobre la cerámica blanca del suelo.

Mientras esto ocurría, por lo menos una parte de la mente consciente de la joven madre de familia, estaba alerta y pudo percatarse del amargo sabor de la impotencia al saber que sería asesinada y no poder levantar una mano para defenderse.

—La extranjera tiene pelo de puta…
Dijo Miranda con la voz cascada de Josephine, quien se valía de su lengua para hablar.

La navaja se alzó sostenida por la palma herida de su mano, la luz del cuarto de baño encendida le arrancó un destello breve al metal y de pronto, un punto sobre el suelo se hallaba cubierto con una mezcolanza de cabellos y sangre. La mano poseída de Miranda subía y bajaba rítmicamente y cada vez que lo hacía, más cabellos se unían a la sangre sobre el piso.

—Así está quedando mejor la señora desvergonzada que fornica bajo el techo de mi Amo. Ella quiere manchar la casa de mi Señor… Josephine no lo permitirá.

2
Annette despertó entre la noche, con el mismo niño que había encontrado en el patio de servicio de pie junto a su cama.

—Hola Annette. —le saludó sonriente.
La niña se cubrió con la manta, mientras el aparecido se sentaba junto a ella.

—No quiero que me odies o me temas; solo deseo que me disculpes por lo que te hice en el patio.

—Me hiciste tocar algo malo. —Le reprochó la niña—. Mi papá me dijo que tú no existes y que no debo hablar contigo ni ver fantasmas porque solo la gente loca lo hace… y yo no estoy loca.

—Lo siento, pero necesitaba que alguien tocara lo mío para poder regresar a mi casa…

—¿Tú estás muerto de verdad? ¿Eres un fantasma?

El niño asintió.

—¿Quieres ver a mi padre?

Annette se quedó en silencio y agachó la cabeza.

—Te prometo que no voy a asustarte… lo juro. —Dijo el chico levantando su mano derecha para cerrar la promesa—. Te doy mi palabra de caballero.

La niña llevó su mano izquierda a la cara del muchacho y no pudo tocarlo; parecía hecho de humo… de niebla húmeda y fría.

—¿Por qué no puedo tocarte Alex?

—No sé, hace un rato yo si pude tocarte a ti. Pero te juro que hay algo muy importante que quiero que veas.

—¿Para qué? Si salgo de la cama mi padre va a darme una zumba otra vez…

—Él no lo sabrá. Annette esta casa cambia por las noches, tus padres están pero no están aquí al mismo tiempo.

—¿Qué? No te entiendo.

—Acompáñame para que puedas entender ¿o quieres que Josephine mate a toda tu familia como hizo con la mía?

—¿Josephine mata gente?

La Criada Silenciosa. [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora