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Al amanecer todo parecía que había vuelto a la normalidad.

1
La claridad se extendió por la cocina eliminando las sombras de los rincones; afuera la niebla se replegó y comenzó a desvanecerse, los altos tejados marrones de la casa Bleufort-Harris esplendieron y los tenues rayos rosados y dorados del amanecer iluminaron los vitrales.

Sobre el verdor del jardín frontal, en la fuente un bronceado y escultural Neptuno se alzaba embravecido por encima de las cabezas de sus bellas Nereidas, fieles acompañantes quienes parecían en pie de guerra; el rostro del dios reflejaba una ira soberbia y su tridente puesto en ristre, amenazante apuntaba con dirección a la gran verja de piedras y hierro que separaban la propiedad de los terrenos del pueblo. 

Clarisse abrió sus ojos claros y parpadeó un par de veces. La luz rojiza del amanecer que se colaba furtiva a través del cristal de la puerta trasera, le golpeaba el rostro y lastimaba sus pupilas.

Muy lentamente se puso de pie girándose un poco sobre sí misma, primero para apoyar sus manos sobre el suelo frío de la cocina, las cuales fueron seguidas por las rodillas, y desde esa posición la muchacha se afianzó y alzó sobre el asiento de la silla en la que había estado sentada.

¿Se sentía bien?

Tenía el presentimiento que no…

Esa mañana, la señorita Mackenzie no se sentía nada bien.

2
—¡Ese maldito cuaderno otra vez! —Exclamó Margaret mientras se anudaba el delantal y su voz poderosa asustó a Clarisse—. ¡Ya te había dicho que no quería verlo de nuevo!

La chica tembló de pies a cabeza y agachando la mirada rompió en llanto.

—Lo siento mucho Margaret —se disculpó hipando—, te juro que no fue intencional, yo… realmente no sé qué es lo que me pasa.

La mujer le miraba con extrañeza, como si la muchacha fuese un bicho raro.

—¿Te duele algo? —Preguntó con preocupación, el tono en su voz había bajado un poco.

Clarisse negó con la cabeza limpiándose las lágrimas de sus mejillas con el dorso de la mano.

—No lo sé…

—¿Cómo no vas a saber criatura?

—Te juro que no lo sé… anoche estaba en mi cama y amanecí aquí tirada en el suelo, no recuerdo haber bajado —expresó acercándose un poco a la mesa—, y este librillo… ¡Te juro que no es mío! ¡Yo no lo escribí!.. Margaret, tienes que creerme… por favor. No es la primera vez que me ocurre algo así desde que llegué aquí.

La vieja criada frunció el entrecejo tomando el diario y lo arrojó a la basura.

—Se acabó. —Le dijo—. Vas a olvidarte de eso, yo voy a guardar silencio ante todo esto… voy a colocar un mantel sobre la mesa, para que nadie vea los rasguños, el librillo ya está en su lugar y tú, vas a regresar a hacer tu trabajo normal.

La chica asintió insegura, las lágrimas no habían dejado de brotar. Nunca en toda su vida se había sentido tan asustada, creía que estaba enloqueciendo.

—Sube a darte un baño, voy a preparar el desayuno para nosotras y después, me ayudas con el de los señores.

Clarisse asintió en silencio y dio media vuelta. Margaret la miró alejarse y mientras lo hacía notó unas manchas lívidas detrás de las rodillas de la chica.

—Ya estás muerta criatura… solo es que no te has dado cuenta… —murmuró extrayendo el diario roñoso de Josephine Parker del cubo de basura y le guardó entre sus ropas.

La Criada Silenciosa. [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora