IX

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El funeral y sepelio de Miranda en el cementerio “Garden view” en Atlanta fue largo, extenuante  y no careció de algunos detalles extraños; como por ejemplo, el hecho de que no importaba cuan seguido se cambiasen las flores pues invariablemente, al cabo de una hora  lucían lacias y medio quemadas. Los pabilos de los cuatro cirios encendidos que resaltaban a cada esquina del ataúd emitían leves tronidos cada vez que alguien se persignaba frente al féretro y por último; en cuanto el Reverendo Miller bendijo el cuerpo al final del servicio, las llamas de las velas en la capilla se apagaron. Estos “curiosos” sucesos no pasaron desapercibidos para Thomas, quien aunque se hallaba sumergido en un estado de turbación, sentía que era su deber permanecer atento a cualquier detalle. Desde su regreso a Atlanta, sus pensamientos se dirigían constantemente hacia su hija… ahora dudaba que la decisión tomada de dejarla en Inglaterra hubiese sido la correcta, pues sus abuelos maternos parecían recriminárselo con la mirada en cada oportunidad.

Cuando el ataúd bajó a su eterna morada y, los sepultureros se acercaron a terminar con su labor y, la familia y amigos se retiraron, Lucia Goretti (mejor amiga de Miranda), se acercó a Thomas tomándolo suavemente por el hombro.

—Te acompaño en tu dolor —anunció ella con los ojos enrojecidos por acción de las lágrimas.

Él sintió ganas de gritar. No sabía cuántas veces había escuchado la misma frase hueca y carente de sentido; que si bien podía oírse muy apropiada, no le aliviaba. ¡Él había perdido a su esposa! ¡Su hija había perdido a su madre! ¿Qué podían saber los demás del dolor que sufría, como para decir “te acompaño”?

Respiró profundo antes de contestar:
—Gracias Lucy. Ella te quería mucho y estoy seguro que se hubiera puesto muy contenta de verte acompañándola.

La mujer asintió y bajó la mirada a su bolso, de donde extrajo un par de cigarrillos. Le ofreció uno y Thomas lo aceptó.

—¿Puedo visitarte esta noche?

Él se sobresaltó ante tal pregunta.

—No me parece apropiado —respondió dándole una calada al cigarro.

—No me mal entiendas —explicó ella—, solo quiero tocar un punto importante contigo.

—Podemos tocarlo aquí mismo.

Lucy suspiró mirando el hueco sobre el cual dos hombres descargaban paladas de tierra negra. El cuerpo de Miranda estaba allí abajo… pudriéndose en su lindo vestido celeste.

—Thomas; varios días antes de que volaran a casa de tu madre, Miranda fue a saludarme         —declaró—, pero no socialmente hablando…

El hombre tragó saliva presintiendo el motivo por el que su difunta esposa había ido a visitarle.

—No sé si tú estás enterado de que es a lo que me dedico.

—Miranda me dijo que eres médium.

—Sí, entre otras cosas. Aquel día Miranda me visitó para contactar algún espíritu que supiese algo importante sobre la vieja casona que compraron tus padres. Ella dijo que tu madre creía que estaba encantada.

—Lucia, escucha… yo en realidad no tengo ánimo para escuchar cuentos de fantasmas.

El viudo hizo ademán de alejarse, pero la mujer lo retuvo de un brazo.

—¿Sabes quién hizo contacto? ¿No lo imaginas?

—¡No tengo tiempo para estas chaladas! —Exclamó él, dejando asomar enojo en su tono de voz; pero la mujer no lo soltó sino al contrario, le aferró la manga del saco obligándole a volverse frente a ella de nuevo.

La Criada Silenciosa. [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora