III

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Clarisse despertó en su habitación. Se puso de pie algo desorientada y alargó el brazo para tomar un poco de agua de su mesita de noche; bebiendo ruidosamente se percató de que en el reloj de pared ya iban a dar las nueve de la mañana y se vistió muy deprisa para bajar a la cocina.

—¿Alguien no durmió anoche? —Preguntó Margaret dejando sobre la mesa una charola con pan recién horneado.

Clarisse agachó la mirada un tanto ruborizada por haberse quedado dormida y llegar tarde a su primer día de trabajo.

—Lo siento mucho Margaret. —Se disculpó—. No sé qué me pasó.

La mujer chasqueó la lengua.

—Yo no tengo problema con eso —dijo—, solo cuida que no se repita cuando la Señora Anders esté en casa.

—Sí Margaret.

Ambas se sentaron a la mesa y Margaret sirvió el café caliente y bien cargado con un poquito de canela. La muchacha tomó la taza entre sus manos y notó que estas temblaban.

— ¿Te sientes bien? —Buscó saber Margaret poniéndole la mano sobre la frente.

La muchacha asintió y se obligó a tomar el contenido —aunque sentía el estómago revuelto—. Ayer tuve un sueño muy extraño. —Dijo partiendo uno de los bollitos de miel.

—No me extraña— respondió la vieja Margaret molesta— si te trasnochaste escribiendo una novela.

Clarisse levantó las cejas sorprendida.

—No te hagas la inocente poniendo esa cara —le reprendió— ¿cómo es que quieres dormir tranquila si pasas la noche escribiendo relatos de horror? Ese personaje que creaste… que espanto de mujer, esa Josephine Parker es muy desagradable.

—Josephine Parker… yo la veo y la escucho pero, no sé qué hay debajo de la niebla. —Musitó la muchacha con voz casi inaudible—. De cualquier manera ¿cómo sabes de mi escrito? —Preguntó decidiendo seguirle a la mujer  la corriente.

—La señora Anders sufre de terrores nocturnos y no quiero que dejes este tipo de cosas regadas por la casa a su alcance. Si tú disfrutas de este tipo de lectura, está bien, pero no quiero saber más de tu novela o de esa Josephine Parker.

—Margaret, hablas como si la señora fuese a andar leyendo algo escrito por una criada.

La vieja mujer sonrió poniéndose de pie.

—Acompáñame. —Pidió—. Puedes terminar tu desayuno más tarde.
Ambas mujeres caminaron desde la cocina hasta la biblioteca. Al llegar ante las puertas dobles de palo de rosa, la vieja se detuvo y dijo:
—La señora Anders era maestra en letras inglesas en una universidad de los Estados Unidos y si se sintió interesada por leer el diario de un niño muerto hace más de un siglo ¿piensas que no se va a interesar en lo que escriba una criada?

Margaret giró el picaporte de una de las hojas de la puerta y esta se abrió dejando al descubierto la magnificencia del recinto más apreciado de Lyla.

—Este es como su santuario. —Anunció la vieja entrando a correr las cortinas para que la luz del día iluminara el lugar.

Clarisse se sorprendió y siguió los pasos de la mujer, pero en lugar de dirigirse a la ventana, ella tomó rumbo a la chimenea para ahuecar un cojín verde que se hallaba sobre una poltrona de terciopelo negro.

—Este lugar es enorme—se maravilló la chica.

—De cualquier forma, la biblioteca quedará fuera de tus labores diarias.

—¿Por qué? —Inquirió Clarisse con un leve tono de reproche en su voz.

—Porque la mejor cualidad de una sirvienta es no ser notada a menos que le necesiten y te vas a dar cuenta de que la Señora pasa la mayor parte del día y la noche aquí. No quiero que la molestes.

La Criada Silenciosa. [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora