Capítulo 14 (Call me)

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Cristian

Hacía unos minutos que el teléfono había sonado, habiendo detrás una voz temblorosa de una Lucía que no había visto todavía. A su pregunta de si iba a ir al edificio de la plaza fue un rotundo si, pero al acabar de hablar y ver mi madre bajando con las maletas, sabía que mis planes iban a cambiar fugazmente.

No me dijo nada, solo me dio esa maleta que tanto odiaba y se dirigió agarrándome del brazo a la puerta. No tenía las agallas suficientes de decirle de mí quedada, así que nos quedamos en un silencio absoluto.

Al abrir la puerta, alguien estaba esperando: era Sergio, que miraba extrañado las maletas.

- Déjanos pasar.- dijo firme mi madre. Sergio dio un paso al frente y empezó a hablar.

- Tengo que hablar con Cristian. Es urgente.- hubo unos segundos de silencio antes de que mi madre le dejara pasar. Empezamos a subir las escaleras. Di un pequeño vistazo a mi madre haciendo una señal de que me diera prisa.

Entramos a mi habitación, sin libros ni cosas de valor, solo estaban los muebles. Nos sentamos en la cama.

- ¿Adonde vas Cristian?- preguntó Sergio.

- No puedo decírtelo, ni a ti ni a nadie. Lo siento.- Cambie la mirada y la fije en la otra punta de la habitación. Después de lo que pasó hace unos días, no quería hablar con él.

Después de unos segundos, vi como su mano se ponía encima de la mía. Sus manos estaban muy calientes y sudorosas, contrastando con mis manos frías. Un pequeño respingo hizo que le volviera a mirar. Sus ojos no eran ni similares a los que me enseño ese día. No estaban fruncidos ni salían esas patas de gallo en los extremos de los ojos. Estaba totalmente tranquilo, con una sonrisa de media luna.

- Sé que después de ese día.- continuó Sergio- ya no confías en mí, por esas mierdas que te dije. Fue culpa de mi familia que no supiera entender de buena manera ese abrazo, que solo lo hacías para animarme y que supiera que estabas a mi lado. Por eso después de todos estos días sin dirigirnos la palabra te doy las gracias.- su mano se poso en mi hombro derecho y la otra mano en el otro. Después se fueron deslizando lentamente hasta llegar a un abrazo. Volvimos a ser amigos y a tener confianza entre nosotros dos.

Al soltarnos decidí contarle todo lo ocurrido: mi huida de Berlín, mi llegada a España y la llamada que recibió mi madre, en un tono angustiado y preocupado. Su cara durante todo el relato fueron de miedo.

- Cristian, ¿como podría ayudar?- preguntó Sergio

- No puedes. Teníamos pensado irnos del pueblo justo ahora, para llegar a la costa y coger un barco a Estados Unidos y pasar allí el tiempo suficiente hasta que caiga el muro de Berlín.

- ¿Después volverás?- dijo Sergio. Brevemente negué con la cabeza. Sergio volvió a un tono triste justo cuando entro mi madre a la habitación.

- ¡Vamos Cristian!- gritó. Me levanté y me fui escaleras abajo con mi madre, siguiéndonos detrás Sergio.

Al llegar abajo, el teléfono empezó a sonar. Mi madre empezó a temblar y a mirar por las ventanas por si acaso ya estaban esperándonos. Al inrentar acercarme al teléfono me cogió del brazo y me puso junto a ella. Indecisa, se acercó a Sergio.

- Coge tu el teléfono y di que sois los nuevos dueños de la casa. Si preguntan sobre nosotros no sabes nada.- Lentamente Sergio se fue acercando al teléfono y lo agarró soltando un temeroso:

-¿Sí?-

- ¿Sergio? Me he tenido que equivocar de número.- pude oír la voz de María hablando por el teléfono. Mi madre empezó a soltarme poco a poco, mientras que Sergio hablaba.

Al colgar, nos dijo que habíamos quedado todos juntos en el edificio derruido de la plaza. Mi madre volvió a agarrarme violentamente y empezó a gritar:

- No vais a quedar. Tenemos que irnos antes de que los traficantes vengan a casa.- susurró con miedo mi madre. Intente soltarme de sus brazos, porque cada vez estábamos más cerca de la puerta, junto a esas maletas, cerca de dejar la vida que habíamos tomado para adentrarnos en una nueva.

- Mama, no me quiero ir todavía. Al menos déjame despedirme de mis únicos amigos.- El no volver a verlos me provocaba una gran angustia, por lo que empecé a llorar desconsoladamente, cada vez doliéndome más el pecho. Rogaba quedarme un rato más.

De pronto, justo en el marco de la puerta mi madre se paró y me soltó. Me giré para verla: estaba apoyada con mirada agotada en la puerta. Cerró los ojos y al tomar una larga inspiración:

- Vete.- Con mis acciones había conseguido que mamá hubiera cambiado de opinión. Mis lágrimas se secaron rápidamente y veloz me acerqué a Sergio agarrándole de la mano. Eche a correr sin mirar ningún segundo a mi madre, solo veía el lugar que me esperaba todo el mundo que quería: Allí podría hablar por última vez con ellos.

EL MONJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora