Capitulo 9 (Another brick in the wall)

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Cristian

28 de diciembre de 1988

La noche, la oscuridad, el mal. Todo aquello reinaba en esa noche.

Recuerdo que mi madre y yo salimos de casa cerca de las tres de la mañana. Todo estaba oscuro y solitario. Las farolas estaban apagadas, por lo cuál íbamos apoyados en las paredes.

Con nosotros llevábamos dos maletas con ropa y comida, aparte de unos documentos falsos. Según decía mama el viaje iba a ser muy largo: Al llegar a la Alemania del Oeste, cogeríamos un tren hasta la frontera con Francia donde iríamos a pie a un pueblo cercano. Allí un hombre nos esperaría para llevarnos hasta la costa atlántica de Francia. Desde ahí iríamos a España por la costa gallega. Desde ese momento nos buscaríamos la vida.

Después de andar un poco, llegamos al famoso muro. Las luces de los focos nos iluminaban media cabeza y los gruñidos de los perros me hacían temblar sin remedio alguno. Apoyado en este, estaba el hombre, de unos cuarenta años, alto y muy delgado. Era rubio y con unos ojos azules brillantes, pero con una sonrisa de dientes amarillos y separados. Aparte de él, había un grupo de unas diez personas, incluyendo dos niños más pequeños que yo.

Al vernos, se acercó a mi madre y le dio una considerable cantidad de dinero respectivo a cada uno de los países que íbamos a visitar. Después de esto, pidió ayuda a dos hombres para que levantaran una piedra del tamaño de mi cabeza. Detrás de él, se encontraba un túnel de tierra y barro. Estaba medio estancado de agua, por las lluvias que habían sucedido anteriormente.

- Que pasen las mujeres y niños primeros. No toquéis ningún cable que os podáis encontrar. Otro hombre os estará esperando en el otro lado.- Después de aquello algunas mujeres y los dos niños empezaban a pasar.

El hueco era tan pequeño que las mujeres se rasgaban la piel con la cortante piedra. Llenaban todo de sangre y gritaban de dolor. Los hombres intentaban tranquilizarlas. Metían sus pertenencias con cuidado, metiendo las maletas y bolsas entre la ropa. Y en ese momento de desconcierto, el turno de entrar había llegado.

Entré yo primero cogiendo mi maleta. La agarraba con las piernas, y con las manos me empecé a arrastrar. Mi madre llegó por detrás, llevando las cosas igual que yo.

A los segundos de arrastrarnos ya estábamos cansados. El barro y la tierra nos hacia proporcionar más fuerza que lo normal. Además se veían centenares de cables colgando a unos centímetros de nosotros. Todos apretábamos el cuerpo para hacernos lo más pequeño posible.

A mitad de camino, uno de los perros empezó a ladrar. Se oían sus pisadas encima nuestro y justamente se pararon encima mío. La mujer delante mía me quitó rápidamente la maleta e hizo que se la llevaran de mano en mano hasta la salida.

- Están oliendo la comida. Deberías tener más cuidado.- dijo la mujer. Pero ya era demasiado tarde, el perro ya nos había delatado.

Empezamos a oír ruidos encima nuestra, gritos de odio en alemán. Todos nos empezamos a mover más rápido. Los pasos nos seguían adonde íbamos, y esos pasos se volvieron disparos. De manera involuntaria todos empezamos a gritar.

- ¡Hijo más rápido! ¡Corre!- Exclamó escandalosamente mi madre. La gente de detrás nuestra empezó a volver hacia atrás. No creían llegar sin tener un disparo, pero nosotros continuamos.

Al llegar a la salida, rápidamente un hombre me ayudó a salir y después a mi madre, con la que al tener las maletas salimos corriendo. Seguíamos al grupo por las calles. Estaban tan iluminadas con grandes coches aparcados y bonitas tiendas. Tan distinto a mi realidad que pensaba que pudiera ser un sueño.

Llegamos hasta la estación después de unos diez minutos corriendo. El tren esperaba humeante a que entraran los pasajeros, pero en ese caso nosotros no íbamos entre ellos. El hombre que nos acompañó abrió el vagón de carga y todos nos metimos en él. Lleno de maletas y bolsas, aparte de animales como perros y gatos. Allí nos empezamos a esconder entre las maletas, por si acaso alguien venía a vigilar. El hombre no tardó en cerrar la puerta y en menos de cinco minutos ya estábamos de camino a nuestro siguiente destino.

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