Capitulo 12 ( Mujer contra mujer)

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Eva

Cerca de las tres de la tarde, habíamos quedado Mario, Sergio y yo. Querían hablar conmigo sobre lo que pasó hace unos días en el cuenta secretos y lo que había dicho de nuestra amistad. Así que me dirigí primero hacía la tienda donde trabajaba Mario a esperarle.

En la tienda, que era una ferretería, estaba todo ordenado, limpio y brillante. Estaba como nunca había estado a lo largo de los años. Además no olía a tornillos ni metal, sino a un aroma de flores silvestres que me dio la conclusión de el gran cambio de el lugar: Mario.

En el instante que acabé de verlo todo, apareció Mario de la trastienda, con un delantal puesto y la cara negra. Se dirigió a mí para hablar conmigo.

- En un segundo nos vamos.- Se quitó el delantal y lo agitó para quitar el polvo. Después pasó la escoba en donde se había caído el polvo.- Voy a dejar esto y a lavarme la cara.- Rápidamente desapareció de la sala y me volví a quedar sola.

Pero la puerta se abrió y entró un policía muy alto y musculoso. Se apoyó en el mostrador y llamó al trabajador de la tienda. Sin ver respuesta de nadie me miró y me señaló.

-¿Estas tu a cargo de la tienda?- Negué y le dije que estaba esperando a alguien, que después de hablar salió de nuevo de donde se había ido.- ¿Eres tu el de la tienda?.-

- No, soy su hijo. Me he quedado cuidando la tienda mientras mi padre va a comer.- Desde el primer momento, estaba mintiendo, pero yo le seguí el rollo. Podría haberle dicho al policía que su padre no le dejaba volver al colegio en septiembre y que se quedaría en la tienda trabajando, pero al parecer todavía quería a sus padres... Menudo subnormal.- ¿Por que lo preguntas?- El policía dejó en el mostrador las esposas.

- Necesitamos utilizarlas para esposar a una señora que ha hecho una denuncia falsa de violencia de género en una casa de la calle de al lado.- La piel se me puso de gallina, no estaba segura, pero en esa calle vivía Lucía. No quería que la duda se me quedara en el cuerpo así que espontáneamente pregunté:

- ¿La casa rosa?.- El policía volvió a girarse y soltó un breve si. Ahora si que me había quedado de piedra. Pude girar la cabeza para ver a Mario que más o menos estaba igual que yo. Este empezó a mover los labios intentando decirme algo. A la segunda vez que lo dijo lo entendí. Era una simple palabra.

- Vete.- Aunque el policía me estuviera mirando, salí de la tienda lentamente. Giré la calle y en la puerta de su casa estaba su familia y ella. Su padrastro la agarraba con fuerza pero haciendo creer que era amor a ella, mientras que su madre estaba metida en el coche, llorando desconsoladamente a su hija, que también la observaba.

Cuando me iba a acercar, Sergio se puso detrás mía y exhausto empezó a coger aire apoyándose en sus rodillas.

- ¿Lo de ir a por mí?- Preguntó. No le di respuesta.- Oye, ¿que pasa?.- Giró la mirada y vio lo mismo que yo, a Lucía destrozada que era lo únicamente importante en ese instante.

- Sergio, vete a casa. Déjame con ella.- Sin decir nada más Sergio se volvió a su casa sin decir palabra y con la intriga dentro.

La mirada de Lucía, como si fuera un golpe de suerte, giró hacia mí. Pude ver una pequeña sonrisa al verme, que su padrastro cambió cuando la empezó a gritar. La puso mirando a los policías y la señaló y zarandeó de un lado a otro.

Al ver aquello, mis piernas echaron a correr hacia ellos para pararle de lo que estaba haciendo. Cogí la mayor carrerilla posible y estiré mis brazos, para cuando al tocar a su padrastro cayera al suelo soltándola. El policía se acercó a mí y me acorraló en la puerta de la casa, estando atrapada, pero al apoyarme en ella estaba abierta y pude resguardarme en su casa.

Cerré la puerta con pestillo y me fui al cuarto de Lucía. Abrí la ventana y me asomé, viendo justo debajo a Lucía, que había escapado de los policías.

- Venga, baja antes de que entren.- Espetó ella. Me apoyé en el marco de la ventana y pase las dos piernas por ella, sentándome. Después cogí un breve impulso hacia atrás y salté. La casa no era muy alta así que no me hice ningún daño.

Al caer, Lucía me levantó rápidamente y salimos corriendo calle abajo, gritando y agarradas de la mano. Nadie nos estaba persiguiendo, nadie no estaba viendo, solo nosotras dos.

Llegamos a la esquina de la calle y exhaustas nos apoyamos en la pared. Soltamos unas breves risas y después nos quedamos en silencio.

- Empiezo a sentir otra vez las mariposas.- solté yo. Lucía me miró avergonzada, con las mejillas rojas. Bajo la mirada.

- Lo siento por lo de aquel día, no quise avergonzarte.-

- No lo hiciste. Solo que no lo veía como tú.- Volvió a levantar la mirada cuando notó mi mano tocando la suya. Sus mejillas se volvieron más rojas aún.

- ¿No veías el qué?- Tartamudeó Lucía.

- Que me gustan las tías.- Y de repente, la besé. La besé con todas mis ganas, mis fuerzas y mis sentimientos hallados desde ese día. Habían estado escondidos todo ese tiempo, ella los había abierto. Ya no me asustaban nunca más, no tenía que esconderlos: me gustan las mujeres. Me gusta Lucía y yo le gusto a ella. Una mujer con una mujer.

EL MONJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora