Un niño saltaba de piedra en piedra, riendo solo. Le gustaba el bosque, siempre le había parecido intrigante y quería ir a jugar por ahí. Nunca le dejaban ir sólo, así que hoy había aprovechado una excursión para irse al bosque. De vez en cuando miraba los árboles y pensaba si sería tan alto como ellos. Otras, recogía las hojas con sus manos pequeñas y las lanzaba al aire, viéndolas caer suavemente.
Perseguía mariposas, observaba las flores y escuchaba el cantar de los pájaros. Estaba contento, así que siguió su camino adentrándose más al bosque. Llegó a un claro bastante curioso. En él, no crecía la hierba ni flores, y los árboles se mantenían trazando el círculo sin que ninguno de ellos se acercara al centro, en cuyo cuál se encontraba una estatua.
El niño ya conocía de su existencia. Los mayores decían que esa estatua llevaba ahí toda la vida, año tras año, y que nada mortal se le acercaba porque era un demonio. Pero al niño no le asustaba, en absoluto. Él quería jugar, y encontró la perfecta oportunidad.
Le parecía curiosa. Sus ojos azules oscuros escudriñaron la estatua de mármol blanco. Acarició con suavidad la elegante espada y miró el rostro pálido del demonio. Sus ojos estaban cerrados, sus labios tersos, sus cejas reposaban sin mostrar ninguna expresión. Pero el niño lo vio.
- ¿Por qué lloras? -le preguntó, acariciándole una mejilla fría. Evidentemente, la estatua no respondió y el niño pasó a jugar.
Se aferró de los cuernos del demonio para trepar y subirse a su hombro. Riendo, se lanzó por su espalda deslizándose por la capa que se extendía hacia el suelo como un tobogán. El pequeño correteó a su alrededor y se colgó del brazo que se arqueaba sujetando la espada. Miró su rostro una vez más y le acarició toscamente el pelo ondulado.
-Juega conmigo.
- ¡Aquí estás! -exclamó de repente otro niño. -No puedes irte solo al bosque, Tobio.
El recién llegado era un poco mayor que el pequeño curioso, lo pudo bajar de la estatua y llevárselo en brazos mientras lo regañaba.
-Siempre haces igual, te alejas de los profesores y te vas a tu bola.
-Pero quiero jugaaaar - se quejó el pequeño Tobio.
-Sólo no, y menos aquí.
- ¿Por qué?
El chico mayor lo dejó al suelo y le cogió de la mano para caminar mejor.
-Porque es la estatua de un demonio, y los mayores dicen que no debemos acercarnos.
- ¿Por qué?
El chico se encogió de hombros. No era un experto, tan sólo tenía diez años y sólo repetía lo que le habían dicho sus instructores. El pequeño de cuatro años era demasiado inocente todavía para tener miedo de las palabras de un adulto.
Salieron del bosque y llegaron a un recinto amurallado. Dentro de éste, varios edificios se configuraban como un pequeño pueblo dentro de la ciudad. Era su casa, o más bien, su centro de entrenamiento.
Los dos niños eran demasiado pequeños para batallar, por supuesto, pero estaban ahí para aprender. Vivían e iban a la escuela mientras los instruían en el arte de la lucha de todo tipo: esgrima, arquería, pistolas, cuchillos, combates cuerpo a cuerpo...
- ¡Instructor, ya lo he encontrado! - dijo el chico, al llegar frente a un hombre adulto que parecía agobiado. -Estaba en el bosque.
-Tobio, no puedes ir solo al bosque. Está oscureciendo, y por la noche el bosque cambia mucho.
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La espada negra
FanfictionTras experimentar la emoción más humana posible, el rey de los demonios decidió convertirse en piedra por el resto de eternidad. Mil años después, su corazón vuelve a latir de nuevo. Su reino es inestable, sus enemigos demasiado insistentes, y el fu...