El caballero

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Kuroo corría por el bosque. Podría tele transportarse perfectamente, pero quería hacerlo bien. Si aparecía de repente seguramente se ofendería, y no quería que eso pasara. Necesitaba de su ayuda, de su inteligencia. No obstante, no quería perder tiempo así que se apresuraba lo máximo que podía.

Saltó y esquivó unos cuantos árboles caídos y se plantó frente al portón del templo. No podía pasar, eso lo tenía claro, así que su opción era bordear el muro. Giró a la derecha y caminó recto hasta encontrarse con una pared de montaña. Escaló las rocas y se movió hacia un lado, delineando el perímetro del templo sin entrar en él. Justo al centro de la pared rocosa, halló un pequeño camino llano. Caminó por él hasta subir la montaña, y en el prado de arriba encontró su objetivo: una casita de madera. Se acercó poco a poco, observando el lugar. La casa era modesta, pero linda; las flores y las abejas hacían su vida alrededor.

Seguro que Kenma no las cuidaba por pereza, pero era inevitable que la vida se mantuviera cerca de un mago blanco.

Se esperó un rato afuera, para que Kenma sintiera su presencia. Estaba seguro de que lo reconocería, por lo que sólo tenía que esperar a su señal. La puerta se entreabrió y Kuroo entró en la casa. Kenma estaba sentado encima de la mesa, rodeado de pergaminos y libros. Nunca ordenaba nada de aquella casa, y aun así el caos no era malo. Cosas de ser un mago blanco.

—Kuroo — musitó como saludo.

—Kenma —le respondió. Hacía mucho tiempo que no se veían, y Kuroo estaba deseoso de abrazarlo pero no podía hacerlo. No ahora. —Necesito tu ayuda.

— ¿Un demonio precisa ayuda de un mago blanco? —le espetó Kenma, sin mirarlo. Estaba resentido, Kuroo lo entendía. Pero dolía. — ¿Qué es?

—Quiero que me ayudes a descifrar una profecía.

—No soy un oráculo.

—Lo sé, pero eres igual o más listo que ellos. Además, siempre trabajas con ellas, ¿no?

—Supongo que la profecía de la que hablas es la de Oikawa, ¿no? — Kenma le clavó sus ojos amarillos. —La he leído.

— ¿Y bien?

—Es obvio, habrá otro rey. ¿No ha sido así desde que los demonios existen? No debería de sorprenderos.

—Sí, pero dice que será hombre y será demonio, y no sé qué más paridas.

—Sospecho de alguien..., de un semi-demonio.

—Sí, hemos llegado a esa conclusión pero, ¿quién es? Los semi-demonios no viven mucho tiempo.

—Yo conozco a uno que está bien vivo.

— ¿De verdad?

Kenma bajó de la mesa y le enseñó un pergamino cerrado. Kuroo se acercó, sabía que el mago acabaría ayudándolo.

—Apareció junto a la profecía de Oikawa, por lo que van relacionados. No lo he abierto, porque creo que es mejor que lo vea él en persona.

— ¿Está aquí, entonces?

—En el templo. No la abras — le indicó, dejándole el pergamino en la mano.

—Kageyama Tobio... — leyó Kuroo. — ¿No es el arquero de Oikawa...? ¿Es un semi-demonio? ¿Por qué Oikawa no lo ha dicho?

—Porque seguramente no lo sabía, hasta ahora su poder había estado sellado.

—A Oikawa no le gustara eso...

La espada negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora