La espada

863 115 135
                                    

Hajime sabía que Oikawa se equivocaba. Kageyama era inocente, pondría la mano en el fuego que había pasado algo más que un homicidio doble por parte del chico. Lo conocía más que nadie. Así que, cuando la calma volvió a reinar el palacio, Iwaizumi descendió a las celdas. El subterráneo era oscuro, a pesar de tener ventanas. La zona de prisión daba a la parte de atrás del palacio, justo encima del barranco que trazaba la colina dónde se alzaba el edificio. Era un buen salto al vacío, así que los presos se lo pensaban dos veces si querían huir por ahí.

—Tobio —llamó, para descubrir dónde se hallaba el chico. Siguió la voz que le dio la respuesta, aunque tampoco habría hecho falta. La puerta estaba sellada con un conjuro que emanaba una luz violeta. La única celda cerrada bajo un conjuro.

—Hajime-san —se escuchó su voz de nuevo. Kageyama se asomó por la pequeña ventanilla de la puerta, apenas se entreveían los ojos azules. —¡Hajime-san, yo no quería...!

—Cálmate, y cuéntame qué ha pasado —le dijo. Kageyama se veía alterado y muy confuso.

—Y-yo... Subí a la torre de Oikawa-sama y... Y ahí había una espada. Y me habló. Y me dijo que la liberara y la sacara del palacio...

— ¿¡Por qué haces caso de algo que le pertenece a Oikawa?! Nada bueno tiene por ahí.

— ¡N-no lo sé, me pidió ayuda y no pude negarme! No quise...

— ¿Mataste tú a esos dos guardias...? — a lo largo de la frase, su voz fue perdiendo intensidad. Venía el momento crucial.

—Y-yo... No podía moverme, ni hablar. Él hablaba por mí y caminaba por mí. Y cuando me di cuenta, ha-había... Ya había matado a uno... Intenté resistir y tirar la espada al suelo, pero no pude.

—Te controló...

—Sí... Yo no quería, lo juro. Yo no quería..., sólo lo traía afuera...

—Escucha... Estás en un grave aprieto. No sé si resulta muy convincente...

— ¡Tienes que creerme!

—Y te creo. Me creo todo lo que venga de Oikawa, pero él mismo no parece reconocer que fuiste controlado por su espada. Te ha encerrado, porque así aprovecha. Así que, mientras no cambie de idea, no sé cuánto tiempo estarás aquí...

—¿No puedes hablar con él?

— ¿Qué conseguiría? Oikawa sólo hace caso de lo que sale por su bocaza. — los hombros de Kageyama se destensaron, bajó la cabeza y se fue al camastro arrastrando los pies. —Mira... Oikawa es un mimado, así que le gusta tenerte así pero no puede hacerlo por mucho tiempo. ¿Recuerdas el mensaje de Ushijima? Necesitará a su ejército, y eso te incluye a ti. Y lo sabe perfectamente.

Kageyama no le respondió, hundió la cara en la dura almohada y se encogió de hombros. Estaba abatido, ser controlado no era moco de pavo. No sólo te dejaba una sensación larga de agotamiento, sino que ser consciente de lo que han hecho tus manos era todavía más desagradable. Hajime lo dejó sólo, por ahora nada que pudiera decirle le ayudaría. Aún tenía que dirigir muchas cosas.

Había matado a dos personas, a sus compañeros... A veces aún sentía esas manos en sus ojos, en su cuello, ahogándolo y controlándolo a su capricho. Tembló. Como guerrero, se había entrenado mucho para reconocer maldiciones y a resistirse a muchos tipos de fuerza. ¿Cómo había podido sucumbir ante una espada? No era una espada común, desde luego, pero debería haber sido más fuerte... Se podrían haber evitado muchas cosas.

—Psst —hizo alguien, tras la puerta, como si llamara a un animal. —Ven, anda. No estás durmiendo.

Kageyama se incorporó de inmediato. Reconoció la voz en seguida, era la misma que se había metido en su cabeza. Enfadado, corrió hasta la puerta.

La espada negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora