El heredero

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Tobio no estaba durmiendo nada bien. Estaba tan cansado que no descansaba nada. Hacía pocas horas que había podido conciliar el sueño, pero no estaba sirviendo de mucho. La noche anterior había sido agotadora, sobre todo mentalmente. Responsabilizarse de un funeral requería bastante paciencia y aguante, pero si era de alguien querido... era peor.

El funeral se había celebrado de noche. Oikawa había respetado las tradiciones del pueblo, aunque no las comprendiese. Los demonios no celebraban funerales, pero dejó que los ciudadanos humanos siguieran haciéndolo. La tradición mandaba que, si el funeral se celebraba de día, el blanco era el color del duelo. En cambio, si sucedía de noche, todo se vestía de negro. De día, el incienso y las flores eran los adornos protagonistas pero durante la oscura noche se dejaban faroles en los bordes para delimitar el camino y los participantes soltaban luciérnagas guardadas en frascos. El cielo se iluminaba de luces. A los difuntos se les enterraba con sus mejores ropas. Si era soldado o un rango similar, se les dejaba su espada en el pecho con las manos entrelazadas encima del mango. También se les vendaba los ojos con una tela blanca. Tobio se encargó de hacerlo con todos los fallecidos, dejando a Iwaizumi el último.

La espada de Iwaizumi se había roto, así que juntó los trozos que había en el jardín y la reconstruyó para él. También le dejó una de sus flechas, como agradecimiento por haberle salvado la vida. Sabía perfectamente que Shirabu tenía el objetivo de acabar con él y Oikawa, y que Iwaizumi los protegió de eso.

A cada difundo, se le dispuso de un farolito. Así, había cientos de luces alrededor de la glicina que ya alcanzaba varios metros de altura. El jardín quedaba iluminado y nada arruinaba su perfecta harmonía. Además, los soldados que murieron batallando estarían junto al que habían jurado proteger.

Después de eso, Tobio se encerró en su habitación. No lloró, tal y como había pensado. Simplemente se quedó tumbado en la cama, no tenía ánimos de hacer nada más. El cuerpo no le respondía y su mente no quería hacer más esfuerzos. Ni siquiera visitó a Haru cuando se puso a llorar en la habitación de al lado. Quería ir, debería haberlo hecho, pero no pudo moverse. Tenía suerte que los Miya y Hinata se habían propuesto ayudarlo a cuidar del príncipe, porque hoy él no daba para más.

Consiguió cerrar los ojos cuando el sol salía al horizonte, pero su sueño fue pesado. Necesitaba más horas de descanso, pero alguien empezó a sacudirlo. Tobio gruñó, haciéndole saber a aquél intruso que no estaba para tonterías. El sujeto siguió insistiendo y, por eso, se llevó una bofetada.

— ¡Au! —se quejó la voz chillona de Hinata. —Despierta de una vez.

—Quiero dormir.

—Y yo, pero es tu coronación. No podemos faltar.

Kageyama se quejó e intentó incorporarse. Al menos su cuerpo estaba más receptivo que por la noche, pero a sus ojos les costaba mantenerse abiertos. Además, se añadía un dolor de cabeza agudo. Se sobó la frente mientras Hinata revoloteaba alrededor de la cama.

—Tienes que vestirte ya. Después, ir a la sala del trono. Luego, tendrás que dar un discurso a tus ciudadanos. Y...

— ¿No puedo desayunar siquiera...?

—Ah, sí, sí puedes. Aquí tienes una bandeja — Hinata le señaló la mesilla al lado de la cama. Ver el desayuno animó a Tobio, pues era bastante completo. Primero, bebió la leche y, luego, se llevó la bandeja a la cama y empezó a comer.

Cuando iba por el zumo, entraron los Miya. Osamu llevaba a Haru en brazos, el niño parecía contento de estar en esa habitación y observaba todo con detalle. Al ver a Tobio, alzó los brazos hacia él y Osamu lo dejó en la cama para gateara y se fuera con él.

La espada negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora