La profecía

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Los pétalos de rosa blanca descansaban en el suelo como si fuera nieve. El humo del incienso permanecía estable en el aire pues no había ni una sola brizna de viento. La bandera yacía muerta en su hasta. Todo estaba quieto y en silencio a pesar de la presente multitud. Delante, el ataúd estaba cubierto por un manto violeta, la única decoración de ese color en medio del mar blanco.

Shirabu se arrodilló frente al féretro, en un gesto solemne. Detrás, los miembros del consejo permanecieron de pie. Semi se esforzaba en mirar hacia adelante, pues sería una falta de respeto apartar la mirada. Tendou estaba quieto, a su lado, acariciándole el brazo. Así se mantenía un poco distraído de aquello. Después de todo, se trataba del funeral de un amigo y le dolía como tal.

Shirabu se levantó lentamente e hizo una marcada reverencia, besó el extremo de la tela violeta con suavidad. El ataúd estaba listo para ser sepultado en el camposanto destinado a reyes y reinas. Luego, Shirabu se acercó a los miembros del consejo. Semi y él se tomaron de ambas manos para darse fuerza.

—Semi-san, tú eres el miembro más respetable del Consejo, así que deberías ser tú quien... — empezó Shirabu, pero Semi le interrumpió negando con la cabeza.

—Wakatoshi quería que fueras tú.

—No pienso hacerlo, no en estas circunstancias. Que el Consejo se encargue hasta que lo solucionemos.

—Entonces, te propongo como líder del Consejo.

—Ya lo decidiremos después...

Los asistentes al funeral empezaron a irse, Semi incluido. El lugar se quedó en silencio después de que todos se marcharan. Todos, excepto Shirabu y Tendou.

— ¿Qué querías decirme? —preguntó Tendou.

— ¿Es cierto lo de ese chico? ¿Qué tiene poderes?

—Definitivamente, no es humano.

— ¿Kageyama es un mago, entonces?

—No, dije que no es humano. Los magos somos humanos aunque tratemos con el más allá. Pero no me has hecho quedar para hablar de algo que ya he confirmado.

—Es cierto. Necesito de tus dones... Quiero que me ayudes a poder derrotar a Oikawa. Quiero matarlo yo mismo, y sé que estoy en desventaja.

—Sabes que mi magia tiene precios, ¿verdad?

—Estoy dispuesto a todo.

—Bien, acompáñame a mi casa. Ahí encontraremos algo.

Tendou mantenía su casa bajo tierra por razones de privacidad. Había construido una puerta en la entrada de una cueva, y el recibidor era igual a cualquier otra casa normal. El mago contó de pasada que Semi le había casi obligado a reformar la entrada, porque se vería más acogedor. Tendou no quería que su casa fuese acogedora para nadie más que a él, pero a Semi se lo perdonaba todo.

Bajaron una escalera después de pasar la cocina, y llegaron a un pasillo largo de roca. Hasta ahí había llegado la influencia de Semi. El pasillo se extendía hacia la oscuridad, la iluminación provenía de pequeños fuegos flotando en el espacio. Pasaron un par de puertas, meros almacenes, hasta llegar a una sala extensa repleta de estanterías, libros, pergaminos, libretas y otros utensilios de despacho.

—Ponte cómodo —le indicó el mago. Shirabu se sentó en la silla con ruedas y Tendou se puso a buscar entre sus libros. — ¿Qué es lo que buscas exactamente?

—Ser más poderoso que Oikawa. Con eso, servirá.

—La magia oscura por sí no llega a los niveles que tiene una criatura que ha nacido con poderes. Habrá que ir más allá, y eso te pasará factura.

La espada negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora