El solsticio

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Los ventanales del palacio se resquebrajaban, las paredes se agrietaban y el suelo temblaba inestable. Una de las torres había cedido, y el muro de la zona este se había reducido a meras rocas y escombros. Los rugidos del dragón habían dejado de ser importantes, pues la más grande de las batallas se estaba dando entre dos semi-demonios.

Al principio, ninguno de los dos se preocupaba por usar poderes. Ninguno de los dos estaba acostumbrado a ello, por lo que se daban golpes, se empujaban o se procuraban que el otro atravesara algún que otro muro. Shirabu estaba débil y como ser transformado por magia oscura no podría controlar bien un hechizo potente. Tenía suerte de que Kageyama no supiera nada de magia, porque estaría en clara desventaja pues aquél que nació con poderes es más fuerte que uno que los adquirió más tarde. Tobio había sido entrenado como soldado, así que seguía sabiendo luchar más que Shirabu.

Shirabu sangraba abundantemente por la nariz y un brazo colgaba en un ángulo imposible, pero él seguía lanzándose contra el otro semi-demonio. No pensaba en nada, sólo en hacerle daño. En matarlo. Kageyama, por su lado, no era diferente. Sus movimientos eran rápidos, no había tiempo de parar a pensar a dónde golpear. Sólo hacerlo y ya. Romperle algún hueso no era opción, demasiado simple.

Tobio se dio impulso y encerró las manos alrededor del cuello de Shirabu. Apretó con fuerza, veía su piel volverse morada y Shirabu jadeaba a por aire. Podía imaginarse rompiéndole el cuello de una sacudida, seguir apretando hasta sacarle la cabeza del cuerpo. Gruñó, centrando su fuerza en la zona. Shirabu le tiró una patada en el pecho y lo mandó lejos, atravesando la puerta y aterrizando sobre las escaleras principales. Kageyama se levantó con los ojos blancos, pero Shirabu no se acobardó.

Ya podía venir con todo lo que tenía, que él se lo devolvería una y otra vez. Tobio lo jaló de la chaqueta y lo tiró con fuerza al suelo, haciendo que Shirabu rompiera el suelo a su paso y terminara en un sótano. Le costó recuperarse de ese golpe, gotas de sangre que caían por su cara mancharon el suelo sucio. Intentó incorporarse, pero Kageyama fue rápido. Saltó al agujero del suelo y se abalanzó sobre él. Empezó a repartirle puñetazos, cada uno con más fuerza que el anterior. Veía una y otra vez cómo Iwaizumi moría por salvarlos de él... Osamu no aparecía por ningún lado, y empezaba a temerse lo peor. No podía permitirse fallar.

Shirabu tampoco. Su visión era muy borrosa y notaba el sabor de la sangre por toda su boca, pero llevó las manos hacia Kageyama. Sólo tenía que tocarlo..., y darle una buena descarga eléctrica. Lo escuchó gritar y sonrió bien contento. Se pudo incorporar y conjuró una lanza, como le había visto hacer. Quien la da, las toma... y Shirabu la insertó en el pecho. Se aferró bien a la lanza para no soltarla y seguir hiriéndolo, Kageyama escupió sangre. Tobio escuchó a Shirabu reírse, y eso lo molestó más. Se aferró al palo de la lanza y empezó a calentarla hasta convertirla en brasa ardiendo. Shirabu chilló soltándose, las manos enrojecidas de las quemaduras.

Tobio aprovechó para salir al vestíbulo y sacarse la lanza. Salía sangre a borbotones, pero poco a poco se curaba. Su parte de inmortalidad todavía funcionaba, eso significaba que Oikawa aún no había muerto del todo. Aun así, la herida dolía igual. Los dos necesitaron unos segundos extra para recuperarse.

Kageyama suspiró profundamente, concentrándose, y en sus manos apareció un halo oscuro. Al mismo tiempo, Shirabu lo imitaba. A la vez, lanzaron su hechizo y, al chocar, causaron una explosión que rebotó contra el techo y lo derribó al completo. Los dos tuvieron que apartarse para no ser aplastados por las rocas.

Tobio aprovechó para revisar sus heridas. Todavía se cerraban rápidamente, así que no debía de preocuparse por hemorragias. Trepó por los escombros hasta conseguir unas buenas vistas del panorama general. No veía a Shirabu..., pero sí a un Miya a lo lejos. Los rayos de sol le cegaban un poco, pero podría decir que se trataba de Atsumu. Sonrió un poco aliviado.

La espada negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora