DEJARLO IR

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Había pasado todos los exámenes, debía estar celebrando en algún bar con un perfecto novio mientras compartían algunos besos. Debía estar celebrando que había pasado el año, que en ese año terminaría la universidad y concluiría unos de sus sueños. ¿Debería estar feliz no?

Pero no.

Las palabras de León seguían repitiéndose en su cabeza, una y otra vez. Él estuvo casado, León amó a alguien, él fue de alguien más. ¿Por qué nunca le dijo? ¿Por qué no le contó su historia.

Llevaba otra semana tirada en la cama mientras escuchaba alguna canción que rompía más su corazón, que lo hacía añicos. Había tratado de llamarlo, muchos mensajes y cuando había ido a la pizzería, él había salido con una máscara de frialdad.

— ¿Qué haces aquí?

—Debemos hablar...

—No es lo correcto, Alondra —finalizó—. No puedo. No ahora.

— ¿Por qué?

—Porque acabé con esto, porque ya no somos nada —murmuró y con un asentamiento se retiró dejándola ahí, echa un mar de lágrimas mientras su corazón se hacía chiquito ante sus palabras.

Todo había empezado como un juego, lo había visto pasar en un camión, había visto su cuerpo y al segundo día su rostro, la sonrisa más bonita y la voz más electrizante jamás escuchado. La había besado, había besado su alma y luego tocado, había recorrido su cuerpo con sus dedos, admirándola como si fuera la obra de arte más bella, incluso más que la Venus, la había adorado por largas horas en la madrugada y cuando ambos terminaban exhaustos en la cama habían compartido una sonrisa, una que los había devorado.

No podía eliminar el dolor que se había instalado en su pecho, menos las ganas de llorar cuando todos se iban y la dejaban sola, había salido todos los días a las doce para las diez, con el deseo de verlo pasar y sonreír pero no fue así, él no volvió a pasar. El primer día que se había sentado había visto el camión pero no a León, sino otro hombre que las había saludo, pero no era él. No era el hombre que amaba.

¿Así debía terminar todo? ¡No era justo!

Se removió en la cama enterrando su rostro en su almohada, había estado viendo posdata: te amo, y se había echado a llorar mientras Caro le preparaba un chocolate caliente y le decía que el dolor pasaría, que era mejor olvidarlo, que ya pasaría. Pero no, no podía olvidarlo porque Alondra se había terminado por enamorar, lo amaba y sus prejuicios la habían alejado de un hombre tan bueno como lo era León.

Tres golpes en la puerta la hicieron detener su sufrimiento así que se puso de pie y fue abrir la puerta encontrándose con su padre que estaba serio, hombre al que había dejado de llamar y contestar sus mensajes.

— ¿Pero qué son esas fachas, Alondra?

—Estoy en mi casa y puedo vestirme como se me da la gana —siseó caminando a la cocina escuchándolo seguirla.

— ¡Alondra, te prohíbo que me hables así! —gritó y la joven se giró para encararlo—. ¡Yo no te eduqué así!

— ¡Basta! Yo no soy mamá, yo no terminaré abandonando a mi familia por un hombre que la amaba y respetaba, un camionero que le dio lo que tú no pudi...

No terminó la oración porque su padre había estampado su mano en su mejilla con fuerza, la joven se quejó abriendo los ojos y viéndolo.

—No vuelvas a mencionar a esa mujer, ella los abandonó y yo los cuidé mientras aquella mujerzuela se daba su buena vida.

—Te amo papá, te amo mucho —las facciones del hombre se suavizaron—, pero tampoco puedo seguir guardándole rencor a mamá, porque quiso ser feliz, buscar la feliz que tú no le diste. Lo siento, lamento eso, pero yo soy diferente y también salí de tu casa hace mucho tiempo. Tú no puedes mandarme ni decirme con quien estar, porque yo tengo una casa, pago las cuentas y mi ropa, tú ya no tienes derecho.

— ¡Eres igualita a tu madre!

—Es mi madre y eso no se olvida —la joven levantó la quijada—. En un año me recibo y soy lo suficiente mayor para tomar mis decisiones, para elegir al hombre que amo y ese es León. Basta de meterte en mi vida o en la de mis hermanos, basta ya papá.

— ¡Es un sucio don nadie! ¡Él no te dará lo que te mereces, echarás a perder tu vida!

—La echaría a perder si pienso como tú, si dejo ir al hombre que quiero y consigo uno como tú, sería infeliz y eso no quiero —dijo segura y su padre la miró perplejo—. Te pido que te vayas de mi casa, estoy cansada y voy a disfrutar mis vacaciones.

— ¡Te vas arrepentir, Alondra!

Lo vio irse y luego cerrar con fuerza la puerta, la joven cerró los ojos y terminó dejándose caer en el suelo echa un ovillo, apretó los puños y cuando ya no pudo soportarlo echó a llorar, lloró porque quiso tener a su madre ahí, porque quiso los brazos de su padre y porque quería que León la abrazara y le dijera que la quería, que la quería mucho.

No supo cuánto tiempo estuvo ahí hasta que se levantó, se cambió y tomó sus llaves. No podía darse por vencida, no podía dejarlo ir, no cuando lo amaba. Contó los minutos en el tren, contó sus pasos hasta que llegó al departamento de él, golpeó una y otra vez pero no recibió respuesta, golpeó tantas veces hasta que escuchó la voz suave de Donatelo.

—Hace una semana se fue a Italia, lo hace siempre en vacaciones —la muchacha tartamudeó y el hombre la observó fijamente—. ¿Lo quieres?

—Lo amo —el hombre asintió y luego metió las manos en los bolsillos de su pantalón, era casi tan alto como León y con aquella belleza arrebatadora.

—Viajaré el viernes a Italia, si quieres acompañarme me llamas —le entregó una tarjeta donde estaba su número y luego se fue, dejándola ahí de pie hecha un mar de confusión. 

Doce para las diez (+18) TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora