Razones

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Levi :

No había nadie en el comedor, el resto de miembros del escuadrón se había retirado ya. Él era incapaz, no podía moverse del banco. Nunca había poseído nada, pero lo había perdido todo.

Incluso la razón por la que se había unido a los cuerpos de exploración.

Aunque ahora tuviera otra. Aunque ahora estaba dispuesto a acabar con los titanes y devolver la paz a la humanidad. Lejos de razones egoístas que habían acabado con la vida de los únicos amigos que había tenido.

El té estaba frío, tan frío como sentía su alma.

Estaba solo de nuevo.

— Hola Rivaille, ¿Qué haces aquí tan tarde? — dijo aquella mujer delgada y medio desequilibrada que trabajaba en investigación.

Levantó la mirada para ver cómo se sentaba a su lado con una enorme sonrisa en su cara.

— Nada — respondió con amargura.

Ella sonrió y tocó su brazo con amabilidad.

— ¿ Donde está Isabel? — preguntó levantándose de su sitio para acercarse a la vieja cafetera.— Mientras estabais de expedición, he tenido un reunión con los jefes y esos culos gordos estaban comiendo pastel de calabaza dulce...¿ Te lo puedes creer? Nosotros nos partimos la cara y comemos basura y ellos comiendo pastelitos...  El caso es que he usado mis mejores habilidades y les he robado un trozo y se lo he guardado a ella. Pero es muy tarde ¿Se ha ido a dormir?

— Está muerta.

Dejó caer el plato al suelo y se quedó allí parada, con las manos en el corazón y lágrimas resbalando por sus mejillas.

— ¿ Y Farlan? — tartamudeó sin moverse de donde estaba.

Asintió y volvió a centrar su concentración en su fría taza de té. ¿Por que aquella mujer lloraba por sus amigos? ¿Por que demonios se interesaba por dos ratas callejeras que nunca habían tenido a nadie que se preocupara por ellos?

— Lo siento mucho— dijo en un murmullo apenas audible.

Él sí que lo sentía, si no hubiesen aceptado aquel trabajo ahora estarían vivos. Siendo escoria de los bajos fondos, pero con vida. Le habían abierto los ojos a un mundo nuevo más terrible de lo que habría llegado a pensar.

Sintió unos brazos que lo rodeaban, su primer instinto fue apartarse echando mano al cuchillo que llevaba en el cinturón.

— ¿Qué haces? — gruñó moviéndose por el banco.

— Quería darte un poco de apoyo...— susurró con lágrimas aún en los ojos. — Eran tus amigos.

— Todo el mundo muere,— gruñó cruzando los brazos sobre la mesa. — En las malas calles, fuera de las murallas, da igual...

— Si no le hubiese enseñado a manejarse con el equipo de maniobras tal vez...—farfulló nerviosa mirando al suelo.

— Habría vuelto a la calle y la habrían matado para robarle o para violarla.

Se puso a llorar otra vez, desconsolada. Tapándose la cara con las manos. No podía entenderla, lo más seguro es que ella había tenido una vida plácida, en una familia que la quería, con todas las comodidades del mundo. No entendía que se hubiese unido a un escuadrón suicida.

— ¿Por qué lloras ? — preguntó enfadado ¿Que derecho tenía ella a llorar? ¿Por que lloraba por gente que apenas conocía? Cuando  él era incapaz de hacer por sus amigos.

Las cosas que no molestanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora