»Morado del misterio«

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En el aire, emanaba las chispas y la furia que los bladers pudieran sacar

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En el aire, emanaba las chispas y la furia que los bladers pudieran sacar. Las diversas batallas habían sido una completa sorpresa, pues muchos llevaron a cabos movimientos sublimes, mientras el espíritu que les embullaban demostraba sus fuerzas interiores.

Aquel día, pasó a un tiempo singular. Sin contar las victorias obtenidas, Gingka yacía recorriendo por las calles en pleno atardecer, mezclándose con la serenidad en las finas brisas que cruzaban.

Su vida no tenía sin igual. Era fuerte, querido y hábil, aunque no lo suficiente como para estar muy satisfecho. Eso sí, su gran proceso no podía discutirse en nada malo, porque el talento nadie se lo quitaba. Solo quería ser más; la sensación de estar en la cima, superando sus propios límites impuestos.

Pasando el día entero en sin fines de batallas, tenía sus cosas. Gastar la hiperactividad le costó en tantos rivales con los que combatió.

Algunos edificios reconocidos le indicaron que su destino final ya estaba por llegar. Pero antes de disfrutar siquiera un poco de descanso, los gritos apremiantes de una chica inundaron el camino.

—¡Los voy a matar! —Nuevamente los alaridos surgieron.

De forma inevitable, volteó queriendo descubrir el origen de esos reclamos. Y para su impresión, en una pared a poca distancia, algunos Caza-duelos casi acorralaban a una indefensa víctima. No se necesitaba ser un genio al pensar que no era una cosa amistosa.

—Preciosura, danos los puntos y juramos que no te haremos nada... —Le prometió uno a menos metros a cada paso indecente que daba.

La chica se negaba en rotundo, sin aparentes indicios de retroceder aunque la escena le presionara a huir.

—¡Lo haré cuando esté a cuatro metros bajo tierra! —Escupió, en señal de fortaleza.

—Si así lo quieres... —Su voz irradiaba malicia en muchos aspectos. Igual que el descaro de sonreír.

Gingka no esperó lo suficiente como para brincar en su ayuda. Corriendo y colocándose entre ella y los malhechores, alzando su lanzador lleno de energía. Restándole importancia que pudieran ser muchos.

—Creí que ustedes Los caza-duelos estaban extintos... —Comentó el pelirrojo, jamás bajando un centímetro su bey.

En la pandilla, se miraron entre ellos, luego pintando la sonrisa de su vida.

—Ya que aquí no hay más, por la ausencia del líder, aprovechamos para buscar un poco de diversión en esta ciudad —Explicando, subió también un lanzador uno de ellos.

El momento de una pelea, se avecinaba y era bastante obvio.

—¡Vagos! —Insultó la muchacha— ¡Búsquense una mujer que mantener para que estén entretenidos! Robar de esta forma debe considerarse un delito...

Arcoíris Sin ColorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora