»Amarillo de la alegría«

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Todo estaba bien

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Todo estaba bien.

Entonces se dio cuenta que su día sería como cualquier otro que haya tenido. Aunque no se quejaba, porque las batallas bey eran el clímax que despertaban la felicidad y se podría decir que llenaban tanto como las hamburguesas a su estomago en horas de hambre.

Pero esa semana no pasó como debía ser. No logró disfrutar sus actividades recurrentes que siempre hacía.

Los combates no eran los esperados al no sentir emoción en los mismos, tampoco el tiempo de comer o las pláticas graciosas junto a sus compañeros.

Todo estaba malditamente fabuloso y Gingka no conseguía experimentar la sensación satisfactoria que esperaba.

Y eso era lo peor.

Por razones que no podía responder, no estaba feliz de su alrededor. En vez de gustar al luchar con alguien, en un espíritu radiante que ennegrecía las tristezas, sólo... Nada. El algo que lo caracterizaba se retiró a un fin desconocido. Esa condenada «nada» arruinaba cada acción, cada segundo, cada día desde que una fragancia a lavanda pasó por última vez luego de espetar el adiós definitivo.

¿Qué hizo en su vida pasada para que su presente fuera tan horrible? Lo más seguro, fue hacer enfurecer a una chica. Eso es.

El cielo no pintaba en tonos deslumbrantes que pudieran delinearle una sonrisa digna de ellos. Ya no, por el agujero que dejó su chispa.

—Gingka.

—¿Ah? —Volteó a Kenta al sacudir su cabeza y re-acomodar sus ideas.

Se hallaban los dos en una banca de un parque, debajo de un árbol mientras comían uno que otro bocadillo a la luz del día. De otro opacado día, mejor dicho.

—¿Qué tienes? —Preguntó el pequeño luego de ver a su compañero llevarse caramelos a la boca.

—Nada de nada.

No mintió. Pero tampoco tenía que mostrar una tristeza la cual llegara a preocupar, así que sonrió devuelta para afirma otra vez.

—Estoy bien. ¿Por qué?

—Te noto extraño últimamente. No lo sé... —Kenta intentó registrar entre las palabras adecuadas y la verdad del asunto— Estás raro o triste. ¿Sucede algo?

—Bueno... Quizás... Haya algo.

A Gingka lo definían como una persona alegre, lleno de entusiasmo y con valor que le sobra. Pero ocultar sus emociones era algo difícil, porque lo mínimo de decadente salía al aire sin permiso y de pronto, su cara apocada confesaba de principio a fin sus molestias. Nada de aquello pasaba por desapercibido.

—¿Ves? ¡Lo sabía! —Afirmó Kenta en una cara de tener razón absoluta— Madoka también lo notó y nos preocupamos... No nos puedes ocultar nada —Después de eso, rió un poco. Pudo alivianar la escena apenas— ¿Quieres contar lo que ocurrió?

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