Era una tarde blanca, furiosa de vientos crueles y mortales. Una parte de mi vida se desmoronaba, como la escarcha dorada que se caía al piso por culpa del empujón de un chiquillo. Rápido y sin anestesia. Me encontraba esparcida en el suelo, brillando, tal vez por las lágrimas; sin fuerza para articular palabras de súplica, evitando que el cuchillo del adiós no se enterrara en el corazón. En mi cabeza existía una neblina espesa que ocultaba mi camino, mi destino y mi sueño. Estaba perdida, totalmente perdida. Mi brújula se había vuelto loca, yo quería que apuntara justo en dirección de mi amado. Pero no apuntaba, seguía perdida, sin reconocerme, tampoco a él ¿Qué había pasado?, ¿Por qué se estaba comportando tan extraño?, ¿Era por mi culpa?, ¿Que hice mal para recibir su desprecio? Pregunte una y otra vez sin éxito de una respuesta. Me pase más de 336 horas tocando, gritando, pataleando, llorando y desfalleciendo en su puerta. Llena de una tremenda incertidumbre que se encaminaba al peor desenlace de un amor de nueve años. Mi amor. Mi único y gran amor. Quizás exageraba en pensar que a esa edad eso fuera mi único y gran amor, pero era cierto. No fue el desvarío de una adolescente, fueron sentimientos puros como la risa de un bebe, y del fuego de un volcán en erosión. Me sentía una mujer a su lado. Ya no era virgen. Él fue el primero que despertó la sensualidad y sexualidad en mi cuerpo. El primero en explorar y entrar en los rincones mas secretos. Mi piel pertenecía a ese hombre, ¡Oh si, hombre! Uno joven, porque ya era mayor de edad. Fue un mes de luna de miel luego vino los 14 días. El lapso que todo empezó a torcerse hasta que llego a este preciso instante. Estaba confundida, rota y bloqueada. Me había quedado en el momento que ya habíamos decidido, planeado y aceptado nuestra relación. Nuestro amor. Entonces, algo se cristalizó en él. Ahora huía de mí. Me despreciaba. Me trataba como si tuviera una enfermedad contagiosa y mortal. Me hería y lo heria. Era una locura. Mi amado estaba trastornado, sumergido en una oscuridad dolorosa que intentaba ocultar en vano. Había tomado decisiones absurdas para su vida futura que nada tiene que ver con sus verdaderas metas. Estaba desviando de su propio ser. ¿Qué era esto? Quería preguntar y no me salía. Me limitaba a mirar como guarda el boleto del bus en el morral de cuero multiuso que le regale en su cumpleaños. Observaba la ventana y el tiempo estaba mortífero para salir de viaje. Dudaba que el autobús saliera a su destino. A él, no le importaba, quería irse. ¿Acaso queria morir? ¡NO! grite por dentro. Sentí que mi pecho se apretaba, me quedaba sin aire, y él, no lo notaba. O pretendía ignorarme. Tan vil se había vuelto y eso que juro con el alma cuidar de mí en las buenas y en las malas. Que siempre estaría para mí y quería dejarme.
Mi alma gritaba cuando se colocaba la chaqueta larga y negra que usaba para salir, los guantes, la bufanda, el gorro. El sonido de un motor de carro que se estacionaba.
—Ha llegado— Dijo en un murmullo. Al fin pude escuchar su voz después de una eterna media hora. Una voz apagada y melancólica. Continuaba sin mirarme. Deseaba ver sus ojos. Quería ver lo que expresaba sus ojos. Aquella mirada tan profunda como el océano. Azul brillante. Aunque esa tarde no brillaban. Estaban congelados, sin luz; la pupilas se dirigían a puntos fantasmas, realmente no miraba. Estaba ciego o perdido en sus pensamientos mientras se obligaba a permanecer despierto. Suspiro hondo como si se echara valor así mismo y para darme la cara. Y la tierra perdió velocidad. El tiempo pasó lento. Mi vista lo veía en cámara lenta, cuando al fin vi su rostro y cruzamos miradas viaje a su lado dentro un bote en medio de una tempestad en la oscuridad. Luego de largos segundos consigo descubrir que no estaba sola en este sufrimiento. Tenía un hombre agonizando frente a mí pero aun seguía en pie. Yo estaba sentada en el suelo. Una leve esperanza de lucha se abrió en mi corazón. Una oportunidad antes que volviera a mover esos labios semi carnosos que muchas veces resplandeció ardiente junto a los míos.
MODIFICANDO
— ¡No te vayas!— Dije alto y desesperado — ¡No me dejes!— Insistí ante aquel mutismo vocal pero su cuerpo reaccionaba en contra de su voluntad y se obligaba atarse con sus manos en el sofá marrón de la sala. Estaba en el suelo de la sala de nuestra casa, mi hogar. Nuestro lugar favorito en el mundo. Sala de paredes blanca, de cuadros pintados por su padre, madre y suyos. Retratos de toda una vida preciosa como su sonrisa. Feliz. En la esquina cerca de la ventana frontal a la calle, estaba el piano Steinway & Songs de cola de imponente estructura y elegante negrura, el que soltaba sonidos flamantes gracias a esos dedos; estaba sucumbiendo a la nostalgia de una pasión. Callado y orgulloso nunca se digno en bajar la cabeza por el amante que se marchaba. Este era un preciado piano en la sala. El objeto más importante de este gélido lugar; salvo a él, que se aferraba al sofá. Trague saliva y volví a darme valor — No cruces esa puerta con la idea de abandonar lo que más amas en el mundo— dije. Él miro agónico al piano, luego a mí y después a la ventana
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Margarita en la oscuridad
Teen FictionCuando el amor no puede salir a la luz. Borrador de Alas Borrascosas. Cambio de Nombre y orden de evento. Es una historia que llevo años en mente y que suelo reorganizar. Casi no suelo estar satisfecha en el orden que deseo contar la novela. Me deci...