CAPITULO 7. El viejo taller de Roger.

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La primera vez que visite el taller de arte de papá fue cuando tenía los 8 años. Pase dos años imaginando como seria aquel lugar donde existió la magia, la alegría, la pasión y el amor. A esa edad creí que vivieron duende de traje verde, que al final del arco iris estaba el enano con el jardín de tréboles. Que tal vez campanita de Peter pan dejo huella de su visita. Esa era la magia que me invente según los cuentos de James. Por supuesto, tergiverse las cosas, él nunca me mintió. Todo lo que dijo era real. La magia si era real pero no mi fantasía infantil. Solo que no supe comprender sus palabras a mis 6 años. Por eso, la primera vez que pise aquel sitio, tuve una gran decepción.


Cuando mi padre se estaciono en el frente del edificio viejo, creí que el taller quedaba en el lado colorido, el bonito. No, al bajar nos dirigimos justo a un edificio viejo. Si, estaba bien cuidado pero se apreciaba viejo. Un edificio bajo de unos cuatro piso. Tomamos el ascensor grande, antiguo y viejo. Me entro un terror al entrar porque parecía balancearse y con esa puerta oxidada que chirriaba, no me sentía llena de confianza. Por dentro casi maldigo a Jimmy porque echarme embuste (de la belleza del taller). Mi padre está entre contento y nervioso, abriendo y cerrando puertas. Lo notaba por su forma de sonreír y apretar el llavero de cuero marrón redondo con un pincel marcado en el centro. Subimos hasta el último piso, mi corazón casi se me salía del pecho pero no por la emoción, sino por el miedo. Con los pelos de punta salí del ascensor, mi padre me daba ánimos. Yo ya estaba arrepentida de haber venido, y al estar a dos metros de la única puerta del piso, se esfumaron las excusas para huir.

— Creo que toca cambiar el bombillo del pasillo, le diré al conserje que me haga el favor... —Dijo papá explicando la falta de luz, y luego inserto la llave, hubo un silencio y cero movimiento por unos segundos, me quede mirando la repentina quietud, no le hacía bien a mis emociones — ¿Estás segura que quieres conocer el taller? Aun hay chance para echarse para atrás —Dijo, dando sin querer la oportunidad de retractarme. Mi mente
decía anda vámonos para evitar un futuro problema y el corazón miedoso decía, mejor ahora que nunca. Cerré los ojos un segundo y un deje que mi boca decidiera.
— Sí, estoy segura de ver el taller —Respondí. Vaya la sorpresa. Mis ganas de conocer aquel lugar dominaban mi ser a pesar del miedo por el oscuro y abandonado sitio.
— Bien — Dijo papá y giro la llave. Con un empujoncito abrió la puerta. La luz del día no alumbraba el umbral, no sucedió como las películas, que una luz cegadora iluminaba el umbral del ensueño. Aquí todo estaba oscuro, frio y cubierto de sabanas. Cero magia. Mi padre cerró la puerta y me pidió unos segundos para abrir las ventanas. Espere que la luz nos visitara y lo hizo cuando empezó abrir la primera ventana, luego una segunda y tercera.
— Supongo que no hay necesidad de abrir todas las ventanas, con estas tres son suficiente...— Dijo tímido, como si quisiera reservar la luz natural o quizás intentaba ocultar un poco la visita. Abrir todas las ventanas significaba enviar un mensaje escandaloso de una presencia prohibida en el lugar, a los vecinos vigilantes de su esposa. — ¿Y qué tal?— pregunto con los brazos abiertos y extendidos mostrando el enorme espacio casi vacío.
— Bueno... Que puedo decir... Esta casi vacío — Conteste un poquito decepcionada al observar un piso de madera oscuro, sin brillo; un estante grande, viejo y feo; sabanas grises con aire fantasmagórico y por ultimo un sofá grande cubierto con una sabana con parches. Definitivamente no están las cosas lindas que Jim me conto.
— ¡Ah! Es que me lleve todos mis instrumentos de trabajo y guarde el resto en un depósito... Si ya no iba venir aquí, no había necesidad de mantener esas cosas aquí...— Respondió encogiéndose los hombros para bajarle la importancia del valor de los antiguos objetos.
— ¿Es verdad que había cristales de colores y cortinas de bisutería?— Pregunte, recordando el listado de la decoración descripta por Jim.
— Si...
— ¿Dónde están?— Pregunte.
— Se lo llevo tu abuela, lo que no pudo llevarse, lo guarde en el depósito. Y aquello que ni podía guardarse, sigue en el mismo lugar...
— ¿Puedo ver eso que sigue en el mismo lugar?— Pedí. Mi padre se quedo en silencio meditando una respuesta. Suspiro hondo y me pidió que lo siguiera con su dedo.
Caminamos en dirección al baño, me hizo pasar y entre. No hubo necesidad de decirme donde estaban los cristales de colores, el mural fue lo primero que vi. Era la puerta de la ducha. Un hermoso sol majestuoso con rostro y el mar. Era una hermosa visión que iluminaba su alrededor gracias a la luz del sol. Una combinación de colores que relaja y llenaba tu corazón. ¿Quién diseño esta obra de arte? Me pregunte, no tuve que esperar mucho cuando mi padre revelo el nombre del diseñador.
— Rose... La abuela rose era artista vitral. Adoraba hace arte con los cristales y otros materiales que pudiera combinar y cronomatizar los colores... En aquellos tiempos cuando vivió en el taller, decoro los espacios a su casi entero gusto. Fue una época terrible porque sentí que invadían y abusaban de mi espacio, luche para que se
mantuviera las ventanas intactas ya que trabajaba con la luz natural, la luz del sol. Lo que explica porque existe este arte en lugares íntimos — Dijo con aire ameno.
— Es decir, que hay más vitrales aquí — Dije, no pregunte, afirme.
— En la habitación... Pero te recuerdo que ya no hay casi nada, ahora es un depósito donde abundan cajas y muebles desarmados.
— No importa, quiero verlo — Pedí llenita de amor. No lograba explicar el sentimiento que me embargaba cuando vi el vitral de la abuela. Era una necesidad que calentaba mi sangre de seguir viendo los pedazos de su existencia. Esa era la belleza de la que Jim me hablo. Mi padre sonrió y me llevo a la única habitación con una puerta de color verde oscuro.

Margarita en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora