CAPITULO 3

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NARRA BITO:

Alargué la mano para llamar a Andy y cancelar la cita (debía de ser como mínimo la décima vez que lo intentaba) cuando su Jetta apareció por el camino de grava. Genial.

Había conseguido mantener a raya mis buenas intenciones durante el tiempo suficiente como para que Andy llegase hasta aquí. Eso estaba mal. Herir a los demás no es algo que me preocupe demasiado, pero ¿herir a Pedro? Eso estaba fuera de toda discusión.

Andy salió del coche llevando otro vestido corto y con un plato de comida en las manos. Viendo el contoneo de sus caderas bajo el tejido vaporoso mientras se abría paso hacía mí, las comisuras de sus labios dibujando una sonrisa tímida, decidí que me daba igual comportarme como una escoria. Pedro no estaba aquí y yo parecía incapaz de controlarme.

Mi primo no debería haber movido el culo de su casa.

—traigo pastelitos —dijo al aproximarse a la puerta.

—¡Mmm! Me muero de hambre —respondí, sujetando la puerta para que entrara. La brisa le alborotó el pelo al pasar junto a mí. ¿Por qué tenía que oler tan bien? Cerré la puerta y me di la vuelta para empaparme bien de ella. La noche anterior, cuando me marché, fui directamente a ver a Nicole. Era de vital importancia que me recordara a mí mismo quién era yo. Nicole había estado más que dispuesta, pero mi cuerpo parecía incapaz de olvidar lo bien que se estaba con Andy acurrucada a mi lado.

—No esperaba que llamaras —dijo Andy en voz baja, examinando el plato que tenía en las manos.

Había sufrido un momento de intensa debilidad al despertar de un sueño protagonizado por ella. Lo único en lo que podía pensar era en estar junto a ella.

—No me gustó cómo dejamos las cosas anoche.

Se ruborizó y levantó la vista hacia mí.

—Siento mucho mi comportamiento.

Maldita sea. No iba a poder resistirme. Empujando a Pedro a un rincón oscuro y olvidado de mi mente, acorté la distancia que nos separaba, le quité el plato de las manos y lo dejé en la encimera.

—Ya te lo dije, empecé yo. Debería ser yo el que se disculpara.

Soltó una risa tímida y se miró los pies.

—No, recuerdo claramente que era mi pierna la que estaba subida en tu regazo y mi mano la que estaba debajo de tu camiseta. Tú ya habías dejado de tocarme. Gracias por cargar con la culpa, pero yo también estaba allí.

Le pasé las manos por la cintura y tiré de ella hacia mí. En ese momento no me importaba de quién fuera. La deseaba y era incapaz de ver más allá de mi anhelo.

—Mírame —susurré, poniéndole el dedo bajo la barbilla para poder verle los ojos—. La única razón por la que no te agarré y te subí encima de mi regazo es que es la primera vez en toda mi vida que deseo algo que pertenece a la única persona a la que quiero. Empecé a tocarte anoche porque no podía quitarte las manos de encima. Pensé que si podía tocarte sólo un poco, podría soportarlo. Pero no reaccionaste como esperaba.

Me interrumpí y cerré los ojos. Mirarla mientras hablaba de su reacción a mis caricias era complicado. Esos enormes e ingenuos ojos verdes absorbiendo todas y cada una de mis palabras. Dios mío, era perfecta.

—Y mis buenas intenciones se estaban desvaneciendo a marchas forzadas. Si te hubiera seguido tocando unos segundos más, habría perdido la cabeza. Estaba colgando de un hilo. Un hilo muy fino.

Se zafó de mi abrazo y me ofreció una sonrisita.

—ok ok . Gracias por decírmelo. —Se dio la vuelta y se dedicó a abrir el envoltorio de plástico de los pastelillos.

¡h€y cHic@ rud@!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora