CAPITULO 9

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—¿Te has escondido por mi culpa? La voz de Bito hizo que soltara un grito ahogado de sorpresa. Sus largas piernas avanzaban sobre la hierba a grandes pasos mientras salvaba la distancia que nos separaba. No pude evitar comérmelo con los ojos. Era injusto que se pudiera estar tan guapo en unos tejanos.

—La falta de respuesta quiere decir que sí —dijo con una sonrisa de suficiencia en la cara al detenerse a escasos centímetros de mí. Sabía que lo deseaba y eso le gustaba. Decidida a recuperar un poco de dignidad, me enderecé y me aparté el pelo de la cara al tiempo que le miraba.

—Siempre salgo a tomar un poco de aire antes de sentarme otra vez —mentí. Bito rió entre dientes y extendió el brazo para trazar una línea que iba desde mi oreja hasta mis labios.

—¿Por qué será que no te creo? Su voz se volvió grave mientras me examinaba los labios. Sólo pude encogerme de hombros. Su pulgar acariciaba con delicadeza mi labio inferior, como si estuviese pidiendo permiso y, en ese instante, estuve perdida. Estábamos a plena vista de cualquiera, pero sólo era capaz de pensar en sus labios apretados contra los míos. Este chico se estaba convirtiendo en una necesidad, y esa revelación estaba muy lejos de ser positiva.

—¿Qué estás haciendo, Bito? —dije con voz ronca.

—Sí, Bito. A mí también me gustaría saberlo —dijo una voz que no era la de Bito. Ocurrieron varias cosas a la vez. El pulgar de Bito dejó de acariciarme el labio, pero no apartó la mano. Noté cómo se le tensaba el cuerpo al oír a Pedro. Lo que tendría que haber hecho y lo que hice eran dos cosas que estaban a varias galaxias de distancia. Porque dar un paso atrás y poner distancia entre Bito y yo habría sido la reacción lógica e inteligente. Pero extender la mano y aferrarme a su brazo fue mi reacción automática.

—¿Piensas decir algo o vas a seguir mirándonos embobados? -----La acritud en el tono de Pedro me despertó de mi trance, solté a BIto y retrocedí varios pasos. Si queríamos que Pedro mantuviera la calma, tendríamos que dejar un poco de espacio entre los dos. Bito me traspasó con la mirada. Me suplicaba en silencio. Casi podía leerle el pensamiento. Se volvió para encararse con su primo. Éste era el enfrentamiento que había rezado para que no ocurriese.

—¿Qué es lo que insinúas, Pedro? —preguntó Bito en un tono falsamente tranquilo que nunca había usado con él.

—Ah, no sé. Será por el hecho de que he salido a buscar a mi novia y me he encontrado con que la estás agrediendo. Bito dio un paso adelante y un rugido resonó en su pecho. Corrí para agarrarlo del brazo con las dos manos. Seguramente, eso no calmaría el mal humor de Pedro, pero evitó que Bito le golpease en la cara. Los dos estaban en forma, pero Bito tenía el monopolio en lo de ser un tipo duro. No podía permitirle que hiciera algo que nunca se perdonaría. Pedro me miró con fijeza. No podía ni imaginarme qué le estaba pasando por la cabeza. Lo triste era que sabía que no se acercaría a la verdad. Pedro nunca habría imaginado que yo perdería la virginidad con Bito en la parte trasera de una camioneta.

—¿Vas a contarme qué está pasando, Andy? —Sonaba dolido. No soportaba saber que mi respuesta no calmaría su dolor, sino que sólo lo agravaría. Tiré de Bito para que se colocara detrás de mí y di un paso adelante.

—Vete a casa, Bito. Pedro y yo tenemos que hablar y no quiero que estés aquí. Me sentía tentada a volverme para ver la expresión de Bito, pero no lo hice. Mantuve la mirada en Pedro, rezando para que Bito me obedeciera. Ya era hora de que acabara con todo esto y de que protegiera su amistad antes de que fuera demasiado tarde.

—No quiero dejarte sola —replicó en tono afilado. —Bito, por favor. No estás ayudando. Vete. Pedro no me quitó los ojos de encima. Se estaba esforzando tanto por leer entre líneas Tendría que explicarle algunas verdades. Pero sólo lo justo para evitar que la relación con su primo se derrumbara. El crujido de la hierba seca bajo las botas de Bito me indicó que había accedido a mi petición y se dirigía a su camioneta. Había ganado la primera batalla. Ahora me enfrentaba a la batalla más dura, y no tenía ni idea de lo que iba decir.

¡h€y cHic@ rud@!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora