CAPITULO 8

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Cuando llegué a casa, Lana estaba sentada al final de mi cama, hojeando mi álbum de fotos del verano pasado. Cerré la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria, para ocultar la frustración que me producía comprobar que había estado curioseando entre mis cosas una vez más. Dio un respingo. Bien, esperaba haberla asustado. Se lo merecía por fisgonear entre mis cosas.

—Ah. Hola, Andy, por fin llegas —comentó con una sonrisa cordial. No entendía a esta chica. Siempre hablaba con voz suave y nunca mostraba ninguna emoción. Era como si mi tía Caroline hubiese dado a luz a un puto robot. Estaba de mal humor y verla invadiendo mi espacio personal no sirvió para mejorar mi ánimo.

—Espero que no te importe que haya sacado uno de tus álbumes. Nuestras madres estaban contándose cosas en susurros y me aburría. Me alegro mucho de que estés aquí. Su sonrisa sincera hizo que me sintiera un poco culpable por estar tan molesta con ella. Al fin y al cabo, su padre era un cretino y su madre no estaba demasiado interesada en consolarla, que digamos. En vez de eso, obligaba a todo el mundo a revivir la experiencia una y otra vez. Pensar en la compasión que Lana tenía que soportar superó la exasperación que sentía, así que me senté a su lado.

—Siento haberte dejado aquí sola con ellos tanto rato. Al final me he quedado en casa de Pedro más tiempo del que pensaba. No era del todo cierto, pero no necesitaba saber más. Una sonrisa soñadora iluminó su semblante y su mirada recayó en el álbum que tenía sobre el regazo. Eché un vistazo y vi que estaba abierto por una página en la que había una foto de Pedro en la playa. Su pecho moreno relucía a causa del agua y tenía una sonrisa boba en la cara que me recordaba a cuando éramos pequeños.

—Tienes tanta suerte, Andy. Pedro debe de ser el chico más guapo del mundo. Recuerdo que hace como 3 años deseaba estar en tu lugar porque siempre podías jugar con él y con su primo. Incluso entonces era tan caballeroso y bien parecido. ¿Caballeroso y bien parecido? ¿Quién usa palabras como ésas para describir a un chico? Puede que mi madre. Sacudí la cabeza con incredulidad y me tumbé en la cama.

—No es perfecto, Lana —repliqué, sorprendiéndome a mí misma. Había admitido por primera vez en la vida que Pedro Vincent tenía defectos. Lana giró la cabeza para mirarme. Sus dos cejas cobrizas estaban levantadas en señal de interrogación. Nadie es perfecto. Pareció considerarlo un momento y después se volvió para inspeccionar el álbum un poco más.

—Supongo que tienes razón. Antes pensaba que mi padre era perfecto — contestó, pero su voz se fue apagando. El corazón se me encogió un poco ante el tono lastimado de su voz. No sabía si quería hablar del tema u olvidarlo. Como su madre hablaba por los codos continuamente, pensé que quizá preferiría olvidar.

—El otro primo. ¿Cómo se llama? ¿Bill o Ben? ----

—Bito —aclaré, sintiendo curiosidad por lo que iba a decir. —Ah, sí. Puf, me acuerdo de cuando me encadenó a la verja donde el padre de Pedro tenía los perros de caza. Me aterrorizaba estar tan cerca de la puerta. Recuerdo que pensé que los perros me morderían a través de la verja. Se me escapó una risita ahogada al recordarlo y Lana se dio la vuelta sobre la cama, frunciendo el ceño.

—No tiene gracia. Sabes que los perros me dan un miedo de muerte. Y ese niño horrible me obligó a cantar a pleno pulmón. Cada vez me decía que tenía que cantar más alto si quería que me liberara. Y cuanto más alto cantaba, más se enfadaban los perros. Fue horrible.

—Se interrumpió y una sonrisa dulcificó sus labios, borrando la mueca anterior—. Entonces apareció Pedro, regañó a Bito y me desató. Tú apareciste de la nada y te inventaste una excusa ridícula diciendo que necesitabas a Bito para algo. Los dos echaron a correr riendo a carcajadas. Pedro sacudió la cabeza mientras los miraba marchar y se disculpó por su primo. Fue muy amable. Había olvidado aquella travesura. Habíamos hecho tantas que no podía acordarme de todas. Pero al escuchar a Lana contándola, reí en voz alta. Me había escondido detrás del viejo roble a unos metros de distancia. Bito me había dicho que me mantuviera fuera de la vista por si aparecía Pedro. Tuve que meterme el puño en la boca para no reír a carcajadas viendo a Lana desafinando a voz en grito.

¡h€y cHic@ rud@!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora