24. Cuidar de ti

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Los cuatro días que estuve cuidando de Clarke fueron maravillosos, sé que sonará mal decir eso cuando la rubia estaba febril y un poco mocosa, pero es que realmente lo habían sido. Durante esos días habíamos creado una perfecta rutina que había funcionado muy bien, no soy una ilusa, no voy a extrapolar esos cuatro días a cómo sería convivir con Clarke durante un largo periodo de tiempo, porque no era lo mismo; pero lo que sí podía decir con claridad es que me encantaba compartir esos momentos caseros con ella, cocinar, ver pelis, remolonear alguna tarde o salir a pasear. Aunque sin duda, el momento más especial era dormir con ella.

Se me había hecho cuesta arriba el controlarme cuando ella dormía a mi lado, en especial la primera noche, cuando se durmió después de preguntarme si la había besado, sin dejarme responder, aunque sí que le respondí finalmente, ella no llegó a saberlo. El problema fue después, cuando, ya de madrugada, Clarke me despertó sin querer; durante la noche me había movido suficiente como para acabar con medio cuerpo sobre la rubia, con las piernas enredadas y mi cabeza en su cuello. En esa postura fue que desperté, justo cuando Clarke comenzaba a moverse inquieta, su temperatura corporal era bastante elevada y había empezado a sudar, me preocupé al instante, pero cuando fui a despertarla, ella empezó a jadear y gemir y, oh no, aquello no sonaba a sonidos de dolor o incomodidad. Eran los roncos gemidos que soltaba cuando estaba excitada, los reconocería en cualquier parte.

Me costó, pero finalmente la pude despertar, pareció algo abochornada al principio, sin embargo, después me soltó la perlita de que había estado soñando conmigo, dos más dos, mi cerebro casi explota, porque aunque lo dijese con tono de burla, me lo creí. Y es que Clarke no tenía ni idea de que estaba jugando con fuego y podría acabar quemándose con las llamas que me provocaba. O tal vez sí tuviera toda la idea del mundo y quería que ardiésemos las dos.

Los días pasaron hasta el viernes, Clarke es muy mala disimulando estar dormida y yo demasiado buena supongo, porque sé que esa misma mañana había tratado de hacer algún acercamiento físico antes de mi despertar. Noté su respiración muy cerca, aún estaba en medio del sueño, casi despertando, pero la sentí, por un segundo su aliento chocó con mis labios; pero mi cuerpo decidió hacer un mínimo movimiento involuntario y ella se alejó de golpe, fingiendo dormir para cuando abrí los ojos. Por un segundo pensé que lo habría soñado, pero el rubor en las mejillas de Clarke era lo suficientemente delator.

Lo que ocurrió esa tarde fue también maravilloso, cuando llegamos de trabajar, algo más temprano de lo habitual. Entré en el cuarto de Clarke y lo que allí vi me dejó extasiada, allí estaba ella, algo ligera de ropa, bailando y cantando increíblemente bien; luego se puso más que roja cuando se dio cuenta de que la había descubierto y, no sé muy bien cómo, acabamos bailando, si es que así se le puede llamar a lo que hacíamos tan torpemente.

Fue entonces que ella trató de levantarme y acabamos cayendo estrepitosamente en la cama, causando nuestras profundas risas. Pronto me di cuenta que ella no reía, si no que me observaba como si fuese la pieza más interesante de una exposición, a su vez, su mirada era tan intensa y hambrienta hacia mis labios que tuve que pasar la lengua por ellos. Me iba a besar, esta vez iba a ser ella la que diese el paso.

Pero no lo hizo, traté de incitarla un poco más, tirando de su nuca, pero tampoco avanzó. Me rendí a mi profundo deseo de besarla e iba hacerlo yo, lo hubiese hecho si no hubiese aparecido Raven por la puerta. Clarke dio un salto y marcó distancias, aunque de poco sirvió, ya nos había pillado.

En ese instante pasaron varias cosas por mi cabeza, la primera y más obvia era que me moría de ganas por besarla; la segunda era que de poco serviría a partir de ahora utilizar nuestra usada frase de "Solo somos amigas"; otra cosa que pensé, tal vez poniéndome en una mala tesitura, preguntándome por qué Clarke no me había besado e iba a ser yo la que recortase la última distancia, veía sus ganas de besarme, eso no me lo podía estar imaginando, pero entonces ¿por qué no me besaba? ¿Es que acaso sentía que era muy pronto?; de esa última cosa, refulgió un pequeño temor en mí ¿y si me había precipitado? ¿Y si ella quería ir más despacio?

Hasta que llegaste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora