Percy me miró y yo lo miré, con los labios apretados en una fina línea. ¿En serio Hermes no pudo pensar en otra cosa?
—Nosotros no los llamamos, chicos —dijo Percy—. Estamos bien.
—Pero —comenzó a balbucear la rubia—, entonces, ¿quién...? —luego se fijó en los cuatro petates, el bote de vitaminas en la mano de Percy y el termo de los vientos en mi mano—. ¿Y esto?
—Escucha —dijo Percy—. No tenemos tiempo —les contó de manera breve nuestra conversación con Hermes. Para cuando terminó, ya se escuchaban los chillidos de las arpías a lo lejos.
—Tenemos que emprender esta misión —concluyó Annabeth, volteándose a vernos, revoloteando el brillante y sano cabello rubio.
—Nos expulsaran —dijo Percy—. Créeme, soy todo un experto en lo de ser expulsado.
—¿Y? —contestó Annabeth, con un rostro duro—. Si fallamos, no habrá campamento al que regresar.
Incliné la cabeza suavemente hacia un lado, y asentí.
