Capítulo 2

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Capítulo 2

Había finalmente llegado a mi trabajo con diez minutos de retraso y no estaba del todo mal para quien todos los días llegaba tan tarde como le es posible a su empleo.

En mi trabajo era traductora de una gran cantidad de ejecutivos que a lo largo del día llegaban a comercializar en la empresa y también era la secretaria administrativa del presidente ejecutivo de todas las sucursales en general, la sede principal era esta. La empresa diversifica el gran ámbito comercial y variado del mundo, por lo que llegaban a diario muy influyentes empresarios, comerciantes y ejecutivos a hacer negocios y ser impulsados por medio de Incorporación Grandinni, la cuál invierte considerables capitales a comerciantes extranjeros y también locales, es decir a nivel nacional. De ésta también soy socia, sí, por medio de mi padre a quién represento. Tampoco me juzgaba por ello, me había sabido dar mi lugar en la empresa y ser respetada no sólo por ser Milangela Capoccelli, la hija de Walter Capoccelli, sí no por la profesionalidad y seriedad que emanaba en mi área. Aunque lo de ser socia preferiblemente lo dejamos en confidencial con el jefe ya que, no quería que se armara un lío entre empleados y también para que tengan una imagen de mi, como de cualquier otro empleado por qué lo era. Me consideraba una empleada más.

Aquí he aprendido mucho y también había hecho unas que otras amistades. También he puesto muy en práctica todo lo que aprendí en la universidad de Berlín en Alemania, de dónde es proveniente mi madre y he vivido la mayoría de mi vida desde que tengo siete años, en la cual originalmente estudié administración de empresas. Y bien, antes de vivir en Alemania, vivíamos en España por un chantaje que le montaron a mi padre a los cinco meses de que yo nací y corríamos mucho peligro. Por ello decidimos ir ahí, un lugar seguro y de fiar, ya que mi abuela paterna es española y mi abuelo es italiano. De allí la diversidad de apellidos y raíces, pero yo nací en Berlín lo que me hace alemana por consentimiento. ¿Bastantes mezclas de nacionalidades no? Papá y abuelo italianos, madre alemana, abuela española... No es tan difícil después de todo.

—Hey Mila, ¿cómo has estado amiga? Este fin no te había visto ni por las ventanas, ¿dónde estabas? Te llamé a tu celular y no contestabas me tenías vuelta una pila de nervios. —Me habló mi amiga, súper confidente, que también trabajaba en Grandinni pero en otro departamento de la empresa y que a su vez estudió junto conmigo la carrera en Alemania.

—Vaya, Tiana extravié mi teléfono, lo siento. Pero ¿porqué no pasaste por mi apartamento? Quise ir a visitarte, pero sabes cómo olvido todo y decidí relajarme todo el fin de semana. —Le aseguré para que estuviera más tranquila.

—Siempre perdiendo todo, despistada, debes escucharme ¡te tengo las buenas nuevas! Bruce y Ryan quieren vernos mañana y por ende les dije que sí ¡por las dos! —Dijo, soltando un chillido que me dejó con los tímpanos vibrantes y a mi vez la noticia no me cayó tan bien, como Tiana esperaba.

—Carajo Tiana ¡¿por qué?! ¿por qué dijiste tal cosa, mujer? —chillé sintiéndome irritada.

—¿Estuvo mal? —Respondió nerviosa jugando con sus dedos.

—Muy mal, ¿estás loca? Sabes que hubo algo con Ryan cuando íbamos a la universidad, sería ridículo. Y ahora además viene hasta aquí, no, esto no puede ser... Además de eso, es un patán, un pijo en su máxima expresión.

—¡Ay! —Tapó su boca con sus manos —perdón, lo siento, ¿sí? No sabía que lo odiabas ¡perdón! —Se disculpó y con un perdón 6 veces más, logró convencerme.

—Tranquila, está bien, está bien ¡ya basta de disculpas! no hay de otra, tendremos que verlos ¿que más da? —Decidí mirando por el balcón del edificio.

—Está bien, alistate para mañana. Iremos a un buen club aquí en Roma, créeme te divertirás. —Dijo con aire festivo y alegre como siempre solía ser ella.

—Vale, pero ya bajale un poco ¿no? —Reí, dándole una palmada suave en la espalda. —Voy a subir al despacho del jefe a ver si necesita algo.

—Ah... está bien ¿nos vemos más tarde?

—Sí Ty, ahora bajo y hacemos planes para la noche. —Dije guiñándole un ojo, en señal de que fuéramos a festejar y a ir de cacería como ella suele llamar nuestras noches de tragos y clubes, aunque lo menos que yo hacía era cazar... No por que no quisiera, si no más bien por que... digamos que, no se me daba muy bien.

Subí hasta dónde estaba mi jefe y hoy se encontraba más raro de lo normal, lo que me pareció extraño pero decidí ignorarlo.

—¿Sr. Salvatore? —Llamé intentando sacar a mi jefe, Salvatore Grandinni, de su inquisitivo trance. Su mano tomando su mentón y su mirada en un punto inexacto de la oficina.

—Eh ¡Milangela! que no me he fijado que estabas aquí linda. ¿Qué sucede? —Cuestionó un poco sacado, aunque su rostro había cambiado, ignoré la actitud anterior.

—Solo quería saber si habría reuniones hoy e irme culturizando un poco al idioma que deba traducir, anotar algunos ítems —información clave— de la persona con la que nos reuniremos, tomar varias notas para que no hayan fallas, ni ideas sin generalizar. Ya sabes como me gusta perfeccionar las cosas. —Le aseguré.

—Querida, ¿sabes que? Sí, viene un comerciante francés y otro español. Vendrá a hacer negocios con vosotros tía, ¡enhorabuena! Y son peces gordos, tenemos que engancharlos a nuestra compañía —Cómo me conocía, a pesar de ser mi jefe éramos muy cercanos y le gustaba bromear de mis raíces. E imitar el acento español era una de sus cosas favoritas, mas si lo hacía para joderme.

—Mr. Salvatore vale, ¡ya hablamos de esto! ¿eh? —Le dije desafiante y sin dejar de bromear.

—Nunca me cansaré de imitar ese acento, hasta que no admitas que lo pronuncio bien. —confesó decidido, así que tengo bastante Salvatore para joderme toda la vida. —Ve mejor a prepararte y regresas en una hora ¿vale? —pidió finalmente y yo asentí, para así salir de la oficina. —Y que no me digas señor, no soy un anciano Milangela ¡tengo 37 jodidos años! —gritó desde su escritorio cabreado como siempre, pues, siempre discutíamos por eso.

—Tu lo has dicho “Salvatore” —Hice comillas con mis dedos a modo de sarcasmo. —sabes que me es un hábito serte cortés y ya no me distraigas, me voy a mi cubículo y te veo en un rato. —Dije guiñándole un ojo, sonriente, si que se había sabido ganar con voluntad mi cariño ese tío.

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¿Qué onda?

Segundo gran capítulo, corto pero es por ser un comienzo.

Ya luego vemos que sale.

¡Besos a todos!

N. Velásquez.

Una pasión a escondidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora