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–¿Un telegrama?

–Así es, mi señor–asintió el fauno, manteniendo su mirada en el suelo y estirando sus manos, con aquella carta posándose sobre sus dactilares, extendiendo la carta hacia el príncipe–. No tiene nada escrito por fuera, pero, por el sello que han utilizado, podemos deducir que viene del reino de las sombras.

–Bien–el príncipe tomó la carta y la dejó en la mesa a su lado, mostrándose impasible–, la leeré cuando tenga tiempo–se giró hacia la ventana que tenía a su izquierda y se acercó a esta–. Puedes retirarte, gracias–y con una reverencia por parte del fauno hacia el príncipe: salió de la habitación cerrando la puerta en el proceso.

Tan pronto escuchó la puerta ser cerrada y el sonido de los cascos del fauno alejarse, desesperado, tomó el telegrama y rompió el sello.

«Te veo en la frontera por la parte este, después de la hora dorada y antes del alba; no importa cuánto tardes en llegar, esperaré por tí el tiempo que sea necesario.

Recuerda que debes venir solo.»

Su mirada se iluminó y su sonrisa se ensanchó pues reconocía a la perfección aquella caligrafía. Conocía perfectamente a la persona que había mandado aquél telegrama; ahora tenía que averiguar cómo iba a ser que nadie lo siguiera al salir del reino.

[...]

El tiempo había pasado relativamente rápido y él aún no encontraba la forma de salir de su reino, no quería hacerle esperar mucho; realmente ansiaba verlo.

Después de que una hora más pasara, el príncipe ya se encontraba frustrado y decepcionado de sí mismo por no hallar la manera de salir de ahí. Cansado de estar ideando un plan, que sabía fracasaría, fue donde se hallaba su padre.

–Oh, padre–hizo una pequeña venia y se sentó frente a la tumba de este–, sé que no debería de estar haciendo esto pero... No sabes el tiempo que lo he echado de menos–comenzó a hablar aún sabiendo que no lo escuchaba más–. Si tan solo tú...

Se vió interrumpido cuando un estruendoso relinchar resonó por todo el jardín alertando al príncipe quien, por acto reflejo, se puso de pie sin siquiera sacudir sus pantalones blancos.

Y como si de una plegaria escuchada se tratase a lo lejos se podía ver la figura de un desbocado animal color negro corriendo hacia él y deteniéndose justo delante de él mientras cargaba todo su peso en sus dos patas traseras; el príncipe, aprovechando el acto del animal, montó sobre su lomo, sosteniéndose del crin* del animal con sus brazos y apretando la cadera del caballo con sus piernas para evitar caerse, pegó su pecho al lomo del animal y escondió su cabeza entre sus brazos. Dejó que el animal corriera hasta cansarse para poder ser manejado de la manera más tranquila posible pues, cuando levantó la cabeza, había salido de su reino. Tenía unas cuantas horas antes del alba, aún estaba a tiempo de dirigirse hacia la frontera por la parte este.

Al parecer aún seguía siendo escuchado...

[...]

–Lamento haberte hecho esperar–dijo en cuanto abandonó el lomo del corcel.

–Esperaría por tí el tiempo que sea necesario–el pelinegro dirigió su mirada hacia el príncipe mientras sonreía de manera taciturna–, creí haberlo puesto en el telegrama–murmuró borrando su sonrisa y tratando de recordar lo que escribió hace unas cuantas horas.

Entre luz y sombras... (Kookv) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora