CAPITULO 2

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Una vez perdieron de vista a su padre, las jóvenes se sentaron en los duros asientos y, mirando a su hermana, Loli le cogió la mano y dijo:

—Alemania, ¡allá vamos!

Ambas sonrieron a pesar de la emoción de la despedida, y una vez se hubieron repuesto, Carmen leyó la portada del periódico que su padre le había dado y comentó:

—Mira, Fabiola de Mora y Aragón también se marcha de España para casarse con Balduino de Bélgica.

Las hermanas se entretuvieron leyendo el artículo sobre aquella aristócrata española. Siguieron después con los anuncios de los frigoríficos americanos Kelvitas, se marchaban de su lado para comenzar una nueva vida.

Una vez perdieron de vista a su padre, las jóvenes se sentaron en los duros asientos y, mirando a su hermana, Loli le cogió la mano y dijo:

—Alemania, ¡allá vamos!

Ambas sonrieron a pesar de la emoción de la despedida, y una vez se hubieron repuesto, Carmen leyó la portada del periódico que su padre le había dado y comentó:

—Mira, Fabiola de Mora y Aragón también se marcha de España para casarse con Balduino de Bélgica.

Las hermanas se entretuvieron leyendo el artículo sobre aquella aristócrata española. Siguieron después con los anuncios de los frigoríficos americanos Kelvinator, y acabaron suspirando por no poder asistir al cine coliseum para el estreno de la película Navidades en junio, del guapísimo Alberto Closas.

—Tendríamos que dormir un rato. ¿Nos comemos antes los bocadillos que nos ha preparado mamá? —sugirió Loli.

—Vale, yo no tengo mucha hambre, pero con el estómago vacío tampoco conseguiré dormir —dijo Carmen.

Después de cenar, las horas pasaron y entre el traqueteo del tren y las voces de gente cantando, la joven Carmen no podía conciliar el sueño.

Con cariño, miró a su derecha. Sobre su hombro y durmiendo como un lirón descansaba su hermana Loli. Una morena muy guapa, dos años mayor que ella, que tenía la suerte de que el ruido no la molestara y que era capaz de dormirse en cualquier lado.

Con cuidado, Carmen sacó su diario del bolso y lo abrió. Era un cuaderno que siempre la acompañaba y en el que le gustaba escribir lo que pensaba. Cogió un bolígrafo y apuntó:

7 de diciembre de 1960.

Loli y yo vamos en el tren en dirección a Hendaya y, como era de esperar, ella ya está durmiendo como un tronco. ¿Cómo se puede dormir en cualquier lado?

Tengo ganas de llegar a Alemania. Todavía no me puedo creer que esté sentada en este tren.

Estoy contenta y triste a la vez. Despedirme de la familia ha sido más duro de lo que yo esperaba, en especial por papá. Su mirada llena de temores me ha tocado el corazón, porque sé que en el fondo él no quería que nos marcháramos. ¿Seré una mala hija por irme?

Sólo espero llegar a Alemania y hacerle ver que sus miedos eran infundados y que todo va a ir mejor que bien.

Entre el cansancio y las emociones del viaje, finalmente se durmió con el diario entre las manos.

Horas más tarde, Carmen se despertó. Ya era de día. Con una sonrisa, cerró su libreta y suspiró.

Habían pasado casi doce horas desde que salieron de Madrid, y allí estaban ellas, con las faldas escocesas por debajo de las rodillas que les había hecho mamá, sus zapatos nuevos de suela de tocino y sus jerséis grises de punto, rumbo a Alemania.

Su prima Adela había partido meses atrás a Bremen, y, aunque Carmen había oído que a otros emigrantes las cosas no les habían ido bien en Alemania, a ella y a su marido no les podían ir mejor y por eso las animaron a que también viajaran allí, tras haberles conseguido trabajo en la Siemens de Núremberg.

Carmen abrió su bolso para guardar su libreta y, al ver los caramelos de La Violeta, sonrió. Su padre, siempre que pasaba por la plaza de Canaletas de Madrid, compraba aquellos genuinos caramelos para sus hijos. ¡Eran tan buenos! Tras meterse uno en la boca y explosionar la esencia de violeta en su interior, sacó su pasaporte del bolso y lo miró.

«Menudos pelos llevo», pensó al ver su foto.

Recordó la conversación que había mantenido con su padre sobre aquel viaje. Sus consejos, sus miedos y sus preocupaciones, y sonrió al rememorar el día en que las acompañó a sacarse el pasaporte. Con veintidós años Loli era mayor de edad, pero Carmen sólo tenía veinte y necesitaba su autorización para hacerlo.

Sumida en sus pensamientos al separarse de su familia y de la ciudad que conocía, miró por la ventana mientras las voces de gente que cantaba la hacían tararear Adiós a España y un nudo de emoción se le atragantó en la garganta al pensar en cómo metro a metro, kilómetro a kilómetro, instante a instante, se iba alejando de su hogar.

Hola te acuerdas de mi ? [PAUSADA]Where stories live. Discover now