CAPITULO 6

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—Nosotras de Madrid —la cortó Loli—. Somos hermanas y nos llamamos Mari Carmen y Loli.

—Mari Carmen soy yo, pero ¡con Carmen vale! —afirmó la morena de pelo corto, con una graciosa sonrisa que Renata le agradeció.

Hablaron durante un rato. Renata, al igual que ellas, trabajaba en la fábrica Siemens y, por circunstancias de la vida, se alojaba en la residencia de señoritas.

Con gusto las puso al día respecto a la residencia. Les enseñó la lavandería, las cocinas, donde cada una se preparaba su comida, y el salón del teléfono, un lugar al que en contadas ocasiones se podía acceder debido al coste de la llamada, pero al que ellas irían en cuanto pudieran para llamar a su familia y decirles que habían llegado sanas y salvas a Alemania.

Entre risas, Renata les presentó a otras chicas. Eran de otros países. Rusas, italianas e inglesas. No hablaban el mismo idioma, pero la sonrisa era un buen lenguaje universal y con ella se entendían.

—¡Arrea! Fuma y to. Le falta el chato de vino —cuchicheó Teresa al ver que Renata abría la ventana y se encendía un cigarrillo.

Carmen no supo qué decir. Era la primera vez que veía en persona a una mujer fumando. Hasta el momento, sólo había visto hacerlo a las actrices americanas o a Sara Montiel en la película El último cuplé.

Loli y Carmen intercambiaron una mirada, pero ninguna dijo nada y Renata, al ver cómo la miraba Teresa, tras dar unas glamurosas caladas a su pitillo, lo apagó y, tirándolo a la nieve, comentó:

—No te asustes porque me veas fumando; asústate más bien de los zapatos tan horrorosos que llevas.

Esa contestación hizo que Carmen soltara una carcajada. Le gustaba Renata.

Teresa no supo qué responder a eso, así que miró a Carmen y murmuró:

—Pues mis zapatos son parecidos a los tuyos y a los de tu hermana.

Teresa tenía razón. Comparar sus zapatos bajos y de cordones con suela de tocino con las botas negras de tacón fino que llevaba aquella alemana era como comparar a un español con un americano. ¡Nada que ver!

Sin querer entrar en más debates, Renata les indicó que en la residencia no había horarios. Podían entrar y salir siempre que quisieran, pero que la regla número uno era que a las siete de la tarde había que apagar la radio en las habitaciones y no hacer mucho ruido, para que las otras pudieran dormir. En Alemania se empezaba a trabajar muy temprano.

—¿A qué hora se cena aquí? —preguntó Loli.

—Sobre las seis de la tarde o incluso antes.

—Pero si a esa hora nosotros merendamos —se mofó Carmen.

Renata sonrió. Sin duda, aquellas jóvenes todavía no sabían lo mucho que iban a tener que trabajar y dijo:

—Todo depende de lo cansada que estés y las ganas que tengas de dormir. —Las recién llegadas la miraron y Renata añadió—: Aquí se madruga mucho y el trabajo agota hasta que te acostumbras a él. Lo creáis o no, os dormiréis a esa hora.

Teresa, que las había estado escuchando en silencio, se dirigió a la alemana y afirmó:

—Ahí te has meao fuera. Yo no me acuesto tan pronto.

Divertida por su manera de hablar, que en cierto modo le recordaba algunas cosas que su padre decía, Renata contestó:

—Tiempo al tiempo.

Una vez todo les quedó aclarado, las tres jóvenes se abrigaron bien y decidieron salir a la calle. La nevada era impresionante. Ellas nunca habían visto nada igual. Al salir, Carmen cogió un poco de nieve en la mano y, haciendo una bola, se la tiró a su hermana, que protestó.

—Serás atontada

Hola te acuerdas de mi ? [PAUSADA]Where stories live. Discover now