cap 13

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—Hola, chicas, ¿cómo va eso?

Al oír la voz de Renata, las tres amigas se devolvieron y Loli le preguntó:

—¿Y tu novio?

La recién llegada sonrió y, guiñándoles un ojo, respondió con seguridad:

—Yo no tengo novio.

Loli la miró y, recordando algo que su madre decía cuando se sorprendía, murmuró:

—Jesús amante hermosa, ¿ese chico no era tu novio?

—No.

—Pero entonces ¿quién era el mozo que te comía el morro al salir de la residencia? —preguntó Teresa.

—¿Comía el morro? —Renata rio

—. ¿Qué expresión es ésa? Carmen soltó una carcajada.

—Es como decir que te besó. —Un amigo

—afirmó la alemana, mirando a Teresa con seguridad. Un «¡Ohhhh!» general se oyó por parte de las tres españolas cuando Renata, encendiéndose un cigarrillo, añadió:

—Chicas, a diferencia de vosotras, yo ya os dije que no quiero ni novio ni marido. Durante un rato hablaron sobre eso y Renata les confesó que había tenido novio en Hannover durante varios años y que al final él la dejó de la noche a la mañana y se casó con otra porque tenía más dinero que ella. Fue tal la decepción que se llevó, que se juró no volver a tener novio en su vida. Eso las impresionó. Al darse cuenta de que Teresa la miraba sin parpadear, la joven preguntó:

—¿Qué te ocurre? —¿Desde cuándo tienes estos pantalones?

La alemana morena y de casi metro ochenta se agachó y respondió:

—Desde que me los compré. —Y al ver cómo Carmen contemplaba la prenda, dijo—:

__Te los dejaría, pero creo que te irían algo grandes. —Son monísimos —afirmó la joven.

—Pero si se le marca todo —cuchicheó Teresa. Renata soltó una carcajada y, dándose una vueltecita ante ella, replicó:

—Es lo que se lleva, Teresa. Son cómodos, me gustan y me siento bien con ellos.

—Este mes no, pero el que viene, cuando cobre —dijo Carmen—, quiero comprarme una radio para escuchar música en la residencia y unos pantalones como éstos pero en color azul marino; ¿sabes dónde los venden?

—¡Mari Carmen! —protestó Loli—. Si mamá se entera, se enfadará.

La joven miró a su hermana y, sin ganas de discutir, replicó:

—¿Se lo vas a contar tú? —Loli sonrió.

Carmen afirmó—: Ten cuidado con lo que cuentas, no se vaya a enterar mamá de que entre Pepito el de la bodega y tú hubo algo más que una bonita amistad.

A las nueve de la noche, ni un minuto más, las jóvenes de la residencia de señoritas dieron por finalizada la tarde de baile y regresaron a su morada. Tenían un buen trecho por delante y debían preparar los uniformes para el lunes. Antes de acostarse, Carmen sacó su diario y escribió en él.

(Alemania es diferente a España y no sólo por el idioma y los hombres rubios de claros ojos azules que nos miran sorprendidos. Aquí las mujeres se comportan de una manera que en España se tacharía de indecente, pero aunque suene mal, me gusta que las mujeres sean así. (No quiero imaginar los rosarios que mamá rezaría aquí por tanta alma perdida.) Teresa se sorprende por todo y Renata no se sorprende por nada. Cada una con su particular forma de ser, son auténticas y me hacen sonreír. Por cierto, quiero comprarme unos pantalones pitillo y estoy convencida de que Loli también.)

El mes de aprendizaje finalizó para las tres jóvenes e intentaron aplicarse al máximo en su nuevo empleo. Pero trabajar en cadena era complicado. Requería precisión y rapidez, y ellas no estaban al mismo nivel que el resto de las chicas que hacían lo mismo que ellas en la fábrica. Desesperadas, intentaron centrarse en lo que hacían, pero era imposible seguirles el ritmo a sus compañeras.

—No me sale... recórcholis, ¡no me sale! —se quejó Loli.

—Calla y sigue —la apremió Carmen, consciente de que las estaban observando. Su jefe, «Garbancito», las miraba con gesto serio, mientras gritaba en alemán de malos modos.

— ¿Qué ladra Garbancito? —preguntó Teresa.

—Ni idea y casi es mejor no saberlo. —Carmen sonrió con disimulo—. Pero me imagino que estará molesto porque han devuelto otra vez lo que hemos hecho.

A las cuatro y media, cuando sonó la sirena anunciando el final de la jornada, Carmen se frotó las manos, y dijo:

— ¡Hoy cobramos! Y podremos irnos de compras.

Encantadas con la idea, se reunieron con Renata, que trabajaba en otra sección de la fábrica, y se pusieron en la cola para cobrar su sueldo. Les pagaban quincenalmente, y cuando Carmen firmó orgullosa en un papel y le entregaron su sobre, su gesto cambió al abrirlo y ver lo que había en él.

—Con esto no tengo ni para comer este mes. Adiós radio y pantalones.

Las otras dos, al abrir sus sobres dijeron lo mismo y, enfadadas y de mal talante, fueron a pedir explicaciones. En la oficina, Renata les hizo de traductora y les dijeron que debían hablar con Hans, su intérprete, pero que ese día ya se había ido de la fábrica. Molestas y enfadadas, se dirigieron hacia la residencia, conscientes de que con lo que habían cobrado no podrían vivir. Tras un fin de semana en el que hablaron sobre qué hacer para solucionar su terrible problema, el lunes, cuando llegaron a la fábrica, lo tuvieron claro y, poniéndose de espaldas a la cadena, con los brazos cruzados, Carmen dijo:

—Estamos en huelga.

Sus compañeras, jóvenes de otros países, las miraban sin entender nada. Aquellas tres españolas, las últimas en llegar, se negaban a trabajar. Durante varios minutos, muchas de aquellas chicas extranjeras y alemanas les indicaban por señas que debían trabajar, que si no lo hacían podían meterse en problemas, pero ellas, muy dignas y seguras de lo que estaban haciendo, insistían.

—No. No trabajaremos. Estamos en huelga.

Minutos después llegó Garbancito y al verlas comenzó con su chorreo de palabras.

—Creo... creo que es mejor que comencemos a trabajar —dijo Teresa asustada.

—Ni hablar. Déjalo que ladre —se mofó Loli.

El hombre, pequeño pero matón, consciente de que no lo entendían, gritaba y gesticulaba con las manos y Carmen, la más decidida de todas, lo miraba y decía:

— ¡Que no vamos a trabajar! ¡Que con lo que hemos cobrado no tenemos para vivir!

El revuelo aumentaba en aquella zona segundo a segundo. Nunca nadie había hecho huelga en la fábrica y menos unas recién llegadas, por lo que avisaron a Hans Perez, el cual acudió enseguida. Al llegar y verlas de espaldas a la cadena y con los brazos cruzados, resopló. Durante varios minutos, escuchó los gritos de Garbancito, hasta que, acercándose a ellas, preguntó:

(...)

Hola te acuerdas de mi ? [PAUSADA]Where stories live. Discover now